Hechos sucedidos en el mes de marzo de 2008 tuvieron una especial significación en el conflicto colombiano. Son aquellos que pueden ofrecer lecturas no sólo coyunturales sino más de largo plazo y de hondo calado. Pero como pasó con muchos otros acontecimientos graves, que marcaron épocas o ciclos de esta vieja confrontación, sobre sangrantes responsabilidades se pasará página, es decir que entraremos a nuevos capítulos de guerra sucia e impunidad, mientras el continuum de barbarie se eleva más allá del tradicional plano de las intenciones de desmoronar las luchas sociales y políticas contra el statu quo de injusticia, pues todavía más lejos, dos expresiones-inversiones están operando, con franco éxito: hacer pasar el terror de Estado como justicia y, en relación con esta ecuación, presentar las diversas resistencias como amenazas a la democracia.
Lo anterior, sin embargo, estaría acorde con los tiempos del paradigma hegemónico del anti-terrorismo, y nada realmente novedoso hallaríamos, salvo la concatenación de los discursos globales y locales en una especie de país-laboratorio, como un reciente libro(1) y otros vienen denominando a la experiencia colombiana desde el año 2000. Discursos articulados en las líneas gruesas por selectos agentes, pero reproducidos y desdoblados por muchos otros actores en todo el orbe, en los que de modo muy hábil ante la evidencia del crimen, el victimario pasa y posa de víctima, tal y como es oficiada la cuestión por la prensa española, por ejemplo, en el tratamiento sistemático y altamente controlado del diario El País(2) , una de las empresas en la cadena de importantes negocios que efectivamente miran al botín colombiano. Lo que realmente convierte a Colombia en flamante o chispeante cuestión, desde un punto de vista de las culturas más críticas de derechos humanos, o sea aquellas que no se quedan en los moldes acostumbrados por convencionales e instrumentales, es poder ser un puzzle con el que se ha logrado confundir, neutralizar o disuadir incluso a voces de una izquierda, portadora de los valores y derroteros que, desde la sensibilidad, la indignación y el compromiso, hacen que no se renuncie a la lucha por alternativas anti-capitalistas.
En tal puzzle encajan con armonía y sin costes a sus detentadores, diferentes factores, no fácilmente sostenibles en otros ensayos de violencia sistémica: institucionalidad formalmente democrática, presentada incluso como prototípica; legados activados del pensamiento y la práctica de seguridad nacional que hizo carrera desde la década de los sesenta en América Latina (comprensiva de acciones distintivas de guerra sucia y de baja intensidad), combinada con recientes aplicaciones de espionaje allende las líneas fronterizas, y métodos con tecnologías de operaciones selectivas dentro de estrategias orientadas por militares y empresas de seguridad privada de Estados Unidos e Israel; poder mafioso, entronizado con el narcotráfico vertebral, con sus portales legales, como la ganadería, el lavado financiero y la actividad comercial; ejército de políticos benefactores y beneficiados de la depuración o selección previa a punta de terror y muerte ejercido por paramilitares (la designada parapolítica), que conformaron partidos o alianzas apoyadas y para coadyuvar en la plataforma y corriente encarnada en Álvaro Uribe Vélez, presidente desde el 2002, quien aspira a un tercer período (hasta el 2014); intensa conquista neoliberal de recursos y territorios estratégicos mediante un arco de empresas que van de las agroindustriales hasta las privadas de seguridad; y precisamente: mercado de mercenarios que van y vienen, de diferente origen y paga, entre otros componentes.
Pero la base en la que está montándose todo eso, no está terminada: está haciéndose, es procesual y toca el corazón de unos imaginarios, al punto que, puesta cada parte en el tablero figurado, para encajar tramos y tramas del puzzle con la armonía de las necesidades de acumulación capitalista en esta acelerada fase global y bajo la configuración especialmente violenta probada e incentivada funcionalmente en Colombia, cada pieza desprende su sustancia y se alimenta de una correlación fascista que se solidifica.
¿Fascismo en Colombia? Sí. Con miles de pruebas.
Una reciente: en medio de la opulencia de pocos, y de la miseria extrema, de la indigencia, del desempleo, de la vida terriblemente menguada cada día para miles y miles de colombianos y colombianas más pobres, el régimen del fascismo del siglo XXI que se oferta en la vitrina de este país, se exteriorizó en hechos como la servidumbre de una marcha promocionada a nivel mundial contra las FARC el 4 de febrero de 2008, no tenido este grupo como rebelde, que lo es, sino como terrorista, que no lo es (mientras a los paramilitares se les trata como «delincuentes políticos»). A esa manifestación impulsada desde redes y centros enlazados con agencias y empresas estadounidenses, concurrieron efectivamente miles y miles de personas, muchas obligadas por sus patronos en fábricas y oficinas. Pero no sólo de esa manera dirigida, sino realmente, y eso es lo sintomático, confundidos en un mismo plano desde pijos hasta seres con piojos, y con hambre. No hay muchas dudas de lo que nos graba la conciencia. No hay duda de la manipulación, sobre todo mediática, manifiesta y dimensionada, en Colombia y fuera, para ensalzar a Uribe y condenar a la guerrilla, ese día y todos. Pero no es menos cierto que tras años y años de genocidio político y terrorismo de Estado; de descabezamiento de la dirigencia de izquierdas, visible por ejemplo en las masacres de sindicalistas luchadores; del cambio de situación internacional y del ascenso neoimperial estadounidense y europeo; del desprestigio inducido para marcar la frente de la oposición; de errores en los movimientos de resistencia; de perfeccionamiento de la maquinaria de corrupción con la seducción político-ideológica que despliega el sistema en su reproducción para contrarrestar disidencias y comprar conciencias, por ejemplo mediante el clientelismo y la racionalidad de la privatización… no hay duda de que como consecuencia de todo eso, existe una relativa ruina de unos resortes de cultura política que subsistieron incluso a la frustración de desbandadas anteriores, tanto de organizaciones sociales como de alzados en armas.
