En Madrid y en parte de las Españas corren ríos de tinta acerca del sainete en que la candidatura del PSOE a la alcaldía de Madrid se ha convertido. Más linotipias y más decibelios difunden los prolegómenos de la feria electoral catalana. Gobierno y PP están a la greña por casi todo lo anecdótico. Salvo en la cuestión vasca dónde las diferencias entre ellos, observadas atentamente, son gesticulaciones de dos ineptitudes enfrentadas entre sí, y también a la empanada mental de ETA y sus acólitos. El proyecto de Estatuto Andaluz, más largo en su articulado pero más evanescente en sus contenidos, apenas despierta en Andalucía otro interés que el tamaño de los titulares o los epítetos que los dirigentes políticos se dedican mutuamente. Los sindicatos, bien gracias. Al contrario que en la fiesta de los toros, el público duerme la modorra y se abotarga mientras que los actores se expresan en mugidos o en gritos de desafío.
Y mientras tanto un señor llamado Felipe González Márquez recorre la geografía hispana y parte de la mundial dando conferencias en las que advierte sobre la «dulce decadencia europea» y alerta sobre la pérdida de competitividad de Europa ante USA y Asia. Atribuye el origen de esa pérdida al «rígido» sistema europeo de relaciones laborales y a la actual negociación colectiva sectorial porque «el problema no es la duración de la jornada ni de productividad por persona ocupada, sino que hay que estudiar con detalle el valor de la hora de trabajo de cada persona». En resumen, para el señor González Europa debe propiciar un «cambio de Cultura».
El conferenciante no hace otra cosa que erigirse en intelectual orgánico de la cosmovisión neo-liberal que lleva casi tres décadas avanzando en detrimento de las posiciones y valores de la izquierda política, sindical, intelectual y cultural. Cuando el ex Presidente aboga por un profundo cambio cultural no hace otra cosa que replantearse los cimientos que han sustentado- aunque de lejos- el modelo social llamado «Estado del Bienestar». Todas las disquisiciones y onanismos varios acerca de los «diferentes capitalismos» quedan subsumidos en una realidad que aterra: volvemos al Capitalismo decimonónico.
La exaltación del empresario como único creador de riqueza; el olvido del trabajador como creador de Valor; la negociación bilateral entre éste y su empleador; la práctica eliminación del carácter vinculante de los convenios; la precariedad; las contratas, subcontratas y la siniestralidad no son sino los hitos que van jalonando el retroceso. Y el problema no estriba en intentar instalarse en modelos y comportamientos ya convenientemente eliminados por el poder económico; la cuestión no consiste en una regresión a la cultura clásica del Bienestar con sus buenas dosis de egoísmo primermundista sino en fijar como metas irrenunciables los Derechos Humanos sociales y políticos para todos los hombres y mujeres del planeta. De esta apuesta internacionalista, pero organizada, deben surgir las organizaciones políticas, sociales y culturales que pongan sobre sus pies un mundo alternativo y moderno.
O los instrumentos actuales se adecuan, reforman, rejuvenecen (no es cuestión de edad sino de valores e ideas) y se organizan en nombre de una voluntad fundacional o perecen carcomidos por la gangrena y la esclerosis. Felipe González nos da -sin querer- elementos para una reflexión actual sobre el Manifiesto-Programa.