El tiempo y la memoria es el título del último libro de Julio Anguita. Un libro en el que recorre sus avatares personales y políticos de su vida con la colaboración del periodista Rafael Martínez Simancas. Con un estilo intenso y contenido, su infancia, su adolescencia, su iniciación y práctica política aparecen sin nostalgia. Con un estoicismo no exento de desgarros. Es la crónica de un tiempo histórico que desmenuza desde una posición privilegiada: ser testigo y protagonista de lo que se narra. Esta entrevista ha sido un reto. Pocas veces conversé con él. Esporádicos encuentros, aunque ambos pertenecemos a la misma generación de andaluces que un día tuvimos que irnos a la Universidad de Barcelona para continuar nuestros estudios universitarios. Él estudiaba Historia Moderna y Contemporánea por libre. Sólo iba en la época de exámenes donde se encontraba con sus compañeros de facultad. Allí sólo lo conocí por referencias. Después, vino lo que vino. Ahora, después de tantos años, es más que grato poder conversar sin esa distancia diferenciadora que separa lamentablemente al dirigente y al militante de base.

M.O.: Antes de comentar su libro, comentar que su título, «El tiempo y la memoria», nos parece tan sugerente como ambiguo. ¿Qué nos quiere decir cuando habla de «tiempo» y «memoria»?
J.A.:
Varia cosas. Primero voy a empezar por la memoria, tema de actualidad. Una cultura y una civilización son una fuerza política. La tendencia cultural de capitalismo es hacer de la vida un eterno presente. Estamos en un momento en que las cosas se usan y se tiran. Estamos siempre en el día de hoy. No hay historia ni memoria. Ni hay futuro. Esto ha contaminado a la actividad política. Pero la política que propugna la revolución vive de memoria porque ésta humaniza y establece la relación acción causa efecto. Para mí hablar de memoria es fundamental, pero más en esta época en la que existen debates que todavía recurren al tema de «la pinza», el hundimiento del comunismo… En segundo lugar el tiempo, para mí, enraizado en la cultura andaluza, el tiempo es el que cura heridas, sanciona cosas, demuestra lo que había de verdad y de mentira. Pero para esto hay que tener paciencia. En esto soy muy árabe. Cuando di la última rueda de prensa como Coordinador General de IU, anuncié mi retirada que algunos periodistas no me creyeron. Me fui pero sigo combatiendo. Cambio de trinchera, pero no de guerra. No asumo el sistema y lo combato. Cumplí lo que dije: «durante dos años no hablaré, pero voy a trabajar». Y lo he cumplido. Han pasado más de dos años y vuelvo a una etapa que quiero desmitificar. Quiero pulverizar muchos mitos creados en torno a figuras de la izquierda, que nacieron y se creían revolucionarios. Me debo a mi marxismo militante y a mi biografía. Porque aunque estamos en el mismo partido político y partitura, cada cual toca su particular instrumento. Yo no reniego de mi cultura, historia, sueños, fracasos, errores que me dijeron que la teoría marxista es correcta.

M.O.: Es decir, que está hablando Ud. de personalidad.
J.A.:
Sí, pero no de individualidad. No hablo del líder sino de las personas específicas que son parte de una fuerza política pero que también son ellos. Con la pérdida de esta perspectiva estamos perdidos. De ahí el tiempo y la memoria. Es una invitación a reflexionar.

M.O.: Por otra parte, usted aparece como coautor del libro, aunque el narrador escribe en primera persona. ¿Tiene que ver esto con la veracidad de lo que se cuenta en forma autobiográfica’?
J.A.:
Soy bastante perezoso para escribir, aunque escribo mucho. He escrito muchos informes, intervenciones parlamentarias… Pero para este libro, necesitaba alguien que grabara mis palabras y me diera su punto de vista. En este caso, aunque en el libro algunos capítulos son de mi puño y letra, Rafael Martínez Simancas me provocaba la reflexión sobre mis puntos de vista. Otras publicaciones sé que tendré que abordarlas personalmente.

