Algunos indicadores aparecidos recientemente han sido saludados como la señal de que la crisis ha tocado fondo. Alemania, el primer país europeo que entró en recesión, y Francia, el segundo, han crecido ligeramente, un 0,3%, en el segundo semestre. China, el motor de la economía mundial, lo ha hecho al 7,9%. El presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke, señaló en la conferencia anual del banco central que la economía de su país está cerca de lograr la recuperación. En España se acepta que hay un cierto retraso respecto de las economías mayores pero la Bolsa de Madrid ha subido «grosso modo» a los niveles de hace un año.

¿Estamos efectivamente ante una recuperación de la economía mundial? Es difícil hacer previsiones pero son muchos los factores de fondo que indican que no. La recuperación del consumo privado americano – el motor de la economía USA – basado en el endeudamiento es muy poco probable. De hecho lo que aumenta es el ahorro de los superendeudados hogares estadounidenses. El crecimiento chino se ha volcado necesariamente hacia el interior. Japón sigue en estado catatónico y Alemania cifra sus expectativas en las exportaciones contribuyendo así a deprimir el crecimiento en toda Europa.

Michel Husson explica en Regards – revista mensual francesa de izquierdas – que los próximos meses serán testigos de una nueva espiral recesiva alimentada por el estancamiento de la demanda de los asalariados, debido al efecto del paro y las congelaciones salariales, y por las previsibles medidas destinadas a reabsorber el déficit que contribuirán a anular el efecto temporal del gasto público extraordinario de este último periodo. Más aún, el discurso optimista respecto a la recuperación podría servir como coartada para poner fin a este «keynesianismo» momentáneo.

En cierto sentido no deja de ser lógico a la vez que absurdo. Lógico puesto que los intereses dominantes sólo persiguen restablecer el funcionamiento del capitalismo previo a la crisis. Absurdo puesto que la crisis ha puesto en evidencia la destrucción de las bases de ese mismo funcionamiento: la «exhuberancia irracional» de un capitalismo basado en los desequilibrios comerciales y crediticios, en la superexplotación y la rapiña sobre los sueldos y los ahorros.

Los economistas sensatos del sistema saben bien que sólo hay una salida: la represión de las finanzas y la recuperación de la demanda a través de una corrección en la distribución de la renta. Pero las finanzas son parte integral del sistema – no se pueden separar capitalistas buenos de capitalistas malos, «parasitarios» – y la distribución no se corrige sin cambiar el balance de fuerzas. Veáse sino el culebrón que se ha desatado con el asunto de la subida de impuestos.

Y es que la salida a la crisis es básicamente política. Por eso la estrategia sólo puede ser la de desequilibrar esa correlación. En movilizarse por las reivindicaciones que son justas y en mostrar que son económicamente posibles como se ha visto con la masiva intervención pública que se ha dado en todas partes para frenar el golpe y que son intereses sociales minoritarios los que se oponen. Sin esa movilización nos esperan años duros y nuevas agresiones.