The artist.
Dirección y guion: Michel Hazanavicius.
País: Francia, 2011.
Intérpretes: Jean Dujardin, John Goodman, James Cromwell, Penelope Ann Miller.
Producción: Thomas Langmann y Emmanuel Montamat.
Música: Ludo-vic Bource.
Fotografía b/n: Guillaume Schiffman.
Diseño de producción: Laurence Bennett.
Vestuario: Mark Bridges.
Distribuidora: Alta Classics.
Estreno en España: 16/12/ 2011.
Duración: 98 minutos.
El mes pasado nos inclinamos ante el tributo que rinde Martin Scorsese a la memoria de los primitivos maestros del cine con su preciosa y colorista «La invención de Hugo» y este mes nos parece obligado referirnos a la película que le arrebató los premios oscar considerados más importantes (Mejor Película, Director y Actor), la producción francesa, The Artist. No vale demasiado la pena detenerse a estudiar si es simple causalidad que (en un llamativo juego de espejos en el que se intercambian las nacionalidades) la triunfadora de nuestro país vecino homenajee a los inicios del cine norteamericano, mientras que la supuesta derrotada americana muestra su entusiasmo por los primitivos franceses. Quizás no sea algo tan casual. Pero tiene gracia la coincidencia en esa advocación admirativa a los orígenes del cine de las dos películas más premiadas del año, en estos tiempos de pavorosa crisis en los que la «modernidad» política y económica se reviste de conceptos propios de principios del siglo pasado. El arte cinematográfico y la política nos retrotraen al mismo momento histórico con intenciones diametralmente opuestas.
Dejadas de lado las cuestiones formales, The Artist sería un melodrama sin demasiado interés: la historia de un mentor que ve como su protegida asciende a la gloria en paralelo a su propia caída vertiginosa en el olvido, porque se muestra incapaz de adaptarse a los cambios que exigen los tiempos modernos y es demasiado orgulloso para aceptar la ayuda de su antigua recomendada. Y de cómo -Dios aprieta pero no ahoga- termina por aceptar la realidad y eso le salva.
Pero naturalmente aquí la forma es inseparable del fondo, Lo que hace digerible y disfrutable semejante historia es que la opción de asumir los códigos del cine mudo, en un formato cuadrado y monocromático, plantando cara a los actuales sistemas de reproducción de imágenes tridimensionales, obligando a los actores (desconocidos fuera de su propio país) a la gestualización exagerada y al maquillaje trasnochado y con la simpleza narrativa que definen todos los tópicos de la época, todo ello, que reunido en el mismo filme debería ser veneno para crítica y taquilla, se transforma por efecto de la indescifrable alquimia del celuloide en un baño de balsámica melancolía, en una oda a la nostalgia del tiempo perdido, en un canto a la esperanza que aportan los tiempos modernos y a la obligada adaptación a sus imposiciones, en una admonición contra quienes se resisten a la innovación. The Artist es también, como señalábamos a propósito de «La invención de Hugo», un encendido y algo cursi poema de amor al cine como territorio de los sueños, en este caso al cine popular de siempre, sin distinciones de época ni calidad (se toma el cine mudo como referente del todo), al cine norteamericano, como ya se ha dicho, y a sus señas de identidad. Y la mayor virtud del filme es que esa declaración amorosa, para quienes padecemos del síndrome de la cinefilia, resulta contagiosa, como lo han sido otras similares en el fondo y muy distintas en las formas, como «La noche americana» (1973) de François Truffaut, o «Cinema Paradiso» (1988) de Giuseppe Tornatore, por citar dos muy conocidas; tanto que a uno le permiten pasar por alto la inevitable sensiblería, que comparten Hazanavicius y el director italiano (no en este caso Truffaut).
Pero más allá de todas esas claves ideológicas, The Artist es ante todo un ejercicio metalingüístico. Renunciando a la palabra hablada defiende a quienes la defendieron cuando la invención del sonoro hizo su aparición. Y cuando su tesis estética queda de-mostrada en el argumento renuncia al privilegio de mantenerse en ella con un sonoro ¡Corten! Que Hazanavicius haya realizado un alegato tan apasionado en favor de las innovaciones técnicas con una imitación tan perfecta de las técnicas más anticuadas es un rizo tan bien rizado que no ha habido más remedio que premiarle.
RECOMENDACIONES
De tu ventana a la mía, de Paula Oriz. Mejor dirección novel en la Seminci y nominada en los goya al mismo premio, habrá que seguir el camino de esta directora. Poética, arriesgada y original aunque irregular, su ópera prima.
Año de Gracia, de Ventura Pons. Comedia con intenciones de reflejar las dificultades vitales del momento actual; no es el Ventura Pons más inspirado. Le falta mordiente y -paradójicamente- gracia.
La chispa de la vida, de Álex de la Iglesia. Las películas del director vasco, ex presidente de la Academia de Cine, con alguna excepción tienen, como reza el viejo refrán, «arranque de caballo y parada de burro». Buenas ideas iniciales que pierden pronto la fuerza.