Hoy, tras ese derrumbe paulatino, la mera equidistancia que se desprendía, si no de una alfabetización política sí de cierto pundonor, viene desapareciendo. Lo que impedía compartir sin reservas las tesis y las consignas de los represores, se ha diluido y hoy gran parte de la población reclutada por el orden de lo que se llama seguridad democrática, está con él y para ésta. Los aplausos y los pitidos de los coches en señal de victoria, pudieron oírse cuando se anunció a comienzos de marzo de 2008 la muerte del comandante Reyes, de las FARC, así como la ejecución de un combatiente y la mutilación de su mano, como prueba fehaciente, de que Ríos, un importante miembro de esa organización insurgente, había sido ultimado para bien de la defensa del país, como el Fiscal General opinó, para avalar que al autor de esa muerte se le paguen unos 2.5. millones de dólares. Pero si la indiferencia cuando no la complacencia, de fuera y de adentro, respecto de matanzas y descuartizamientos de familias campesinas como en 2005 en San José de Apartadó(3), comunidad acusada directa y coléricamente por el propio Uribe, y este mismo año 2008 allí, o de cientos de pobladores troceados con motosierras y arrojados en decenas de ríos, fue y es una constante indicativa de la trivialidad del asesinato de inocentes e indefensos ¿cómo no esperar que con los cadáveres de luchadores revolucionarios se regocije parte de una sociedad que ha recibido e interiorizado órdenes de purificarse de opositores? Quizá para muchos esto requiere una larga explicación, o más señales de detalles reveladores, más allá de las cifras de los miles y miles de muertos, detenidos-desaparecidos, torturados, desplazados, refugiados, encarcelados y amedrentados en decenas de años y sucesivas etapas del terrorismo de Estado, cuya exitosa labor de limpieza puede sustentarse con valedores propios y foráneos, como en el ámbito español lo es el partido de gobierno, y éste mismo con su incondicional, público, explícito y absoluto respaldo a Uribe Vélez, como fue refrendado por Rodríguez Zapatero, con estrecho abrazo en enero de 2008, replicado en esa misma visita tanto por Juan Carlos Borbón, como por el juez Garzón.
No obstante, resurgen lúcidas fuerzas de rechazo a la ignominia. El día 6 de marzo de 2008, también en muchas ciudades del mundo, pero por supuesto sin el mismo eco, digamos que más simbólicamente, miles de personas salieron a protestar contra la impunidad, el paramilitarismo y los crímenes de Estado, expresando su solidaridad con las víctimas. Uno de los asesores de Uribe Vélez expresó lo que éste piensa y dicta. José Obdulio Gaviria, de quien se ha reseñado un reconocido ascendente fascista y mafioso, afirmó que ese repudio era organizado por la guerrilla. Hasta el día de elaboración de este artículo (27 de marzo de 2008) han sido asesinadas en Colombia siete personas que de una forma u otra participaron en esa jornada contra el régimen de barbarie. Y decenas han recibido amenazas de muerte. Esto no significa simetría alguna. Apenas estamos aludiendo a un renacer de bregas entre un devorador incendio. Depende de conjunciones políticas y bríos éticos tras análisis íntegros, para que las alternativas sociales y políticas, en un escenario regional relevante, tengan futuro, y ello no puede darse de espalda al reconocimiento como rebeldes de unas fuerzas que tanto tienen cómo fundamentar su derecho a la resistencia, como la obligación de atender límites en las mismas, cesando o regulando determinadas prácticas(4).
Luego la profundidad de la tensión fascismo-resistencia, sí es una clave de interpretación acusada para recobrar comprensión de lo que sucede en Colombia, que en mi opinión debemos cualificar y contrastar desde proposiciones de la izquierda, colombiana, española, europea, latinoamericana… No sólo por razones de una adecuada descripción y análisis de lo que allá pasa, sino por una razón moral de lo que acá y en mil puntos se consiente; de lo que somos en algún grado cómplices. El fascismo se incuba no en el activo impulso del mismo, sino en un dejar hacer, en un dejar pasar. La omisión también mata. Una búsqueda de soluciones al conflicto colombiano debe tener de modo urgente un lugar en la agenda de lucha de la humanidad que debate y combate el dominio neoseñorial capitalista.
Ello comienza por habilitar condiciones entre nosotros para la voz y propuestas de las resistencias del pueblo colombiano.
1. «Colombia, laboratorio de embrujos. Democracia y terrorismo de Estado». Hernando Calvo Ospina. Foca, Madrid, 2008.
2. «Colombia sale de la lista negra. Los logros en materia de seguridad impulsan el despegue económico – El país andino crece por encima de la media de América Latina». Maite Rico. El País, Madrid, 24/03/2008.
3. «Ordenan captura de 15 militares por masacre de San José de Apartadó» (diario El Tiempo, Bogotá, 27 de marzo/08): «Los niños estaban debajo de la cama. La niña era muy simpática, de unos 5 o 6 años y el peladito también era curiosito (…) Propusimos a los comandantes dejarlos en una casa vecina pero dijeron que eran una amenaza, que se volverían guerrilleros en el futuro (…) ‘Cobra’ tomó a la niña del cabello y le pasó el machete por la garganta» (Idem).
4. Ver el libro «La rebelión de los límites». Carlos Alberto Ruiz. Edit. Desde Abajo, Bogotá, 2008.
* Colombiano, defensor de derechos humanos, doctor en Derecho