Hans Landauer conserva la misma sonrisa que inmortalizó el fotógrafo Agustí Centelles el día que considera más emotivo de su vida, el 28 de octubre de 1938, cuando con un ramo de flores en la mano participó en el desfile de despedida a las Brigadas Internacionales por las calles de Barcelona. Aún mantiene la misma esperanza que cuando con dieciséis años llegó a España para formar parte de la XI Brigada Internacional. Esta ilusión la plasmó en lo que considera el «trabajo de su vida», un compendio biográfico donde resume los 1386 dossieres sobre los combatientes austriacos en la Guerra Civil española que ha logrado reunir durante los últimos 20 años.
Con la finalidad de preservar la memoria trabaja en el vienés DÖW, Archivo de la Resistencia Austriaca, desde donde investiga y denuncia cualquier atentado contra los valores que lleva defendiendo toda su vida y que heredó de sus abuelos, alcaldes de la «social-democracia roja» en dos pequeños pueblos de la región de Baja Austria: Ober-Waltersdorf y Tattendorf. Estas villas rurales situadas al sur de Viena contaban con varias fábricas textiles, germen del movimiento obrero que tras la prohibición en 1934 de los partidos políticos por el canciller austro-fascista Dollfuss tuvo un importante papel en la resistencia austriaca.
Landauer era miembro de los Halcones Rojos, organización de los jóvenes socialistas. Trabajando ya en una de esas fábricas textiles distribuía material clandestino escondido en el cuadro de su bicicleta. Fue en uno de los periódicos prohibidos que repartía donde se enteró de la creación de las Brigadas Internacionales y la participación de izquierdistas austriacos en la Guerra de España. No tardó en ponerse en contacto con los responsables de reclutar voluntarios para las Brigadas en Austria quienes le facilitaron 150 chelines y la dirección del Café Grison en la parisina rue d’Alsace donde se realizaba el reclutamiento a favor de la República española. Tenía 16 años. Esto suponía un problema que había que subsanar del único modo posible, falsificando su identidad. Así el joven Landauer se convirtió en Hans Operschall de 18 años. Pero esto no solucionaba nada pues en España no aceptaban para combatir a menores de 21. Sólo la insinuación de que el regreso a Austria podría llevarle a la cárcel y poner en peligro a la organización clandestina en Austria hizo que Hans llegase a España. Exactamente al mes de su partida el 19 de junio de 1937, y después de un breve periodo de instrucción en el pueblo albaceteño de Madrigueras, Landauer formaba parte de la compañía de ametralladoras del batallón austriaco 12 de febrero de la XI Brigada Internacional en la Batalla de Brunete. El cementerio de Quijorna fue testigo de su bautismo de fuego. Más allá de Brunete vino la sangrienta Belchite y los meses en Aragón, donde fue herido el día 4 septiembre en las proximidades de Fuendetodos, lo que motivo un descanso de tres semanas en Benicassim.
Una vez recuperado fue destinado a una compañía de zapadores dedicada a la construcción de trincheras en Torralba de Aragón donde enfermó de Tifus junto al resto de compañeros. Así a comienzos de octubre de 1937 comienza una gira por diversos hospitales en Cataluña hasta recalar en Vals.
Cuando el veterano Landauer recuerda la Guerra en España pasa por diversas fases de emoción que transmite fácilmente a través de gestos y movimiento de manos, pero al recordar el Hospital de Vals y como mimaron aquellas enfermeras al joven de 16 años que había atravesado media Europa para defender unos ideales plasmados en la España republicana se enternece considerablemente. Fue un guiño breve pues inmediatamente recuerda como en enero de 1938 le destinan al frente en Teruel. La expresión de la cara se endurece, los movimientos de manos se convierten en presiones a libros o la mesa de su despacho en el DÖW. Es un momento tenso que se torna cada vez más crudo cuando relata la batalla e insiste en las bajas motivadas tanto por las balas enemigas como por el frío. Describe con detalles minuciosos las condiciones que les rodeaban, los sentimientos y los padecimientos sufridos. En este instante se calla. Hace un alto para escribir el nombre de un camarada muerto por congelación: Karl Ködnar. ¡Que mejor homenaje que escribir su nombre en un periódico español a los 67 años de su muerte!
