Derecha mía: Me faltan las palabras y me sobran los insultos. Lo de insultar es, para la izquierda, la manifestación más elocuente de impotencia dialéctica y para ti, la constatación de que se puede. Lo de las palabras, según está la correlación de fuerzas mediáticas, es batalla perdida ante tu superior capacidad de manejarlas y lanzarlas para su consumo sin saborear, a lo pavo que se engorda para Navidad o pato al que se le provoca una cirrosis para después comerle un hígado adobadito en su patología.
Así nos hacen con las palabras convertidas en pienso diario que te condiciona el reflejo y el comportamiento.
En estas últimas semanas de fiestas entrañables en la que convives con la familia en torno al televisor, se me han cruzado por la cabeza varias propuestas publicitarias que parecen perversamente relacionadas con el empeño, antaño tan noble, de construir un hombre nuevo. Ahora el hombre nuevo es casi un cyborg, como ese atleta de pies de carbono al que no dejan competir porque dicen que lleva ventaja: no será por no tenerse que atar las zapatillas. Reconozco que es un caso pionero, que dentro de poco habrá que crear modalidades que permitan competir con toda la parafernalia que puedas llevar encima o con Bluetooth, fuera de cobertura o en zona wi fi, con himno cantable o tarareable.
Una de las propuestas consistía en entrenar el cerebro, y los que han elaborado el método han conseguido una síntesis perfecta entre tradición y cacharrería tecnológica: se trata de jugar a piedra, papel y tijera con una maquinita que luego te comunica tu edad cerebral. No repuesto de tan singular prueba de amor propio leo en El País un artículo defendiendo que la jubilación se retrase, como si nuestra productividad y nuestra experiencia valieran algo en el mercado actual que se ocupa de lo que antaño fue Sector Público y Administración Idem. Inmediatamente me dá por pensar si no puedo ofrecer los resultados de la maquinita como prueba irrefutable de que me merezco una jubilación anticipada aunque sea parcial. Luego miro distraídamente la pantalla de tv con Full HD, Perfect Píxel, Ambilight Spectra, 3 msec response time y diccionario de inglés y recibo la noticia de que el Sr. Rajoy está preocupado ahora con la economía. En fin, también los obispos están preocupados por sus familias y eso que ellos apoyan el sistema económico que más ha hecho por liquidar la convivencia familiar a base de horarios laborales absurdos y modelos de consumo que se alejan mucho de la austeridad y la humildad de la iglesia de Jesús.
Buscando un respiro para mis desbocados pensamientos me lancé hacia una de las nuevas plazas públicas del ocio, consumo y terapia ocupacional: entre las franquicias y el super de alimentación habían embutido una instalación wii y el personal usuario andaba como cazando moscas delante de una pantalla. Comentan los entendidos que ya hay gente lesionada de dar raquetazos al aire, pero los niños y mamás que jugaban en el corralito de la gran superficie parecían contentos de estar interactuando con una pantalla. Vamos directos, con Llamazares al frente, hacia una Second Life. Y tan contentos de dar palos de ciego.