«Hay que flexibilizar el mercado laboral y moderar los salarios». Esta es la receta propuesta recientemente por Trichet, presidente del Banco Central Europeo, para sortear la actual crisis e impulsar el crecimiento económico. Proclama, por otra parte, repetida ad náuseam a los asalariados españoles y sobre la que se ha configurado la estrategia de desarrollo de la economía española durante las tres últimas décadas.

Durante este periodo se ha profundizado en ambas políticas con el objetivo de facilitar la revalorización del capital. La política de empleo mantenida ha insuflado un creciente grado de precariedad al mercado de fuerza de trabajo: instauración de nuevas modalidades de contratación favorables al capital -el papel del primer gobierno del PSOE en este sentido es muy significativo-, abaratamiento del despido, movilidad funcional y endurecimiento de las condiciones de acceso a la prestación por desempleo son sólo las medidas más importantes en las que han profundizado las sucesivas reformas laborales. La contención salarial, con el objetivo de incrementar la competitividad y mantener el nivel de inflación, ha conformado el segundo eje sobre el que se ha articulado el proceso de acumulación español: la fijación de tasas de crecimiento salarial inferiores al nivel de inflación y al de los avances en productividad, ha sido una constante en la negociación colectiva desde los Pactos de la Moncloa.

Para justificar el carácter exitoso de este modelo, se suele señalar el encumbramiento de la economía española como la octava economía mundial y el acercamiento, en términos de renta media, a las principales potencias capitalistas.

El mayor avance en términos de crecimiento económico se exhibe tras superar la crisis de los primeros noventa, precisamente cuando la aplicación del Tratado de Maastricht exigía el recrudecimiento de las políticas planteadas. A partir de ese momento, el ritmo inversor se reactiva y experimenta una dinámica positiva que provoca la contención de la tasa de paro -si bien es verdad que en un nivel elevado, en torno al 10%-, así como que el nivel de empleo se haya incrementado anualmente.

Durante el periodo 1976-2005 la tasa media anual de crecimiento de la economía española fue del 2,87%, bastante discreta si es comparada con la alcanzada en la fase posbélica -del 6,81% durante el periodo 1950-1973- pero que ha sido superior a la de la mayor parte de las principales economías capitalistas. De esta manera, es comprensible el proceso de convergencia respecto a estas economías en términos de ingresos totales medios: aunque aún por debajo de los niveles de EEUU, Japón y la UE-15, las diferencias alcanzadas al finalizar este periodo son mínimas. Especialmente significativa es la comparativa respecto a la UE-15, conjunto de países con el que la economía española ha compartido gran parte de las reformas institucionales del periodo: la convergencia se ha acelerado durante la última etapa expansiva, pues se ha conseguido crecer a una tasa media anual superior en un 1,4% a la de este grupo de economías.

A nivel global, el progreso material alcanzado es contundente. Pero, ¿ha sido igualmente aprovechado por todos? El análisis de la evolución de las rentas salariales, de las que depende la mayor parte de la población española, permite afirmar que no ha sido así. Por una parte, el salario relativo de la clase asalariada ha descendido. Dejando al margen los impuestos netos del Estado, el total de rentas salariales suponía el 55% de la renta nacional en 1976; treinta años más tarde, su peso relativo desciende hasta el 52,75%. No obstante, la trascendencia de la esta involución sólo puede ser entendida si se combina con la dinámica de la estructura social española, que ha quedado caracterizada por su asalarización: si al inicio del periodo los asalariados representaban el 71% de la población, en el año 2005 éstos alcanzaban ya el 84%. El resultado es evidente: la clase asalariada, cada vez más engrosada, ha recibido una porción inferior del producto total. Por lo tanto, los resultados derivados del proceso de crecimiento han sido distribuidos de manera regresiva para los trabajadores.

¿Qué ha ocurrido en relación a los salarios reales? La evolución global del periodo permite hablar de incremento del poder adquisitivo de los asalariados, pues el salario real medio por empleado ha crecido a una media del 0,78% anual.

No obstante, el crecimiento anual medio de los ingresos totales medios alcanzó el 2,07% durante esta misma fase, corroborando el desigual disfrute del avance material. El resultado es aún más paradójico si se limita el análisis a lo ocurrido en la última fase expansiva (1994-2005): mientras que los ingresos totales medios crecieron al 2,65% de media anual, el poder adquisitivo de los trabajadores no ha dejado de mermar año tras año. De este modo, el valor del salario real medio en el año 2005 se ha situado en un nivel similar al que presentaba en 1991.

Desde posiciones oficiales son varias las explicaciones que se han ofrecido para comprender la erosión de la capacidad adquisitiva de la clase asalariada. Quizá la comúnmente aceptada es la que se basa en que la creación de empleo durante estos últimos años ha supuesto la integración de mano de obra en el mercado de fuerza de trabajo poco cualificada, y por tanto con baja remuneración, lo que explicaría el descenso del nivel medio de los salarios. Es decir, la caída solo estaría reflejando la entrada de estos nuevos ocupados; así, no habría perjuicio para la clase asalariada: los anteriormente ocupados no verían alterado su nivel de ingresos, y los recién incorporados, aún a costa de recibir poco salario, escapan de la situación de desempleo.

Sin embargo, la dispersión de los salarios en España ha disminuido. Según datos de la OCDE, las diferencias entre el 10% de asalariados que reciben una mayor remuneración y el resto de trabajadores se han reducido a lo largo de esta etapa, lo que refuta el anterior argumento.

También hay quien considera estas tendencias como el resultado de la presión a la baja salarial que ejerce la inmigración; no obstante, conviene apreciar que el deterioro salarial es anterior a la incorporación significativa de la fuerza de trabajo inmigrante a la economía española.

Más bien, los resultados mostrados evidencian el carácter antagónico del proceso de acumulación capitalista: la tendencia estructural al incremento de la explotación explica la polarización social en términos de renta. El contundente progreso material experimentado por la sociedad española durante estos años se combina con el empobrecimiento relativo -descenso del salario relativo- de una clase asalariada cada vez más nutrida; incluso durante la etapa en la que se alcanza un ritmo de crecimiento más intenso, el empobrecimiento se produce en términos absolutos -caídas del salario real.

* Profesor de economía y candidato a Doctor en Economía Internacional
y Desarrollo