Nos topamos una vez más con las perspectivas de una crisis económica. Desde 2001, tras la crisis de la burbuja bursátil, la economía mundial ha registrado la peor evolución de las últimas décadas. El FMI pronostica una desaceleración del crecimiento económico global desde el 4,9 al 4,1% en respuesta a las continuas turbulencias financieras, pero las previsiones para 2008 en las economías más avanzadas son verdaderamente preocupantes: la triada formada por Estados Unidos, Japón y la Unión Europea-15 reducirá su expansión al 1,5-1,6%, con serios problemas en la denominada locomotora norteamericana. En este contexto, las grandes instituciones se preguntan si la economía mundial puede desacoplarse de la dependencia de Estados Unidos en caso de recesión, pero a tenor de la estrategia china de vincular su moneda al dólar para no perjudicar sus exportaciones no parece muy factible.

Haciendo un poco de memoria reciente los paralelismos saltan a la luz. En la segunda mitad de los noventa la burbuja bursátil (recordemos el boom de las punto com y la nueva economía) fue alimentada por la política económica del gobierno del «demócrata» Clinton, al mantener unos tipos de interés muy reducidos que impulsaban el endeudamiento de empresas y particulares, y un dólar apreciado que llevaba a un gran déficit compensado con las entradas de fondos procedentes de Asia. Las familias veían como la valorización de su patrimonio se incrementaba, lo que les permitía endeudarse para aumentar el consumo, mientras las empresas hacían lo propio y ganaban grandes suman en el mercado de títulos. Este endeudamiento alimentó el crecimiento exponencial de los precios de la vivienda y el valor de los activos de los hogares.

Simultáneamente la tasa de rentabilidad en el ámbito productivo se estancaba o retrocedía desde finales de la década. La nueva economía y el supuesto capitalismo popular se desvanecieron como un castillo de naipes. La realidad volvió a ser la de siempre: ajustes de plantillas, desempleo y precariedad acompañados de salarios estancados. Ahora el proceso es similar. El crecimiento del sector inmobiliario desde 2000 ha sido una consecuencia de una crisis subyacente en el ámbito productivo, por lo que los capitales han pretendido obtener una ganancia en el sector inmobiliario que no podían lograr en otros ámbitos, pero no es sino un proceso que repite lo sucedido años atrás, si bien las consecuencias pueden ser de mayor alcance. En efecto, mientras hemos asistido a una profundización en la precariedad de las relaciones laborales, el ladrillo parecía desvincularse del ámbito productivo, surgiendo poceros y recalificaciones por doquier, por lo que las consecuencias de esta asimetría no deberían sorprender a nadie.

Caracterizando la crisis económica
Para los organismos oficiales y sus portavoces a sueldos, las crisis son perturbaciones pasajeras del equilibrio natural al que tiende indefectiblemente el sistema económico. Sus causas obedecen sistemáticamente a factores exógenos, y siempre encuentran los alzas de los precios de las materias primas o las sempiternas rigideces del mercado laboral y los salarios excesivos para achacar la fuente de los males.

En este caso es «un problema en un sector de una economía -el mercado de la vivienda de Estados Unidos- que se extendió al mundo entero.» Desde la crisis de 1970s, que ha determinado la evolución económica posterior, hemos tenido la década perdida de 1980s para el mundo subdesarrollado, el crack bursátil de 1987, el estancamiento de la economía japonesa en 1990s, los problemas del sistema monetario europeo en 1992-1993, las correspondientes a México (tequilazo) y otros países de América latina a mitad de los noventa, el colapso de Asia en 1997, la crisis de la Argentina de la convertibilidad y la explosión de la burbuja bursátil a principios de la actual década…pero el discurso neoliberal permanece impertérrito.

Por el contrario, la crisis económica es un momento ineludible del proceso de acumulación de capital. La economía capitalista muestra una tendencia hacia el descenso de la rentabilidad empresarial, verdadero leiv motiv de la producción, fundada en un incremento de la mecanización del proceso productivo (la dinámica de inversión), y no por supuestas razones del ámbito de la distribución como la cantinela de los altos salarios que asfixian los beneficios empresariales. Así pues, la función de la crisis sanear, es decir, recomponer las condiciones de valorización del capital, para lo cual las quiebras de ciertos capitales y la extensión del desempleo y la precariedad, la caída de los salarios y el empobrecimiento de los trabajadores no son accidentes históricos, sino procesos funcionales al capitalismo. En consecuencia, no se deriva de una determinada política económica del gobierno de turno, sino que responde a la propia dinámica del sistema económico capitalista.

Ahora bien, las causas últimas de la crisis no coinciden con las manifestaciones visibles de la misma. Una crisis que se explica por un descenso de la rentabilidad se manifiesta contradictoriamente como una crisis de sobreproducción porque las empresas no pueden vender sus mercancías o, como ha ocurrido recientemente, por ataques especulativos contra una moneda, caídas de las cotizaciones bursátiles o del mercado inmobiliario. Pero precisamente la importancia adquirida por los mercados financieros ha sido un producto del estancamiento de la llamada economía real y reflejada por los niveles de inversión productiva.

¿Qué hacer?
Estas coyunturas deben impulsar la toma de conciencia del movimiento obrero, sentirse parte de una misma clase social con intereses comunes y entender que el capitalismo implica objetivamente una ofensiva hacia sus condiciones de vida. Pero no se puede asumir el discurso dominante de la competitividad, el objetivo debe ser siempre mantener y ampliar las conquistas sociales, para lo cual se debe intentar extender las fronteras de actuación mediante la progresiva unión de las diversas organizaciones sindicales nacionales. Y por supuesto, empezar a darnos cuenta de que nuestro problema es el capitalismo, y ser radical significa ir a la raíz del problema.

*Profesor de Economía de la Universidad de Comillas y Doctor en
Economía Internacional por la UCM