Hay imágenes que se te quedan prendidas en algún lugar entre la memoria y el corazón, cosidas al recuerdo por la invisible aguja con que el tiempo acomoda a la razón. Evocarlas duele por lo que tienen de triste presentimiento de lo que ha de acontecer, pero, inevitablemente, acuden a tu mente, más aún cuando lo que no era sino mal presagio ya se ha convertido en cruel realidad.

Cada uno tenemos las nuestras y a pesar que hoy son la demostración de tu acierto, a pesar que no sirvan de consuelo, ayudan a seguir caminando hacia esa línea del horizonte que, quiénes se han dado por vencidos, llaman utopía.

Yo tengo una especialmente guardada en el recuerdo. Se trata de la fotografía de dos jóvenes afganas de melena negra al descubierto, bellas como es bello lo que aspira a la libertad, la sonrisa dibujada en los labios, la firmeza en sus miradas colocada más allá del objetivo de la cámara que las retrataba, puesta en la esperanza. El fusil que aferraban contra su cuerpo dejaba claro que pensaban defenderla hasta las últimas consecuencias. Pero no era eso lo que llamaba la atención. Había algo más, algo que pocas veces trasciende a la imagen misma haciéndola poderosa. En sus rostros se adivinaba la necesidad de la última batalla, la que, si se perdía, acabaría por romper sus destinos como seres humanos libres. Lo que les esperaba tras ésta si sobrevivían, era o la vida o la muerte en vida. Y ellas más que nadie eran conscientes de ello. Decía el breve texto que se extendía bajo su imagen: «Jóvenes milicianas voluntarias se disponen a defender Kabul del asedio final de los mujaidines».

Era entonces cuando los periódicos – los nuestros, los del rico mundo occidental, los que subsisten gracias a la publicidad de prostíbulos y especuladores – hablaban de la gloriosa resistencia del pueblo afgano contra la feroz invasión soviética. Era entonces cuando el mundo rico occidental – el nuestro, el mismo que ahora se lleva las manos a la cabeza y observa temeroso el auge del integrismo islámico – armaba a todo aquel que le sirviera en su afán de derrotar el comunismo, o al menos lo que de éste quedaba.

Así, entre guerras y más guerras, entre mercados que se imponían a otros mercados – ¿para qué si no son las guerras? – entre los errores de unos y el dinero de otros, el capitalismo se alzó como único campeón y su voracidad, único pensamiento. Entonces llegó la tarea de librar a los vencedores de enemigos molestos que estorbaran al reparto del botín. Fue entonces que siguieron armando y financiando a todo aquel que ayudara a su estrategia geopolítica de aislar a Rusia y las emergentes potencias orientales. De en qué se había convertido la vida de los pueblos sometidos a gobiernos teocráticos, sanguinarios, castradores, atávicos, bien poco importaba. Los llamados guardianes de la Revolución Islámica nos convenían en cuanto que lo que mejor guardaban eran las ansias de progreso y libertad, o mejor dicho, los que mejor las abortaban. Quienes obligaban a las mujeres afganas a vivir bajo el reino del terror, ocultas tras el burka, despojadas de cualquier ínfimo derecho, eran los mismos que combatían en Kosovo junto a las tropas de la O.T.A.N. Hasta allí llegaban a bordo de los aviones de la coalición, disparaban con armas de la coalición.

«Siembra vientos y recogerás tempestades», dice el refrán. Y eso es lo que ha pasado. Mientras ellos luchaban contra los vientos, no se ocupaban en ver cómo les expoliábamos sus recursos. Eso nos interesaba. Pero ahora la tempestad se ha extendido. De nada han valido las invasiones posteriores – intervenciones humanitarias, se llaman – sino para que ésta se haga más y más grande.

Mientras, yo, intento adivinar el rostro de aquellas dos milicianas entre las fotografías actuales de mujeres afganas, ahora con el rostro sumido en la desesperación, el pelo encanecido por el sufrimiento, la mirada baja, humilladas, sometidas, cubiertos sus mancillados cuerpos bajo el yugo del burka, negadas sus vidas.

¿Acaso es eso lo que allí están defendiendo los ejércitos de la democracia? ¿Tal vez el opio? ¿A costa de qué, nuestro bienestar?