La noche del jueves 28 de agosto, TVE-1 repuso en el espacio “La comedia dramática española”, la obra “Vidas en blanco”, de Andrés Ruiz, emitida con carácter de estreno el día 5 de febrero de 1982. Desde aquella noche, el espectador español no ha podido seguir la trayectoria dramática del mencionado autor. Ninguna de sus obras ha sido estrenada posteriormente ni publicada.

Esta situación de abandono responde a las características culturales de la sociedad española a partir de 1975 que después de una etapa de efervescencia y auge del teatro político de todo signo, evolucionó hacia un teatro que se convertía en objeto de consumo y que, con carácter marcadamente oportunista, dio paso a espectáculos basados en estrenos de “viejas glorias”, que ya nada aportaban a la evolución del teatro español de finales de los años 80.

Atrás quedaban los presupuestos políticos y los tímidos intentos de un teatro que cuestionaba la situación política del espectador y, al mismo tiempo, era un elemento de transmisión ideológica.

Con la recién estrenada libertad de expresión, habían quedado no sólo injustamente marginados aquellos autores que soñaban crear una nueva conciencia desde el escenario, sino que fueron acusados por parte de la crítica de autores “desfasados y estrechamente antifranquistas”. Entre estrenos esporádicos, la generación de Rodríguez Méndez, Martín Recuerda, Carlos Muñiz, etc., quedaba al margen de los circuitos comerciales y oficiales del teatro español.

Entre éstos se encuentra Andrés Ruiz. Su biografía está impregnada de todas las miserias de su Andalucía natal (nació en Sevilla en 1928). Acosado por la pobreza de su niñez, el miedo y el dolor (su padre muere tuberculoso a causa de las torturas recibidas y su posterior encarcelamiento cuando intentó organizar el Socorro Rojo en favor de los presos antifranquistas), tiene que abandonar España hacia 1952 regresando, definitivamente en 1977.

Cuando en 1964 vuelve a España es encarcelado después de ser acusado de propaganda ilegal por sus obras “La guerra sobre los hombros” y “La espera”, ambas premiadas en los Festivales de Moscú de 1957 y 1962, respectivamente.

Su teatro nace de todas sus experiencias vitales. Autodidacta, su obra dramática, como afirma Ruiz Ramón, “constituye un documento atroz del hambre, la miseria y el terror. No se trata de un teatro escrito para el pueblo por un “convertido”, sino de un teatro surgido desde dentro mismo del pueblo, escrito por alguien que pertenece a él y que ha padecido en carne viva aquello de que da testimonio”

Su trayectoria dramática evoluciona desde los dramas escritos en su primera época, enraizados en aspectos vivenciales, hasta sus últimas obras, todas hasta la fecha inéditas, que transcienden lo autobiográfico para crear una poética cuyas raíces hay que buscarlas en el teatro poético y en el esperpento valleinclanesco.

“Vidas en blanco” pertenece a la etapa intermedia de su teatro. Sus personajes han dejado atrás el lastre del simbolismo para reflejar la sociedad española de posguerra con elementos realistas y esperpénticos. La trama argumental de “Vidas en blanco” nos refleja la atmósfera represiva de una sociedad aturdida por el miedo, que justifica la anulación de toda posibilidad de rebelión. Como en “Teorema”, de Pasolini, la vida apacible de las dos heroínas del drama, Gloria y Soledad, marcada por el autoengaño de una religiosidad hipócrita, sufrirá un violento cambio con la llegada de un hombre (Antonio) a la pensión que ellas regentan, ilusionadas o autoengañadas (las do creyeron enamorarse del visitante), al final descubren patéticamente sin ironía, su propia destrucción.

La realización de Pedro Pérez Oliva superó las dificultades de una obra de una gran complejidad para su representación en Televisión. Sin caer en manierismos tópicos de la sociedad andaluza, que hubieran ahogado la tensión dramática en este caso, los elementos mitológicos sirven de contrapunto a las contradicciones de ambas protagonistas. Una obra con aparente ausencia de conflicto no podía ser dirigida sin un conocimiento profundo de la poética del autor. Aunque el desarrollo en determinados momentos pudiera parecer moroso, este “tempo lento” es un elemento poético más del drama. La actuación de los personajes coincide con la visión de su realizador. Atención especial merece el trabajo de María José Alfonso (Soledad) y de Alicia Hermida (Gloria), que dedican al drama toda la sensibilidad que requiere este tipo de comedia. También Carmen Rossi (la criada) merece ser mencionada. Sin amaneramientos innecesarios, su personaje quizá fue el más verosímil del reparto.

Como afirmaba el propio autor en 1982, la obra para ajustarse a las exigencias del medio televisivo perdió parte de ese carácter esperpéntico, sustituido por un tono naturalista que resta fuerza a esa “locura” que padecen los personajes de sus dramas como único medio de supervivencia.