No estoy para bromas y, sin embargo, sé que debo tomarte a broma (pesada). Si mi lado izquierdo estuviera fuerte estaría riéndome de verte tan anquilosada, tan pesada, tan obsoleta. Lo malo de tener tan claro lo antigua que eres es que me da vergüenza no haberte podido vencer lo suficiente como para que te vieras obligada a cambiar, por lo menos, de talante y de formas, ya que tus intereses de toda la vida son inmutables y, planteados democráticamente, respetables, aunque muchos sepamos que tu bienestar es nuestra desgracia.

De manera que comparto contigo eso de que no se puede dejar a cualquiera competir en el mercado electoral si no sigue las reglas de la Cámara de Comercio correspondiente. Y siguiendo tu fácil irritabilidad, lo rápido que pronuncias palabras como «intolerable», me sumo a tu indignación y te propongo no ya un pacto antiterrorista como el que añoras sino, más allá, un pacto global contra todas las violencias y contra todos los poderes absolutos, vengan de donde vengan.
Para empezar, ¿qué te parece la idea de reprimir los poderes de los aparatos de los partidos a la hora de confeccionar las listas (cerradas) de candidatos?. Vamos a por las listas abiertas, anda, y que los ciudadanos voten a las personas que mejor les parezcan y, sobre todo, que no tengan que votar por disciplina ideológica una lista cuando dentro de ella va gente que no te cae simpática.

Para luego se me ocurre que podíamos penalizar, en cada circunscripción, a los candidatos que repiten a pesar de su mal gobierno. Por ejemplo: si durante tu gestión te han tenido que devolver algún proyecto urbanístico por impresentable (y fíjate como hay que ser de impresentable en este país para que no cuele tu plan), o si en tu municipio aumenta el gamberrismo contra el mobiliario público o la violencia de género o el mobbing. ¿Cómo vamos a votar con la misma alegría a un prometedor inmaculado que a uno que ha sido incapaz de cumplir sus promesas? Incluso, si estuvieras de acuerdo, podríamos limitar el número de veces en que un ciudadano pueda ejercer de cargo público por elección. Si es de los que quiere ganarse una estatua, que se la trabaje en los primeros cuatro años y deje paso inmediato a otros candidatos a próceres. Los escultores estarían contentos y nuestras calles y plazas ganarían con tanta muestra de arte público.

Como somos demócratas y queremos defender la cultura democrática, única vertebración posible de esta sociedad y su mercado, también pactaremos que todos los electos puedan ser desposeídos de sus cargos democráticos en cuanto no salgan al paso ni condenen cualquier atisbo de infamia lanzada sobre sus honorables adversarios políticos. Publicado el insulto correspondiente, los cargos tendrán un plazo de cuarenta y ocho horas (veinticuatro para pensárselo y otras veinticuatro para redactar) transcurrido el cual deberán hacer público un manifiesto en el que se repudie la violencia verbal y se proclame la unidad de los demócratas. Por supuesto estará bien visto el envío de un ramo de flores (ramo y no corona ni palma) a casa del insultado con un tarjetón de ánimo para superar el desagradable incidente. En fin, Derecha mía: ¡Tantas cosas podríamos pactar a gusto con nuestro sentido exquisito de orden moral! Otra cosa son las guarrerías económicas, pero no pidamos lo imposible. Esta legislatura podría ser la de las buenas formas. A ver si nos amansamos y podemos discutir satisfactoriamente de cómo nos apañamos la coexistencia.