El niño canta, la madre anima, la cámara graba: «Asunción, Asunción, qué bonita serenata / Asunción, Asunción, ya me estás dando la lata». ¿Será posible? No acabo de creérmelo. Esta canción me suena a vieja como la tos. Eso sí, como han dejado a Asunción en casa le han cambiado la letra. El niño vocaliza lo suficientemente mal para que no se entienda la nueva, que critica a la LOE, y entona lo suficientemente bien para que la música lleve al recuerdo, es que el niño tiene buen oído porque debe de haber oído cantar muchas veces el cara al sol. Otros niños llevan pancarta, o pancartas, no estoy segura, porque gracias a los puntos de vista tan distintos de unos a otros respecto a la magnitud de la manifestación contra la nueva ley de educación, me pierdo entre el singular y el plural. No importa, en la pancarta/pancartas dice quiero, o queremos, tampoco estoy segura, a Jesús. Hasta ahí vale, están en su derecho, pero ¿a qué viene gritar «No nos lo quitéis»? ¿Quién quiere quitárselo? ¿Quién les está mintiendo y para qué?

No me cabe duda de que estamos como siempre, y lo peor es que nos hemos acostumbrado y lo aceptamos como si tuvieran razón. «Como siempre» quiere decir en este caso que seguimos siendo los malos, que somos los culpables, o que al menos tenemos parte de la culpa. Lo dicen casi todas las emisoras de radio. Hablan del clima de crispación y lo justifican dando un dato que no sé de dónde se sacan: «la derecha sale a la calle y la izquierda se enfada». ¿Quién se ha enfadado? «Por ambas partes hay acritud y es necesario rebajar los ánimos y pactar». Mi reacción primera es la contraria a la que recomiendan las voces radiofónicas. Tras reflexionar con los últimos restos de serenidad que me quedan, reconozco que me gustaría que los buenos consejos fueran posibles. Que se pudiera llegar y extender la mano estrechándola al intercambiar puntos de vista respetando que cada uno tuviera el suyo, aunque el de la derecha y el de la izquierda sean/deban serlo tan diferentes. Para eso está la democracia, para arbitrar soluciones que convenzan a todos. No sólo con la mayoría en las urnas, también por el hoy por ti y mañana por mí. La alternancia debería poner el justo término a las desavenencias. Parece tan fácil, tan bonito…

Seamos lúcidos: Es siempre la derecha quien rompe los pactos, quien no se contenta con nada, quien se resiste a no tener razón. Sin duda está habituada a ganar limpio en las urnas y sucio en los cuarteles. Ella ataca, siempre ataca, es un hábito dirigido por quien lo lleva verdaderamente, por quien debería poner paz. Cuando se cantaban viejas canciones como la que canta el niño de la manifestación, enviaban a luchar contra la República desde los confesionarios a los seminaristas y a los fieles cuando se confesaban. Ahora el clero sale a la calle. Tarde pero al fin se ha decidido. Sale contra «los malos», como siempre. Con lo bien que nos hubiera venido a todos que lo hiciera en el franquismo. Entonces Madrid no tenía calles, sólo una gran plaza, la de Oriente, para aplaudir. Pero, ¿por qué hablo del pasado y pienso en la maldita guerra? ¿Por qué tengo tanta tristeza que me ha llegado repentinamente con un «viva España» y una canción? No debería volver atrás. Incluso hacerlo me pesa en el corazón como algo parecido a la mala conciencia. No habría que volver, me digo, a hablar de entonces, ni del odio, ni de las dos Españas. ¿Por qué no? Me contradigo de inmediato. No lo hago para sembrar cizaña, sino para tratar de mirar al futuro desde la lucidez que nos debería regalar el pasado. Hay que llegar a ¿pactos? que aproximen a la ciudadanía en vez de separarla, pero… porque hay un pero: Cuando se trata de pactar la izquierda con la derecha, es a la izquierda a quien se pide que ceda para que se apee de sus principios, para que se diluya. Es decir, nos enfrentamos a ellos rompiendo una paz que todos nos merecemos, adelgazando de paso, como si siguiéramos todavía con el hambre de la posguerra, y hablo del colectivo y no de los individuos, o nos amoldamos a ellos aceptando el papel de perdedores que la historia nos adjudicó, y me parece que no hay que estar por la labor. Nos consideran duros porque resistimos. Mejor que no sepan que somos unos sentimentales. Querríamos convivir donde la derecha sólo quiere ganar.

Asunción, Asunción… anda, niño, cállate ya, que no sólo me estás dando la lata, sino mucha, muchísima pena, al pensar que te harás mayor cantando siempre lo mismo. ¡Qué aburrimiento y qué dolor!