La maleta hecha por si había que salir corriendo, la radio puesta toda la noche… Ese puede ser el mínimo recuerdo de muchos jóvenes, que contamos hoy en día con treinta y tantos años, de aquella madrugada del 23 de febrero de 1981. También existieron conversaciones en voz baja que ponían los pelos de punta al abuelo o a la abuela.

Cuando sus voces comenzaron a silenciarse, muchos de esos nietos decidimos salir a la calle y contarlo todo porque lo que nos tocó fue escuchar y sintetizar, comprendiendo que no sólo era un asunto de ámbito familiar, que era un asunto colectivo. La falta de memoria democrática era un mal que arrastraba nuestra sociedad y que decididamente era necesario afrontar y contrarrestar.

No se trataba, pues, que cada uno se buscase la vida recuperando la memoria familiar para que conjuntase un patrimonio de alcoba, tampoco de recopilar restos para ponerles nombre pero amordazando el motivo de su persecución, desaparición y muerte.

Y se multiplicaron las misas paganas de fotos y velas que intentan abrir las buenas conciencias, que creen que lo que se busca es sólo una «digna» sepultura para nuestros antepasados, sin comprender que, si los dieran a elegir, puede que preferirían -que preferiríamos- que los dejasen allí con sus compañeros y camaradas héroes de la libertad y de la democracia, y que esos lugares de la vergüenza fueran señalizados y reconocidos como espacios de memoria y respetados por todos los demócratas. Por supuesto, mantenidos por la administración pública como ocurre en países no muy lejanos, como Francia y Alemania, donde no se acusa de vengativos a los colectivos y gobiernos que defienden una memoria democrática indispensable en cualquier estado de derecho.

En España se alcanzaron políticas de reconciliación, leyes de amnistía, que no son ejemplares, pero que nunca nos atrevemos a criticar fuera del contexto histórico en que fueron alcanzados, faltaría papel para nombrar a todos aquellos que dejaron su vida, o acabaron en la cárcel, en aquellos días exigiendo Amnistía y Libertad, como bien sabía nuestro camarada Omar Butler, que recientemente nos ha dejado.
Qué fácil resulta hoy realizar demagogia y culpar a las siglas y los nombres que defendían entonces la democracia, acusarles de traidores y mezclar de forma indigna a verdugos y victimas. Qué sencillo invocar a nuevas alternativas de futuro superando esas «siglas de traidores» que nos trajeron la libertad y el estado de derecho… ¡qué hubiera dicho Julia Manzanal de todo ésto!

No pedimos limosnas, ni pretendemos caridad; nuestros familiares masacrados nos enseñaron que los superhéroes no existen y que sólo se consiguen objetivos deseables con la lucha colectiva y organizada. Y a los nietos nos toca empujar contra la impunidad y por los derechos de las víctimas de la dictadura; y si nos dicen que haciendo memoria hacemos política, haremos política sin duda.

La Asociación Foro por la Memoria tiene una oficina de atención en Madrid todos los lunes y miércoles de 10 a 13 horas, en la calle Carlos Solé 66, tel.: 91 3030649. http://www.foroporlamemoria.es
asociacion.foroporlamemoria@yahoo.es