M.O.: Al principio leemos: «La exaltación del líder sin proyecto produce una figura de barro. Por eso prefiero el término «dirigente», por otra parte palabra tan preferida por Bertold Brecht, y analizada por W. Reich. Su afirmación pone al descubierto, entre otras cosas, la ausencia de análisis crítico de las masas con todos los problemas que esto conlleva. ¿En que medida es o no correcta nuestra interpretación?
J.A.:
Aquellos que eligen al líder y lo votan son los que al día siguiente lo «ponen en el paredón.» El líder también es un producto de consumo, como una construcción del deseo de la gente de tener un santo o un dios que automáticamente abandonan por otro. Forma parte del consumismo que el capitalismo ha introducido en el campo de la política. Por tanto, el líder representa la esperanza que en el mercado político puede tener una buena marca para que venda. En este caso vender es llegar a las instituciones, mientras el dirigente implica, como un director de orquesta dirigir una partitura. En este caso, la idea de conjugar lo colectivo con lo individual se armoniza. El líder es elegido en función de su capacidad no de su imagen. Otra diferencia entre el líder y el dirigente es que el primero pide adhesiones, mientras que el segundo demanda participación, apoyo y crítica.

M.O.: Esto que acaba Ud., de enunciar se emparenta con Bertold Brecht. ¿En su época anterior era consciente de estos planteamientos?
J.A.:
Recuerdo que en mi primer mitin tenía la idea de una manera de actuar que significara la unión entre la pedagogía y la palabra que llegara también al corazón. En un ambiente enfervorecido, después de tanto tiempo de silencio, percibí que aquella forma prendió en el público asistente. Franco había muerto y no podíamos quedarnos en la alegría de su desaparición. Había que explicar que era la expresión del capitalismo español y que se había apoyado en la Iglesia y en determinadas capas de la sociedad. Utilicé la didáctica muy cercana a la que propugna B.Brecht. Y esto marcó mi forma de actuar porque el saber también hay que socializarlo. Sin conocimiento no hay revolución. Por esto digo que el comunismo es una idea culta, una etapa superior que implica otro hombre que se preocupa por lo que pasa para poder superar el monopolio cultural de la burguesía. Este combate no lo estamos haciendo.

M.O.: La infancia es un lugar recurrente en toda literatura memorialística, sin embargo no apreciamos en su libro ese espacio edénico que otros inventan, sino más bien el primer camino de una iniciación en el deber y el compromiso. ¿Cómo influyó esta circunstancia en su trayectoria posterior?
J.A.:
Yo era hijo de una familia de vencedores de la guerra. Pero pobres. Mi padre, brigada del ejército, que aunque estaba de acuerdo con el régimen, era muy raro. A veces él decía que ningún soldado tenía que limpiarle las botas. Un día me sorprendí cuando le oí decir, conversando con mi abuelo sobre el régimen, que lo que a sangre entra a sangre sale. Pero a mí me educó en el sentido del deber y del honor tradicional, algo de lo que me siento orgulloso. También me inculcó el sentido de la dignidad no sólo personal sino colectiva, que es una de las claves del éxito de la revolución cubana. Estas aportaciones las llevé a mi formación política y al pensamiento filosófico que intento mantener.

M.O.: La experiencia docente en Montilla y Alicún de Ortega son los destinos finales de su toma de conciencia de la realidad y la ejemplificación del compromiso político creciente que se produjo dentro del profesorado durante los años sesenta y setenta. Militancia y docencia iban unidas ¿Cree que a partir de la LOGSE, con tanta parafernalia psicopedagógica, se inició la desmovilización social y política del profesorado?
J.A.:
Hay más. La psicopedagogía es necesaria pero intentó sustituir la calidad de la enseñanza. Ahora todo se quiere resolver con la tecnología. Un profesor debería utilizar primero, el método socrático, Después, el ordenador. Sócrates no puede ser sustituido por un ordenador. La escuela, por otra parte, es el reflejo de la sociedad. Falta la autoridad moral de los padres que también se han hundido y, los alumnos, no generalizo, están desmotivados, convenientemente sedados y rebeldes sin causa. El mal está en que la sociedad está enferma y produce seres enfermos.

