Estuve el otro día en Córdoba, donde coincidí con Julio Anguita en La Tejedora, un local dedicado al mercado solidario. Presentamos “Tiempo de ruido y soledad”, pero no voy a hablar de la novela (primer volumen de la trilogía “La disciplina de la derrota”), sino de una categoría en torno a la cual reflexionamos, más o menos directamente.

La derrota. Derrotados pero no vencidos, pero, sobre todo, derrotados pero no rendidos. No hay otra forma de responder que desde la derrota, desde la ética de aquellos que nos consideramos discípulos de la derrota. Y se responde precisamente no asumiendo los valores del adversario, no dándole nunca el estatus de vencedor. ¿A quién? ¿A quiénes? A los que se han impuesto, desde que se inició el ajuste duro, cada vez más duro y cada vez con menos resistencia; a aquellos que no aceptaban la caída de beneficios (Reagan y Thatcher), que no concedían interlocución a ningún otro protagonista (el discurso único) y que llevaron hasta sus últimas consecuencias la contradicción entre capitalismo y democracia, asolando latinoamérica, para empezar, a través de una cadena de golpes de estado. Y que, definitivamente, tras superar a Keynes (Marx era un proscrito, lo innombrable), consiguieron la rendición de la socialdemocracia, que atravesó el río en pos de un social-liberalismo que se empezó a vender como lo moderno, lo racional, frente a la cerrazón de una serie de políticos de “otra galaxia”, como dijo Felipe González.

He dicho derrotados, pero que nadie vea resignación, blandura o, mucho menos, un principio de entrega. Precisamente todo lo contrario: los derrotados, por el mero hecho de serlo, si mantienen sus postulados, son invencibles. Y no se trata tampoco de dogmatismo. Syriza, en Grecia, podía haber decidido meterse en un gobierno de estabilidad con respecto al euro y las deudocracias. Pero no aceptó. Decidió mantener su programa y apostar por convertirse en una alternativa a pesar del vendaval del miedo que contra esta decisión iban a levantar las fuerzas del bien. (En un momento determinado, si te equivocas, puedes estar en el momento y el sitio no adecuado, convirtiéndote en gestor de la política ultraliberal. Se trata de una opción a la que sin duda se enfrenta IU estatal, hoy en un proceso de acumulación de fuerza, desde el mantenimiento del programa y desde la apuesta ideológica de un discurso anticapitalista, que por ahora va viento en popa).

Pues bien, de todo esto hablamos con Julio Anguita aquella tarde en Córdoba, en La Tejedora. Julio había desarrollado en el Ateneo de Madrid su caracterización de la derrota, no como llanto, sino como base teórica de relanzamiento de la lucha. Ganar no significa superar la derrota pasándose al otro lado, o apostar equivocadamente. Hay que apostar desde el programa, desde lo que se ha dicho, desde el compromiso con los ciudadanos/as; un compromiso que se sintetizaba en el llamamiento imperativo de “Rebélate”. A esto aludíamos.