A consecuencia del terror de Teruel les destinaron a descansar al pequeño pueblo conquense de Hinojosos. Se lo merecían. Tras finalizar la Batalla de Teruel en el batallón sólo quedaban 57 austriacos y en julio, cuando la XI Brigada Internacional fue recompuesta para participar en la Batalla del Ebro, ya sólo constaba de 190 austriacos. El 80% de la misma eran soldados españoles. Con esta última intentona republicana llegó la desolación, pero también el comienzo de una intensa relación con Cataluña. Fue en Marçá, en la provincia de Tarragona, esperando ser desplazado a orillas del río Ebro donde conoció a la familia Sancho, campesinos como sus abuelos. Tenía sólo 17 años y no fumaba, con lo que podía regalar su ración de tabaco a una familia que le acogía y le invitaba a un vaso de vino mientras le lavaban la ropa. No volvió a verlos hasta 43 años después. Cuando murió Franco regresó a Marça y se enteró que aún sobrevivía una de las hijas, Mª Teresa, que había emigrado a Buenos Aires al casarse con un Brigadista argentino. Pudo contactar con ella y hasta su muerte hace unos pocos años mantuvieron contacto regular.
El 23 de septiembre de 1938 fueron desmovilizados, y en poco más de un mes homenajeados en la barcelonesa calle Diagonal. La emoción de aquel día rápidamente se transformó en angustia. Desde Barcelona fueron desplazados al Valle del Ter, en Sant Quirze de Besora. Pero los austriacos, al igual que el resto de brigadistas cuyo país deja de existir al ser anexionado por la Alemania nazi, no tenian patria. Los franceses no les dejaban pasar la frontera, y si lo intentaban ilegalmente corrían el riesgo de ser repatriados y caer en manos de la Gestapo. Debido a la ofensiva franquista sobre Cataluña el día 23 de diciembre de 1938 estaban en una situación límite, la cual Hans califica «como una ratonera». En enero los envían a La Bisbal, un lugar próximo a la frontera francesa. Allí los visita Ernst Blank, Comisario Político de la XI Brigada, solicitando voluntarios para defender Barcelona. «Para repetir lo imposible, para repetir el milagro de Madrid». Se produce una discusión entre los que cansados de guerra y desmoralizados quieren salir de España y los voluntarios a partir. Hans está «entre los 255 austriacos conscientes del sacrificio que no llegan a la capital de cataluña». Se quedan en Granollers luchando con viejas escopetas y en medio de la confusión. «Todo era inútil. Caótico. En camiones nos llevan a Figueres donde sólo llegamos 48 austriacos. Los demás estaban perdidos o heridos. El 9 de febrero pasamos la frontera y conducidos al campo de Saint-Cyprien.» El día 10 cayó Cataluña.
Luego viene un periplo que pocas personas podrían resistir, y menos un muchacho que llevaba dos años luchando en un país que no era el suyo. Ha pasado por tres, mal llamados, campos de refugiados franceses. De Saint-Cyprien fue llevado a Gurs y de allí a Argeles. Las condiciones de vida motivaron tres intentos de fuga. La última en octubre de 1940 cuando la firma del Armisticio obligaba a Francia a entregar a la Gestapo a todo aquel cuyo origen sea un país de la «Nueva Alemania». Es detenido de nuevo, conducido a la prisión de Tolon y de allí a la cárcel de La Santé donde existía un grupo de la policía vienesa debido a los Brigadistas Internacionales que aún había en Francia. El día de su vigésimo cumpleaños, 19 de abril de 1941, fue juzgado y acusado de alta traición en Viena, lo que supuso el ingreso en el Campo de Concentración nazi de Dachau. Sobrevive al infierno concentracionario gracias al traslado del batallón de trabajo a la fábrica de porcelanas que la señora de Heinrich Himmler se empeña en formar.
Al llegar la liberación entra en la policía vienesa que estaba siendo depurada. Hans formaba parte de un grupo de investigación sobre crímenes de guerra. Su primera pesquisa fue sobre el asesinato de cien judíos húngaros en la ciudad de Melk. Otro caso impactante en el que participó su grupo fue en 1962. La investigación que la policía austriaca realizó en colaboración con los servicios de seguridad de Israel para desenmascarar a los colaboradores de Adolf Eichmann en Austria. Con este proceso comenzó su amistad con el recientemente fallecido Simon Wiesenthal, quien en aquella época ya se había convertido en el perseguidor más implacable de los criminales de guerra nazis.
En 1972 denuncia, mientras ejerce como miembro de Naciones Unidas en Chipre, que gran parte de mandos y policías austriacos destinados en esta isla del Mediterráneo tenían pasado nazi y no lo disimulaban en absoluto. A pesar de contar con el apoyo del jefe de la policía de la ONU en Chipre, el antiguo comisario político de Izquierda Republicana Bibiano Osorio, Landauer es acusado de crear problemas y marginado por el entonces gobernante Partido Socialista de Austria. Su propio partido.
En 1983 Hans pide el traslado al recientemente creado Archivo de la Resistencia en el cual sigue trabajando diariamente a pesar de su jubilación.