Ahora que se acercan las elecciones legislativas es cuando mejor se aprecia la desastrosa vida política oficial en este país. Será que nos estamos haciendo muy mayores y entendemos peor los cambios que se van produciendo, o que lo que percibimos no nos gusta, el caso es que ni gobierno ni oposición nos satisfacen. En el caso del gobierno porque nunca se ha visto tanta desfachatez triunfante como en este neofranquismo miserable, embustero y pomposo que nos utiliza para presentarse en el desconcierto de las naciones, que nos calla la boca y nos chapapotea la palabra para luego, incoherentemente con su pretendido prestigio internacional, no ser capaz ni de ganar el puesto en el mercadillo de los despojos iraquíes. En el caso de la oposición porque, ceñida casi exclusivamente a la acción parlamentaria y electoral, contempla con asombro cómo sus denuncias, compartidas o no por la opinión pública, no fructifican en votos. Y los que se mueven en la «izquierda transformadora» están en unos niveles organizativos y de presencia ante la opinión pública que casi podría calificarse de marginales como, con intenciones más insultantes que las mías, nos califica la derecha.
Derecha que se ha crecido hasta límites insospechados hace tan sólo un año. Hasta la Iglesia se anima a sacar del baúl de los recuerdos sus ropajes más rancios y vuelve a los sermones culpabilizadores.
Es verdad que la izquierda podría reprocharse muchas cosas. No hay que suponer que todo lo que nos aqueja viene de la inteligencia del PP y/o de Aznar. Desgraciadamente también viene de nuestra incapacidad para salirnos de lo trillado, para inventar otra manera de estar en la sociedad. En eso decimos que estamos pero se percibe poca ilusión, poca fuerza para salir de la mera denuncia, que ya nos cuesta hacerla oír, tal y como está el patio mediático que hemos aceptado como sustituto de la vieja plaza pública.
Volvemos a unos cánones de provincianismo autocomplaciente, pero los poderes fácticos, además de su cara de cemento armado, disponen de gigantescos recursos tecnológicos que superan con mucho el posible contrapeso de hipotéticas mesnadas proletarias organizadas en partidos obreros de masas. Las mesnadas están haciendo cola en los bancos para pagar la hipoteca. Otros están desembarcando como pueden en esta tierra que nunca ha sido de asilo. No somos capaces de recibirlos como se merecen y nos merecemos: sangre fresca dispuesta a labrarse un porvenir que nosotros estamos dilapidando con nuestro autismo político y nuestro agotamiento social. De ellos será, merecidamente, este mundo que no podrá debatirse en clásicas tensiones de los unificadores con los regionalismos históricos. Habrá más lenguas y más culturas que las que hemos mal administrado hasta ahora.
Y el PP también comete errores. No los voy a explicar aquí, por no ayudarlos, que para eso son adversarios crueles, pero sabed, camaradas, que el neofranquismo terminará hartando a la gente porque en este país de eternos aspirantes a clase media no nos ha gustado nunca que se nos note la caspa.