Yo soy de Granada, donde acaba de morir (dicen) Teresa Pàmies, esa autora que, a pesar del regreso a España, siempre escribió como extrañada desde los más de 30 años de exilio. Escribió siempre, es decir, no descansó, aunque el mercado apenas se haya enterado. Escribió, fue comunista, y fue. Teresa Pàmies “fue”. Quizás ése es el único gesto, aunque es mucho más que un gesto, en el que me voy a detener a la hora de enfocar (¿debo decirlo?) a la que fue compañera de Gregorio López Raimundo.

Si consultáis Internet veréis que publicó mucho y escribió más. Si leéis su narrativa comprenderéis el esfuerzo de una mujer que se sabía sola pero que sabía, a la vez, que nunca sería abandonada. Sola en su condición, en su terquedad, en su apuesta permanente por ser en la historia, desde sus funciones políticas y desde su escritura, una persona con responsabilidad y recorrido propios. Acompañada porque había hecho una apuesta concreta, que nunca abandonó ni descuidó y, como se sabe, un comunista, según dice la leyenda, nunca está solo/a.

Vamos a ver si me explico. Teresa sintió mucho la muerte de su compañero, a quien dedicó su último libro, allá por el 2008, pero al mismo tiempo declaró que no pensaba ir por el mundo como desconsolada esposa del camarada Gregorio. Y siguió viviendo, quizás ya, a última hora, preguntándose ante una taza de café cuántas mañanas podrían quedarle, desde su fortaleza tranquila y laica de persona que ha sido, es y será, a pesar de los torbellinos históricos y sentimentales. A eso me refiero. Y sé que más que un retrato literario estoy haciendo algo así como un retrato pictórico, el retrato de un gesto, de una tranquilidad, de una distancia cordial, pero distancia, que ella tenía y sostenía para poder seguir siendo y existiendo. Claro, hablamos de una mujer, siempre eso (qué bien entendió Teresa a Dolores, con la sinceridad directa de su prosa), de una comunista, de una exiliada, de una persona que fue compañera de un camarada histórico y fabuloso, y también de una escritora aterida por el mercado, cansada al final, pero nunca rendida. Todo lo que apenas cabe en una vida y que algunos ahora, como yo mismo, intentarán meter en 140 caracteres.

Nada era fácil, pero Teresa Pàmies “fue”, y lo fue a pesar de todo. Es el gesto lo que “pinto”, lo que describo. Mi impresión. Sabiendo que el recorrido por su vida y por sus muchas obras es lo que debiera intentar en este instante. Pero no. Quiero volver a mi sensación cuando la vi, cuando la observé, cuando analicé el regusto que dejaban en mí sus textos, cuando no me confundí al ver la extrañeza permanente en un rincón de la sonrisa cariñosa de aquella mujer que siempre, en los titulares, ha sido enfocada como “una escritora del exilio”.

Y, en efecto, en sus textos, incluso los textos narrativos, es primordialmente una escritora del exilio; del exilio y de la memoria. La memoria de la muerte imposible de los luchadores: “Los fusilados, torturados, exterminados por el fascismo aparentemente vencedor no fracasaron. En su acción estaba la victoria. Recordarlos hoy, desde la acción, es afianzar esta victoria”. Quizás sea ésta la idea primordial de su narrativa: la victoria no consiste en otra cosa que en instalarse en la lucha. Una lucha desde el principio, desde la pobreza, desde el sacrificio familiar como el gran impuesto que tiene que pagar toda la familia por la militancia del padre frente al sistema. Y junto al padre, que aparece como interlocutor privilegiado en Testamento en Praga, la caracterización del esfuerzo de la madre no como trabajo en la retaguardia, no detrás, sino en el centro, en el núcleo, como condición de posibilidad de todo lo demás.

Mirada extrañada del exilio, patria permanente de la memoria, instalarse en la lucha como signo de la victoria, defensa feminista del lugar histórico y cotidiano de las mujeres, tenacidad, inteligencia… es lo que recuerdo de sus textos, de su narrativa; es la memoria que tengo, y que hoy sumo a su gesto insobornable, independiente, recordando Mujer de preso, Amor clandestino, La chivata, La hija del gudari…

Tenía que ser en Granada. Dicen que Teresa Pàmies ha muerto en Granada. No sé. Yo creo que no, que Teresa sigue en el exilio, es decir, en esa mirada de extrañeza y rebelión permanente y serena frente a la injusticia, la torpeza y la falta de libertad. No, Teresa no ha muerto, es una de esas mujeres de muerte imposible. Teresa está fuera, pero no ha muerto.