El día 11 de marzo miles y miles de ciudadanos se lanzaron a la calle convocados por los Sindicatos de clase para defender derechos conseguidos tras decenas de años de luchas y sacrificios, en muchos casos teñidos de roja sangre obrera. Derechos que hoy parecen en almoneda a la luz de la agresividad con la que la derecha política, fundamentalmente el gobierno del Partido Popular, ha iniciado su ofensiva contra los trabajadores y sus organizaciones básicas, los sindicatos, con el indisimulado objetivo de que sean, precisamente, los trabajadores los que paguen las consecuencias de la crisis económica.

La gravedad de la situación, la magnitud de los ataques que esta recibiendo la clase obrera, hizo que tras el aspecto, tradicional y aparentemente, festivo trasluciera una profunda preocupación entre los asistentes a la manifestación, preocupación que se tradujo en los gritos coreados a lo largo del recorrido, siempre referentes al carácter antipopular de las medidas que ya ha aprobado el Gobierno, antes incluso de cumplir esos primeros «cien días» de cortesía en los que, tradicionalmente, un gobierno entrante inicia una especie de «toma de tierra» antes de adoptar medidas importantes de contenido.

No ha sido ese el caso del Partido Popular que ha comenzado, desde el minuto uno, un guerra sin cuartel contra los trabajadores y, muy especialmente, contra sus organizaciones más representativas, los Sindicatos de clase. Y no sólo porque la reforma laboral, convalidada por una mayoría parlamentaria en la que no sólo estaba el Partido Popular, recorta de una manera drástica el papel de los Sindicatos, tampoco es de desdeñar la campaña organizada contra ellos desde los medios de comunicación más afines, mezclando radicales mentiras con verdades a medias, con el fin de que sus elementos más representativos aparezcan como unos parásitos burócratas y las organizaciones sindicales como una gigantescas, e inútiles, infraestructuras alimentadas por los Presupuestos Generales del Estado.

Y al frente de esa gigantesca operación antisindical, y por ende antiobrera, esa especie de trasunto de Margaret Thatcher, teñida de lo peor de un aparente «madrileñismo» barato, que con el nombre de Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, ¡que lástima de apellido!, dirige, muy mal, los destinos de nuestra Comunidad Madrileña. Están preocupados los trabajadores madrileños, con motivos para estarlo, y debido a esa justificada preocupación despreciaron una apacible y soleada mañana, casi primaveral, de domingo que podían haber dedicado al descanso y el ocio, convirtiéndola en una mañana de reivindicación y lucha.

Y no son tontos, ni estúpidos, los trabajadores. Saben, sabemos, que la convocatoria de una huelga general para el día 29 de marzo no es fin en si mismo. Son, somos, conscientes que el día 30 de marzo, aún obteniendo los trabajadores un éxito incontestable, el gobierno no va a retirar el decreto que consagra el despido libre gratuito. Es más, nos tememos que ese día 30, una vez pasadas las elecciones asturianas y andaluzas, se nos anuncien más medidas de carácter antisocial. El día 29 ha de marcar un punto de inflexión, ha de ser el comienzo de un proceso de movilizaciones, que en su momento Ignacio Fernández Toxo calificó como ascendiente. Y eso estuvo presente en todos y cada de los que abarrotamos el recorrido entre la Glorieta de Atocha y la Puerta de Alcalá.

Y no fueron ajenos a ese sentimiento, puede que instinto de clase, de inicio de cambio de periodo, los propios oradores que pusieron punto y final. Tanto Toxo como Cándido afirmaron, de forma explícita, sin que pueda haber falsas interpretaciones, que si el Gobierno no rectifica, si insiste con unos Presupuestos que acentúen el carácter antisocial de su política el conflicto no terminará el día 29.

Si Von Clausewitz definió la guerra como la continuación de la política por otros medios, bien podemos caracterizar la movilización y la lucha como un elemento de la negociación. No está en cuestión la disposición negociadora de las direcciones de los Sindicatos, han dado sobrada muestra de ella. Incluso no son pocos los que piensan que se ha tratado de una disposición negociadora excesiva, pero no es el momento ni de reproches ni de análisis a posteriori de lo que pudo ser y no fue.

Los trabajadores que nos movilizamos por las calles en el conjunto de España, tenemos muy claro el escenario político, en algunos aspectos nuevo, en el que nos movemos, y que está muy alejado de idílicas, y muchas veces forzadas, puestas en escena de paz social. Y sin duda las direcciones sindicales, que son, igualmente, trabajadores serán sensibles a esa necesidad de resistencia activa.

El 11-M ha comenzado un proceso de movilización importante, en el que los comunistas, en tanto que trabajadores con un importante grado de conciencia de clase, tenemos un esencial papel a representar para conseguir que el 29-M se convierta en un éxito, un éxito que invite a continuar el camino de lucha que obligue al Gobierno y a lo que representa a dar marcha atrás en su política antisocial.

Los proletarios no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.¡Proletarios de todos los Países, uníos!

Secretario de Comunicación del Partido Comunista de Madrid