Me han pedido que diga unas palabras, en nombre de los que hemos sido distinguidos con la «Medalla de Honor Presidencial», instaurada para conmemorar el centenario de Pablo Neruda. Y estoy seguro de interpretar el sentimiento de todos, al afirmar que es un gran honor que nos alegra y nos honra y que aceptamos con emoción y gratitud, precisamente en este histórico día en el que vino a la vida, el poeta más popular y universal de nuestro tiempo.
Queremos agradecer de manera muy especial al Presidente de la Republica de Chile, el compañero Ricardo Lagos, este gesto sensible y solidario hacia los amigos de Pablo Neruda. Y quiero aprovechar esta oportunidad para desearle los mayores éxitos en su gran quehacer político, para restablecer una sólida democracia en Chile que repare las injusticias del pasado y limpie al nuevo Estado democrático de los siniestros vestigios de la dictadura.
Quiero hacer una reflexión sobre las condecoraciones. Imagino que habrá sido muy difícil seleccionar a los elegidos para esta distinción que se nos otorga hoy, porque los méritos son siempre compartidos y muchos serán, sin duda, los que la merecen.
Por ello pienso que esta medalla, y en esa condición yo la recibo, tiene para mi un valor colectivo y que, en nosotros, ese honor se hace extensivo a los miles y miles de demócratas españoles, a los poetas, a los cantautores, a los escritores y artistas, a los luchadores sociales y a los jóvenes que empuñaron con pasión el nombre de Neruda, haciendo de su poesía un símbolo y un estímulo en la lucha por la defensa de la cultura y la libertad.
Por eso me alegra particularmente que esté entre nosotros Víctor Manuel, viejo amigo de tantas luchas y esperanzas, que hizo de su voz un himno permanente de solidaridad con las causas de los oprimidos y los sueños más nobles de nuestro tiempo.
Su legado eterno
Neruda siempre estuvo vivo en nosotros. Pero en este centenario ha renacido con un júbilo caudaloso y planetario. En España y en todo el mundo han tenido lugar multitud de actos, seminarios, homenajes, publicaciones y conciertos populares, como el celebrado con un éxito emocionante hace unos días en Barcelona.
Se han escrito y se siguen escribiendo miles de artículos sobre su vida y su obra. Muchas calles y plazas, centros culturales y teatros llevan su nombre. Su poesía se reedita incesantemente y se propaga como un bien cultural y humano en los cinco continentes.
Aquí, en España, el poeta y escritor Sergio Macias, asesor cultural de la Embajada, ha publicado con motivo del Centenario un libro memorable, «El Madrid de Neruda», en el que describe con el mayor rigor histórico aquella época crucial, en la que Neruda, entre los resplandores de la Guerra y la sangre reorientó su vida y su poesía, para convertirse en un poeta comprometido con su tiempo, que desembocó en su conocida y ardiente militancia comunista.
Por la Televisión he visto este mediodía la gran fiesta nacional del pueblo chileno festejando el centenario de Neruda y a millares de jóvenes enarbolando las banderas mas queridas y el grito repetido de «Neruda vive». Sí, Neruda Vive, y tenía razón cuando nos decía, seguro de sobrevivirse: «Yo no voy a morirme. Sucede que voy a vivirme. Salgo ahora, en este día de volcanes, hacia la multitud, hacia la vida».
Y así se cumple el sentido eternal de las palabras que escribió en su Viaje al corazón de Quevedo: «Cuando la tiranía oscurece la tierra y castiga las espaldas del pueblo, antes que nada busca la voz mas alta y cae la cabeza de un poeta al fondo del pozo de la historia. La tiranía corta la cabeza que canta, pero la voz en el fondo del pozo vuelve a los manantiales secretos de la tierra y desde la oscuridad sube por la boca del pueblo». Así Neruda, fluye y vuelve eternamente a nosotros.
Camarada, amigo
Neruda no es sólo un poeta infinito, un cantor incansable a la paz, al amor y a la vida. Neruda es el símbolo más universal de nuestro tiempo, porque su vida y su obra conllevan todos los sueños y desasosiegos, las luchas y las esperanzas redentoras del mundo contemporáneo.
Señor Embajador, gracias, una vez más, por el honor recibido. Esta Medalla que es como un nuevo compromiso de lealtad con Neruda y el pueblo hermano de Chile. Y gracias sobre todo a ti, Pablo Neruda, por todo lo que nos distes, por lo que te debemos, por el luminoso y ejemplar legado que dejas a la Humanidad y a las generaciones futuras.
Y, gracias Pablo, también, por haberme dejado a mí, personalmente, el orgullo de haber sido tu camarada y tu amigo.