M.O.: En el capítulo cinco, partiendo de Carlos Marx, propone que hay que crear una conciencia de la situación en los explotados y marginados aunque se resistan con un discurso basado en la razón y no en la emoción. Sócrates y B. Brecht son sus referentes. ¿Estando de acuerdo con Ud., no nos olvidamos que vivimos en la sociedad de la imagen, del simulacro y del espectáculo?
J.A.:
Aquí voy a decir una blasfemia. Me importa un higo. Sé que estamos ante un Goliat pero quisiera ser un David colectivo con una onda. Cuando se desató la campaña de la pinza, redacté un pequeño panfleto que se repartió por las bocas del metro de Madrid. De cinco diputados pasamos a seis. También ante el peligro, organizamos dos encuentros con cuadro, en Málaga y Sevilla. Y después todo se explicó con sendas ruedas de prensa. Cuando tuve el enfrentamiento con el obispo, redacté un pequeño escrito que la militancia lo repartió en la calle. Esa pequeña resistencia puede darle la pedrada a Goliat. Ahí esta la solución: la comunicación alternativa. Esto no quiere decir que desdeño a los medios, pero sé que no son los nuestros. Por esto, si los cuadros medios del Partido y personas cualificadas no son utilizados en el Manifiesto-Programa es un grave error. Hay que movilizar a todos nuestros efectivos, aunque esto sea un trabajo lento como son las actividades agrarias. Un progreso tenaz y paciente.

M.O.: Este tema del que acabamos de hablar, recuerda el concepto gramsciano de «fantasía concreta», es decir, poesía. Ejemplifica Ud. el responso fúnebre en el entierro de Dolores Ibarruri como una nana, como un canto de vida. ¿No sería un principio de la izquierda alejarse del lenguaje de los media y comenzar a utilizar el lenguaje poético popular que proponía Antonio Machado?
J.A.:
La política desde la izquierda es poesía concreta. Una fantasía movilizadora. Me siento orgulloso en este terreno de mi «adios» a Dolores Ibarruri. No debemos olvidar que la cultura comunista no es profesoral, sino, al margen de los hechos históricos, en este terreno, tenemos una tradición de fantasía concreta.

M.O.: He echado en falta en la lectura de su libro más referentes literarios, cuando esto también puede motivar la curiosidad intelectual del lector.
J.A.:
Es cierto, pero he tenido miedo. Tenía pensado escribir sobre mis escritores predilectos, sobre todo de los clásicos. No sé explicar el porqué de este silencio en mi libro, aunque estoy convencido que la política necesita de la poesía y ésta de la política. Pero cuando lo he dicho he detectado algunas suspicacias.

M.O.: ¿Como hombre de izquierda, está de acuerdo que no se le ha hecho justicia al Grupo «Cántico» de Córdoba que en aquellos años sombríos sus poetas aportaron una estética que, de alguna manera rompía con la poesía oficialista del franquismo?
J.A.:
Sí. En este grupo estaba mi profesor de Filosofía y de Historia del Arte Ricardo Molina Tenor, autor de la Elegías de Sandua, que después de la de Rodrigo Caro a las Ruinas de Itálica, es lo mejor que se puede leer. Y digo, por decir algo. Después a algunos los conocí personalmente, como a Pablo García Baena que es el estremecimiento del estoico. Fue un mundo apasionante que estuvo ligado a los exilados Pedro Garfias y Juan Rejano. Desgraciadamente hoy, salvo en pequeñas minorías, el Grupo Cántico no está bien visto. No interesa.

M.O.: Una de las partes del libro más dolorosas por su lucidez narrativa es «La tensión como estado permanente de IU.» Es la crónica de la derrota de la izquierda. Es el mito de Sísifo contemporáneo, pero también el testimonio de una conciencia vigilante.
J.A.:
Primero debemos señalar el origen, cuando desde las dos orillas del Sinaí se ha criticado al PCE y a IU recíprocamente, como he denunciado. En toda esta tragedia, que ha tenido muchas secuencias y que yo he vivido, todo ha sido entre comunistas. Algunos casos concretos son anécdotas. Otros no. En el año 1991, cuando se piensa que el partido debe diluirse, quien inicia esta operación es Nicolás Sarturius, Palero, Juan Berga y otros del Secretariado. Entonces yo me encontraba en minoría. Pedían la disolución y la creación de una Izquierda Unida moderna. Ya sabemos los crímenes que se han hecho en nombre de la palabra «moderna.» Lo que se quería era una sucursal del PSOE. Se tenía in mente lo que habían realizado los italianos: el asesinato de partido comunista de más talla intelectual y de más experiencia de Europa. Aquí quedaron encandilados con lo que ocurrió en el PCI para estar en el poder sin transformar la sociedad. Después surgió Nueva Izquierda ¿Y de dónde venían? Del PCE. Pero existe otra mudanza, la del sindicato que también conecta con todo lo anterior en aras de la modernidad. Mi oposición era que no fuese la caja B de los votos del PSOE y sí programas o propuestas concretas con el Partido Socialista.

