El presidente Clinton autorizó en 1993 la aplicación de la «Extraordinary Rendition», un procedimiento completamente al margen de la legalidad internacional por el que la CIA podía detener sin cargos y trasladar lejos de Estados Unidos, a cualquiera país poco escrupuloso con formalismos sobre derechos humanos, a todo individuo del que se sospechara alguna relación con el terrorismo islamista, con el fin de que fuera torturado sin la molesta presencia de abogados defensores o engorrosos trámites judiciales. Conviene refrescar la memoria para no dejarse engañar por esos lobos con piel de cordero que achacan todos los desastres al impresentable presidente que está -en buena hora- a punto de caducar.
«En Estados Unidos no se tortura», dice Corrine Withman, el personaje que interpreta con absoluta convicción Meryl Streep, imagen especular de Condolezza Rice, de quien toma prestada la frase, y no es de extrañar el retrato poco edificante que de ella se hace -ignoro si deliberadamente o no- pues acabamos de saber que tres grupos liberales están uniendo sus fuerzas en una campaña publicitaria para exigir la renuncia de la Secretaria de Estado por su participación en reuniones en las que se autorizó la tortura de detenidos. El filme describe con meridiana nitidez y claridad el modo en que los militares o funcionarios americanos pueden permitirse el lujo de encomendar tareas sucias sin mancharse directamente las manos; les basta con asistir a las durísimas sesiones de interrogatorios que ejecutan los verdugos locales de países «amigos» para comprobar su eficacia en el avance de las pesquisas. Abu Grhaib y Guantánamo salpican mucho más en la opinión pública que esas cárceles secretas.
«Expediente Anwar» se adentra en este espinoso asunto eludiendo con elogiable habilidad los múltiples peligros narrativos y morales que le acechan. El primero de ellos, el de dejarse llevar por una proclama política obvia, «izquierdista» (con todos los matices que hay que darle a esa expresión en Estados Unidos) en un momento en el que arrecian las críticas por las desastrosas consecuencias de la campaña de Irak. Con el fin de evitar el tono panfletario, el guionista pone en boca de la directora de la división de antiterrorismo de la CIA, Corrinne Whitman, argumentos que provocan en el espectador la reflexión sobre algunos dilemas, como el de si evitar mortíferos atentados con decenas de muertos justifica o no la tortura a los sospechosos, y sitúa al asesor de un senador ante la tesitura de tener que arriesgar su brillante carrera política para ayudar a una vieja amiga, esposa del secuestrado, sin tener todas las garantías de que se trata de un inocente. Por otro lado, las dudas morales que abruman al analista de la CIA (Jake Gyllenhaal) son el asidero del espectador, su clave de identificación, para encontrar una brizna de esperanza en el sistema, un recurso melodramático que admite distintas lecturas y ofrece el flanco más débil para la credibilidad de la historia. Tampoco podía faltar un lugar común de los filmes políticos con mensaje «progresista»: la revelación de los asuntos que se denuncian a la prensa «independiente» permite que el sistema político norteamericano se depure de sus malas hierbas. Aparece siempre este elemento como el «deus ex machina» capaz de hacer saltar por los aires a los políticos todopoderosos que traicionan la naturaleza democrática de la nación. Cierto es que la Historia ofrece buenos y muy significativos ejemplos de ello, pero (aunque legítimo como recurso) resulta un punto cansino.
RECOMENDACIONES
CASUAL DAY, de Max Lemcke. Al modo en que lo hacía «El método Gronhölm», o «Smoking room» por ejemplo, Lemcke dibuja un panorama desolador en el seno de una «moderna empresa». Excelentes intérpretes y estupendos diálogos en un guión modélico.
EL MENOR DE LOS MALES, de Antonio Hernández. Comedia rica en propósitos ácidos, preñada de socarronería y mala baba, quizá dirige sus dardos hacia una diana demasiado evidente.
CERRANDO EL CÍRCULO, de Richard Attenborough. Romántica hasta decir basta. Perfumada con el aroma de un cine que parece de otra época; para lo bueno y para lo malo.