Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al tiempo, su poder espiritual dominante.
Karl Marx, La ideología alemana (1845)
Es sabido que, para una mejor administración (usurpación) de lo público, los teóricos liberales han decidido -y los medios de persuasión lo proyectan hasta el aturdimiento- que los sistemas tradicionales de partidos tiendan al llamado bipartidismo. Para la culminación de esta maniobra, es preciso que las fuerzas mayoritarias -PP y PSOE- defiendan el mismo modelo económico, matizando sólo la puesta en escena social y cultural, con el fin de mantener la falacia de la libre elección. Esta práctica cotidiana lleva consigo la eliminación, por asfixia, de cualquier opción contraria a la (creada) opinión dominante.
El deslizamiento hacia un movimiento (ideológicamente) único tiende a impedir la existencia de posiciones críticas en el reparto electoral del poder al tiempo que constriñe, con la ley y el orden policial, la protesta en escenarios menos formales. A este movimiento único se enfrenta Izquierda Unida, la representación institucional de una parte la contestación. A la represión directa, todas y cada una de las asociaciones, partidos o colectivos contrarios a la sociedad de mercado espectacular. Contra este método de dominación universal, la izquierda ha ido creando estructuras de oposición, organizaciones que, si bien se han convertido -en algunos casos- en inoperantes redes burocráticas o clientelares, constituyen -todavía- una herramienta capaz de intervenir, hasta donde sea posible, en la esfera de las relaciones de producción, en las relaciones humanas. Impulsar cualquier forma organizada alternativa, por pequeña y marginal que sea, debería ser una tarea obligatoria para las gentes de izquierda, con independencia de su tradición ideológica.
Vivimos en una sociedad que camina por una senda -asfaltada de plástico y destrucción- jamás recorrida en la historia del capitalismo. Una avenida (militar) que conduce, al haberse roto los últimos frenos (la contestación sindical y política interna o la URSS, según sea la perspectiva local o global) hacia una nueva visión totalitaria del poder. Frente a esta ofensiva, sólo cabe la recomposición combativa de la resistencia. Una resistencia que pueda articular la perdida identidad colectiva: la conciencia de clase. Para esta tarea son necesarios, a nadie se le escapa, recursos económicos y humanos.
La actividad parlamentaria es uno de los frentes abiertos de la lucha política, social y cultural. No es el único, ni quizá -en estos tiempos- sea el más importante, pero actúa como escaparate e intendencia generadora de ingresos materiales. IU está en esa batalla. En otros territorios hostiles, más duros, está mucha gente dispersa que, pese a su afinidad natural, se siente más cómoda en la abstención crítica anticapitalista. IU es un proyecto imperfecto. De su errática trayectoria y su falta de definición ideológica sobran ejemplos. Pese a sus carencias, y en vísperas electorales, es la única plataforma pública que se presenta con posibilidades reales y es, por su proyección electoral, el ariete de la izquierda en el escenario de los símbolos. Para que pueda cambiar y convertirse en una entidad más amplia, para que pueda contribuir a la creación de cualquier espacio político nuevo, es condición necesaria su existencia. Y para ello, hoy por hoy, urge refrendar su presencia -aunque no se comparta plenamente la línea marcada por la dirección- en las urnas.
La guerra contra la explotación tiene mil trincheras. Una de ellas es la democrático-formal. Fuera del lugar de la atribución de recursos hace mucho frío. Demasiado frío para iniciar la enésima travesía del desierto. Toda cosa aparente a consecuencia del discurso es aparente antes del discurso, escribía hace siglos Guillermo de Ockham. El barco de la izquierda -con IU de desvencijado mascarón- no es seguro y tiene fisuras en el casco, pero navega. Y si alguien tiene que hundirlo, dejemos que se manche las manos el capital con sus estrategias globales. La batalla electoral no es, pese a la apariencia, inútil.