M.O.: Pero dentro de PCE había otras propuestas o corrientes.
J.A.:
Sí. Una, la que ha creído que la revolución es la unión del PSOE y el PCE en un bloque de instituciones. Otra, muy respetuosa con IU, la vieja guardia, que hunde sus raíces en la III Internacional. Y la que se formó en la lucha clandestina contra el franquismo en diferentes frentes. Todo esto, y como telón de fondo la caída de la URSS. En suma, el debate con Izquierda Unida siempre estuvo trampeado por su debilidad política, ideológica y moral y el efecto que producía el astro PSOE que, como fuerza política, tiene toda la legitimidad de defender y propagar su ideología.

M.O.: Cuando analiza el papel de los medios de comunicación, además de dejar constancia de sus vinculaciones con el poder político y económico expresa su actitud ética frente a ellos. ¿Fue consciente de que los medios del grupo PRISA, concretamente el diario «El país», cuando Ud. se negó puntualmente a un requerimiento suyo, iban a reaccionar con una respuesta tan beligerante y perversa?
J.A.:
Desde el principio; primero cuando estaba en Sevilla, y después, en Madrid. Cuando comenzamos a subir, fue tremendo. Tuvimos la oportunidad de elegir presidente a Felipe González, pero él prefirió a CiU. También pudimos hacer matemáticamente a Aznar, a la manera griega, la llamada «catarsis.» Sin embargo, la misma noche del 3 del marzo de 1996, me informan que se ha decretado en las altas esferas una campaña contra nosotros cuando superamos los dos millones y medio de votos. A partir de entonces comenzaron los ataques, los insultos, las referencias continuas a «la pinza,» mientras los sindicatos no nos hicieron ni caso cuando quisimos iniciar una política movilizadora contra Aznar. Siempre fui consciente y acepté el reto. No hay revolución sin el componente subjetivo. Volvería a hacerlo. Tenemos que seguir enfrentándonos a ellos, aunque todo dirigente debe utilizar cualquier plataforma para enunciar sus ideas y análisis.

M.O.: En el último capítulo «Ser comunista hoy» y el epílogo de «La memoria y el tiempo», se rompe la narración de los hechos para dar paso a la reflexión, al sentido de una vida y la apuesta por el futuro desde la subjetividad, algo apuntado anteriormente. ¿Pero como conciliar los presupuestos del materialismo dialéctico con un sujeto no ya enajenado, como apunta J. Jameson, sino no vinculado?
J.A.:
El materialismo dialéctico no es una ley inexorable, sino la probabilidad y la posibilidad. Una probabilidad no cierta. No creo en el destino. Llegar a la cumbre no es fácil, pero sí, reitero, una probabilidad exitosa. Pero esto significa que el materialismo histórico enfrenta al ser humano ante la necesidad de su compromiso con su propia subjetividad y con la historia.

M.O.: No puedo obviar el terreno personal. ¿Qué precio tuvo Ud. que pagar por tanta lucha y tanto sufrimiento, entre lo prometeico y lo absurdo de Sísifo?
J.A.:
El precio que he tenido que pagar ha sido varios infartos y soledad. Desde que fui elegido alcalde hasta mi periodo en Madrid ha sido una vida de agitación y de alerta ante tantos «Brutos» que me rodeaban. He tenido que callar hasta la saciedad. Afortunadamente, mi afición a pasear esta soledad, no la otra, me ayudaba a reflexionar y a distanciarme de la turbamulta política. Entonces pensé que el tiempo hablará y el tiempo está hablando. De ahí el tiempo y la memoria.

Una vez terminada la entrevista, recuerdo la imposturas de muchos -por escribir algo suave – que, como el Lazarillo llegaron a la cumbre de toda buena fortuna. Unos, como portavoces con voz prestada o «sindic de greuge» (defensor del pueblo) y otros, algunos casos que recordar no quiero. Sin embargo, le evoqué el poema «En la plaza» de Vicente Aleixandre, que con su voz queda puso el punto final: «Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo, // sentirse bajo el sol, entre los demás impelido, // llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.»