Familiarizarse con algunos conceptos y herramientas de la teoría feminista, permite a muchas mujeres poder superar contradicciones con las que se enfrentan en la cotidianeidad de su participación política. Empoderamiento, liderazgo femenino, sororidad, affidamento, género, como ejemplos. En todos ellos, las mujeres, y los hombres, encuentran muchas de las claves para la incorporación del enfoque de género en el desarrollo y la feminización de la política, tan necesaria en estos tiempos que corren.

El empoderamiento, del que nos ocupamos ahora, es dialéctico, como proceso complejo que va de lo individual a lo colectivo y que está profundamente vinculado a las relaciones de poder entre ambos géneros. Continúa siendo un gran desconocido en las filas de la militancia política, aunque la teoría feminista lo viene trabajando desde la década de los ochenta.

Marcela Lagarde lo reconoce como el conjunto de procesos vitales definidos por la adquisición, invención o interiorización de poderes que permiten a cada mujer o colectivo de mujeres, enfrentar formas de opresión vigentes en sus vidas. Plantea que el empoderamiento de las mujeres no tiene nada que ver con una «revanchista» contra los hombres. Se quiere una transformación en el acceso de las mujeres tanto a la propiedad como al poder, lo cual transforma las relaciones de género y es una precondición para lograr la equidad entre hombres y mujeres.

Por tanto, cuando hablamos de empoderamiento, hablamos de la necesidad de cambiar las relaciones de género para modificar la subordinación, desde el punto de vista de que la mera incorporación de las mujeres a los procesos de desarrollo sin modificación de las estructuras y relaciones de poder entre géneros no es suficiente.

El uso del término empoderamiento por parte del movimiento de las mujeres aparece a partir de la tercera ola del feminismo, que arranca en la década de los sesenta-setenta. El pensamiento de Maxine Molyneux, Carolyn Moser y Kate Young estuvo en la vanguardia de las observaciones críticas y sus aportes dieron paso a una reflexión diferente.

En esta línea, Maxine Molineux diferenciaba entre intereses de las mujeres, intereses estratégicos de género e intereses prácticos.

Hablar de intereses de las mujeres presupone que todas las mujeres tienen los mismos intereses basados en características biológicas comunes, ignorando de esta manera factores como la clase o la etnia. Los intereses prácticos estarían ligados a los roles de las mujeres, producto de la división sexual del trabajo, y los intereses estratégicos de género estarían relacionados con el desigual acceso a los recursos y al poder de las mujeres. Recogiendo esta distinción Kate Young entiende que el empoderamiento comprende la alteración radical de los procesos y estructuras que reproducen la posición subordinada de las mujeres como género. Lo más interesante del aporte de Young es que lo práctico se puede transformar en estratégico y en que si no se realiza esa transformación cualquier propuesta de desarrollo carece de enfoque feminista.

El empoderamiento es una herramienta frente a la necesidad de acceso de las mujeres al poder, desde el cuestionamiento de las estructuras de poder establecidas, y la defensa de modelos de poder positivos para la vida de las mujeres. Un empoderamiento que permite deconstruir y desarticular la opresión y subordinación de las mujeres. No se trata de un poder ajeno a la persona, sino de procesos en los que las mujeres interiorizan su propio poder.

Volviendo a Lagarde, para que se dé este empoderamiento de género individual, tiene que haber un proceso de empoderamiento de género colectivo y social. Se trata de articular una construcción social colectiva con una apropiación individual subjetiva.

Una de las contradicciones fundamentales en el uso del término empoderamiento, que por cierto, viene del inglés empowerment, en el diccionario, otorgamiento de poderes, lo expresa el debate entre el empoderamiento individual y el colectivo. Para quienes lo usan desde el área de lo individual, el empoderamiento supone dominio y control individual, control personal. Ésta, nos dice Magdalena León, es una versión individualista, que lleva a priorizar los sujetos independientes y autónomos, ignorando las relaciones entre las estructuras de poder y las prácticas de la vida diaria de los individuos y los grupos, desconectado el empoderamiento de su carácter más solidario.

El empoderamiento puede ser una mera ilusión, si no está conectado con el contexto y se relaciona con acciones colectivas dentro de un proceso político. Incluye tanto el cambio individual como la acción colectiva. El empoderamiento como autoestima debe integrarse en un sentido de proceso colectivo, que tenga en cuenta la carencia de poder de las mujeres y que haga evidente la necesidad de alterar las estructuras de poder. Es, en definitiva, un tomar, y transformar el poder.

* Responsable de la Secretaría de Área Externa de la UJCE