En septiembre y octubre del 2007 escribí en esta sección acerca de ¿Qué República? Desde entonces nada ha ocurrido que me haya hecho modificar los contenidos y procesos que le atribuía a la propuesta republicana que entonces defendía y ahora sigo defendiendo. Si retomo el tema es por hacer una serie de consideraciones en torno a la actualidad y necesidad del proyecto republicano.

Soy consciente de que ante lo que está cayendo sobre los trabajadores, las familias, los jubilados y la economía en general, cualquier ciudadano medio puede increparme acerca de si no estoy buscando, al hablar de la III República, una maniobra de distracción a fin de ayudar a que se olvide el auténtico problema. Puede haber quien atribuya a mi excentricidad, aislamiento en torre de marfil, o capricho el que gaste energías, tiempo y trabajo en algo «secundario», habiendo como hay tanta premura en resolver cuestiones de primera necesidad para la inmensa mayoría de la ciudadanía. Soy consciente y a pesar de ello voy a intentar demostrar la íntima relación entre el proyecto republicano y el hacer frente a la crisis para cambiar la situación.

Creo que a estas alturas ya no hay nadie que dude de la extrema gravedad de la situación en la que vivimos. No se trata de una típica crisis más del sistema sino, muy al contrario, de una crisis que sacude a la civilización surgida con el maquinismo en el siglo XVIII, desarrollada con la energía eléctrica y la atómica y, además, elevada a un exponente de crecimiento que incluso ha superado las previsiones más ambiciosas en cuanto las posibilidades de la ciencia y la técnica aplicadas a la producción de bienes y de valor.

Pero la finitud del planeta, la de los recursos y, sobre todo, el añadido de un sistema que lleva en sí la contradicción del estímulo permanente para crecer y conseguir plusvalía para unos pocos y, por otra parte, las necesidades de la Humanidad. Los propios defensores del sistema no acierten en esta hora a exponer soluciones que no sean las de siempre.

Las palabras y propuestas de los dirigentes de la CEOE me excusan de mayores comentarios. No tienen prevista una salida que no pase por volcar sobre los asalariados el peso de la crisis.

¿Y nosotros? ¿Cuáles son las líneas maestras de una alternativa para aquí y para Europa? ¿Hemos asumido que el sistema se encuentra en un callejón sin salida? Y si es así ¿Cómo nos organizamos y con quién, más allá de las declaraciones de principio? Y al hablar de nosotros no me refiero en exclusiva a IU o al PCE sino a todas aquellas personas y colectivos que se reclaman de una izquierda revolucionaria o transformadora.

Por lo que respeta a nosotros miembros del IU y/o del PCE hemos de convenir que tenemos depositados en anaqueles y librerías análisis económicos de otras épocas que ya aventuraron bastante de lo que está pasando. Pero además tenemos en nuestro haber proyectos, programas y propuestas concretas que últimamente Cayo Lara está exponiendo en sus intervenciones ¿Qué falta? Lo más importante: la formación del bloque, la alianza, la organicidad, la fuerza, el poder de un proyecto político que sea a la vez alternativa al modelo de sociedad en su estado actual, al modelo europeo y también alternativa de poder en cada escalón de las administraciones.

Pero esa alianza no será posible si no se explicita a través de una propuesta que tenga el valor moral de decir a los trabajadores, a sus organizaciones y también a las fuerzas de la cultura que el momento del cambio profundo ha llegado. ¿A que esperamos? ¿A morir por consunción cual brasero de carbonilla o picón?

Una alternativa que plantee un fuerte sector público de la economía, una reforma fiscal realmente de izquierdas, un control sobre precios y circuitos de comercialización, una potenciación de la sanidad y educación públicas, una reducción de la jornada laboral para que puedan trabajar más hombres y mujeres, no podrá desarrollarse nunca si no existe un fuerte movimiento popular imbuido de valores alternativos, prácticas alternativas y cultura de ética cívica. No hay otra salida. La propia crisis nos está indicando en dónde reside su origen y el cáncer que la devora. La filosofía de Solchaga apelando a que en España era fácil ganar dinero arrumbó a los valores de la dignidad del trabajo, la austeridad, el gusto por la labor buen hecha y sobre todo le dio la coartada a quienes han hecho del país su coto privado de latrocinios, corruptelas, enjuagues y venalidades.

Y esa situación atraviesa el montaje de la monarquía surgida en la Transición, anidó en los pactos tácitos «en pro de la democracia», serpenteó por las instituciones con la invocación «al gato blanco y al gato negro» y se enraizó en los «europeísmos» inanes, postmodernos y fraudulentos. Una alternativa que pretenda corregir de raíz no podrá ni siquiera esbozarse si no está fundamentada en un pacto ciudadano que alumbre una situación radicalmente distinta. La lucha será dura, difícil, con altibajos, con triunfos y con retrocesos pero siempre en el eje del cambio imprescindible.

Hacer de la lucha una simple cuestión de variables económicas es darse por vencido de antemano. La cuestión se ventila en los terrenos del Poder en todas sus manifestaciones económicas, políticas, ideológicas, culturales y de hegemonía de una Ética de valores ciudadanos sobre la consigna del «enriqueceos como sea».

Y es ahora cuando ya podemos ver que el frente de lucha va más mucho más allá de unas simples cuestiones salariales (con ser estas muy importantes). La propuesta republicana, concreta, llena de contenidos sociales, de derechos y también de deberes cívicos en el eje de lo que nuestra historia ha dejado pendiente, un proceso fundacional del Estado consecuentemente democrático, conecta en esta hora con las necesidades y las luchas para resolverlas. No hablemos de República, hagámosla, pero con ideas claras, compromisos firmes y proyectos concretos. No se trata de proyectar una República abstracta, idílica y totalmente deificada como medicina milagrosa. Se trata de diseñar, debatir, aglutinar, incorporar todas las fuerzas personales y colectivas que estén por la labor de traer una República a la altura de los tiempos que corren y de las necesidades de la mayoría. Desde ese poder, manifestado de manera creciente y con la serenidad de la firmeza, se podrá dar la respuesta que en otros tiempos no fue posible.

Demos a la ciudadanía un proyecto, una ilusión, unos contenidos y sobre todo démosle la ilusión por participar. Pero sobre todo démosle y démonos también la suprema dignidad política: hablar claro y ser consecuente con ello.