¿No tiene usted la impresión de que la cuestión palestina ocupa a diario buena parte de los periódicos y medios audiovisuales, pero carente de rigor?
«Efectivamente, se habla más de los efectos y se olvidan los orígenes del problema. Entonces, se pierde memoria histórica, capacidad de conocimiento y se ve más como un espectáculo teledirigido, con excesiva tendenciosidad en el enfoque y en el lenguaje. Todo esto favorece mayoritariamente a Estados Unidos y a Israel. Ahora bien, sí se ha introducido y reaparece de vez en cuando lo que es la radical injusticia del hecho».

¿A qué hecho se refiere?
«La radical injusticia de lo que fue la creación del Estado de Israel para desposeer a un pueblo; radical injusticia en origen, en su proceso y en su mantenimiento. Eso, que se sabe, ha creado un problema de conciencia latente y así seguirá mientras no se solucione equitativamente el problema.. La gran mayoría de la ciudadanía es consciente de que los palestinos están decididos a mantener su lucha, a defender su causa. Que no tengan suficiente capacidad para organizarse políticamente, que siga habiendo contradicciones entre ellos, que incluso hay momentos de posible confrontación interna… Bien, existe, pero también existe su convicción de lucha, ya no se les podrá expulsar nuevamente, ya es imposible matarlos a todos. Es imposible exterminar a los palestinos».

¿Ahí radica lo que usted denomina ‘palestinidad’?
«Sí. La palestinidad es, sencillamente, qué es ser palestino, su identidad. Y eso está por encima de ideologías políticas, porque ha ido cristalizando poco a poco».

¿Más a partir de la guerra de 1967?
«Mire usted, la guerra del 67 planteó un problema para todo el mundo, lo mismo que la creación del Estado de Israel, en 1948, planteó un problema para todo el mundo árabe. Hay un dato, a mi juicio, muy importante: los palestinos han vuelto a su casa, pero comprobando que no es su casa todavía; ellos, gran parte de los palestinos exiliados, han vuelto a Palestina y se han encontrado con una situación quizá peor: antes eran refugiados fuera, ahora son refugiados dentro de su tierra. A esos desafíos han tenido que ir respondiendo y de ahí nace la palestinidad».

¿Dos Estados en tierras palestinas o un solo Estado?
«La fórmula de un solo Estado requeriría, en estos momentos, un reordenamiento político y jurídico totalmente nuevo, saber si existe un grado de convivencia o de coexistencia social suficiente para llevarlo a cabo. Yo lo dudo. Por otro lado, cómo se llamaría ese Estado. Veo que se ha preferido la opción de los dos Estados, al menos de momento y aunque a la creación del Estado palestino le pongan tantas trabas».

¿El muro que está construyendo Israel es una de esas trabas?
«Lógicamente. Es una decisión unilateral del gobierno sionista de Sharon, es una humillación, es una ignominia, una afrenta a toda la humanidad. No favorece la imagen de Israel, fomenta su imagen como Estado fascista y, además, tampoco va a pacificar la zona. Pero, recuerde usted, que los muros, lo mismo que se levantan, se tiran y yo estoy seguro que eso es lo que va a ocurrir».

¿Otro de los ‘muros’ puede ser el odio entre Sharon y Arafat?
«Eso es así desde hace mucho tiempo. Sharon siempre ha querido destruir políticamente a Arafat. Hay un odio grande entre los dos y ambos son rehenes de esa pasión y la pasión en política es malísima, sus resultados son inmediatos pero efímeros. No se puede obviar la enorme representatividad de Arafat entre su pueblo, que Arafat es un representante político elegido por los palestinos y se merece tener un final político dignísimo. Su sola sustitución no es la solución; ha de llegar un relevo generacional. Eso ya es un problema de mayor alcance, porque ¿quién sustituye a la generación que simboliza Arafat? Por ejemplo, ¿una generación intermedia, la que va inmediatamente después de Arafat?, o ¿con otra generación cuya distancia cronológica e ideológica sea grande con Arafat? De esas cosas no se hablan aquí, pero sí se hablan allí».

¿Me está usted diciendo que el conflicto no es sólo de personas.
«Claro, porque éste es un conflicto de generaciones, de proyectos, de matices dentro del proyecto común palestino. Eso lo discuten ello, nosotros no; para nosotros es más fácil decir que es una cuestión de personas concretas. Por ejemplo, el lenguaje político de Arafat tiene muy difícil llegar a zonas de discusión con el lenguaje político del gobierno israelí, y a la inversa. Pero, a lo mejor, las nuevas generaciones de palestinos, que hablan árabe y hebreo, que se han formado en un contexto cultural y político israelizado, que no quiere decir despalestinizado, tiene otros mecanismos de discusión».

¿Cómo interacciona lo palestino y lo árabe?
«Mire usted, lo árabe es un fenómeno de diversidad que se somete a algunas maneras de unidad. Dicho de otro modo, en qué los árabes pueden llegar a pensar de una manera próxima y en qué otras cuestiones sucede lo contrario. Esa es la interacción. El mundo árabe ofrece un ámbito de grandes diversidades y de enormes elementos de unidad. Ahí lo palestino también interactúa».

¿No acabo de entenderle bien.
«Le digo un ejemplo. Hay una carencia real de nexos interárabes en lo económico, no existe. Lo contrario, en términos potenciales, la lengua o la doctrina mayoritaria de pertenencia al islam. Es curioso: los elementos materiales actúan más en el plano de las divergencias y los elementos espirituales caen del lado de las convergencias. Ha faltado esa capacidad, que debe salir de ellos mismos, para materializar esos elementos espirituales».

¿Son frecuentes, como sucede en Europa, los contactos bilaterales entre los ministros de los países árabes?
«Sí, y muchos, pero son reuniones más formales que consistentes. Lo más claro al respecto es la Liga de Estados Árabes, que es un club de discusión interna, sin capacidad ejecutiva, no la ha tenido nunca. Tomar determinaciones que puedan afectar a la comunidad árabe en su conjunto es prácticamente inexistente. Ese es un problema grave, cuando tienen un elemento importantísimo a su favor: comparten una lengua»

¿Sucede lo mismo con otros foros interárabes?
«Mire, prácticamente hay sólo dos más: el Consejo de Cooperación del Golfo, que es reciente y de una parte del mundo árabe, y la Unión del Magreb Arabe, que no ha progresado nada. El primero ha avanzado un poco más en lo económico y en lo político, aunque carece de una base de unidad monetaria y económica. El mundo árabe es un mundo en deterioro, debido a incompetencias de ellos mismos y a imposiciones desde el exterior».

¿Dígame, por último, qué ha cambiado en la zona un año después del ataque abierto de Estados Unidos e Inglaterra sobre Iraq.
«Muy sencillo. Antes el mandamás virtual era Estados Unidos y ahora el mandamás real, y así será durante mucho tiempo, se llama Estados Unidos. Antes, EE UU tenía una mínima presencia militar; ahora, es máxima y se irá incrementando. Antes, los EE UU no imponían directamente sus soluciones; ahora, sí y con el apoyo insensato e impúdico de una buena parte de la opinión mundial y de los responsables políticos. Lo hace engañando en nombre de los derechos humanos, de la libertad y de la democracia. Eso es radicalmente falso. Ellos practican un aprovechamiento impúdico de su supremacía: hacen todo lo que dicen pero no dicen todo lo que hacen. Ellos concibe todo ese espacio, desde el Magreb hasta el Asia Central, como un pasillo o un corredor que organizarán ellos, con las piezas que ellos quieran, con los gobiernos a su gusto y con un aprovechamiento material en su favor».