En las próximas elecciones generales tendremos la fortuna de despedir a Aznar, el PP continuará con su política aberrante, pero este personaje nefasto para la mayoría de los españoles y españolas, más aún para el pueblo iraquí al que masacró de la correa de su amo Bush, ya no volverá a ser presidente del gobierno: la mediocridad y la malicia se retiran para dejar paso a más de lo mismo pero con barba.
El papel que Aznar ha desempeñado es de una importancia tan relevante como negativa, pero relevante al fin, dados los momentos históricos en los que se desarrollan sus aventuras y desventuras. Después de la etapa del PSOE, me niego a llamarla socialista, llegó el PP para quedarse durante dos legislaturas; una de ellas con mayoría simple, y la otra con mayoría absoluta. En la primera de ellas necesitó la ayuda, de la cual no prescindió en ningún momento, de los que, según él, ahora son enemigos de España. Aznar se ha apoyado, de hecho fue investido presidente por primera vez con los votos de CiU y PNV, en las burguesías vasca y catalana para comenzar esos ocho años de trabajo, calificados por él de bien hecho, que terminan este próximo 14 de marzo.
Hay analistas y columnistas de izquierdas que valoran positivamente algunas de las posturas políticas de Aznar, pero es curioso sin embargo que dentro de las filas de los mercenarios ideológicos de la derecha no hay ninguno que no critique alguna de las actuaciones de éste. En el primer grupo destacan las alabanzas sobre todo a su decisión de abandonar la presidencia al cabo de dos legislaturas y el cumplimiento de su promesa a pesar de que las encuestas dan la mayoría al PP en las próximas elecciones generales; también ensalzan el hecho del debilitamiento de la banda terrorista ETA, el cual vinculan a su política antiterrorista, y por último le reconocen el merito de la estabilidad y el crecimiento económico. Por otra parte están los Jiménez Losantos, Pedro J y compañía, que no le perdonan haber puesto los medios de comunicación en manos de los poderosos del otro bando, es decir Polanco o Alierta; y por supuesto el trágico ridículo en su política exterior. Esta aparente paradoja nos muestra la realidad de la era Aznar: ni la derecha está completamente conforme con su legado.
Este artículo nace con la idea de analizar lo que ha sucedido durante estos ocho años, y bajo mi punto de vista, distinto al de los compañeros antes mencionados, no veo absolutamente nada positivo. Todo lo contrario, cada acto de este individuo y su banda ha ido dirigida a favorecer a los más poderosos, utilizando para este propósito la receta de siempre, hundir a los trabajadores y trabajadores cada vez más. En todo este tiempo se han aprobado leyes antidemocráticas como la ley de partidos, se nos ha implicado en una segunda guerra, tan ilegal como la primera en la que nos metieron sus antecesores, y se ha profundizado en el avance hacia el capitalismo utilizando los métodos de la derecha más rancia y totalitaria. Unos pocos datos bastarán para ver cómo ha dejado España el futuro ausente: La vivienda ha subido desde 1998 más de un 70 %; las familias están más endeudadas que nunca, al borde de la ruina solamente con una pequeña subida de los tipos de interés; la inflación sigue por encima de la media europea; y lo más dramático, en los primeros quince días de este año han muerto 20 trabajadores en accidentes laborales.
Una de las victorias trascendentales del PP ha sido la de imponer la virtualidad en una sociedad que es incapaz de reconocer su situación real dentro del colectivo social, es decir, el pueblo es cada vez más individualista y percibe cómo única solución a sus problemas la insolidaridad y la desconfianza; se aferra a lo que cree tener y no tiene como a un clavo ardiendo, interiorizando un conservadurismo impuesto que le impide reaccionar al no ser capaz de diagnosticar las causas últimas de sus problemas cotidianos: condiciones de trabajo, carencia de servicios públicos o acceso privativo a estos o, por ejemplo, el irracional coste de la vida. En consecuencia han logrado convertir a los ciudadanos y ciudadanas en seres duales, los que por un lado se consideran a sí mismos consumidores, y por otra parte son considerados por el poder mera mercancía destinada a aumentar la productividad, en primer lugar trabajando cada vez más por menos y en segundo comprando lo que previamente han producido.
La España que Aznar ha conseguido es una sociedad de nómadas condenados a vivir dónde alguien compre su fuerza de trabajo independientemente de sus apetencias o circunstancias personales mientras cierra las puertas a millones de seres humanos que dejan sus vidas en nuestras costas; una España que se aparta de Europa mientras se somete al más humillante vasallaje de esos EEUU gobernados por un contaminante y nocivo individuo cuya inconsciencia está poniendo el planeta en situación límite.
Una España que, lejos de conocer la verdadera democracia y avanzar en ella, está sometida a un autoritarismo brutal en el que no se respeta ni el parlamento, ni las instituciones, ni la Constitución tan manoseada diariamente, ni mucho menos la voz del pueblo, que a pesar de estar aturdido en ocasiones grita y se rebela.