Fue en una reunión del Partido en la que nos preparamos para afrontar la movilización del 15-O con el objetivo de convertirla “en una jornada de protesta cívica”. Alguien apuntó que “hay camaradas que piensan que lo único que hay que hacer el día de la Revolución es salir a la puerta de la sede a repartir banderas”. Una carcajada sonó para adentro. ¿Qué sería de nosotras sin la ironía que nos permite agudizar el análisis político hasta llevarlo al extremo del absurdo que a veces tan bien nos retrata?

No hay mayor drama para una organización revolucionaria que el que una movilización popular le desborde. El 15-M cogió con el pié cambiado a la mayoría de la izquierda política. Tanto que tardamos varios meses en tener unas directrices mínimas respecto a qué hacer, aunque lo justo es decir que esto sucedió con sus instituciones y gran parte de sus dirigencias, pero no con cientos de militantes de estas mismas organizaciones, dedicados cotidianamente a la intervención político-social. Fue por ello que nuestro Partido e IU estuvieron presentes desde el principio en Democracia Real Ya. El 15-M ha servido como “prueba del 9” de nuestra capacidad de acción en un entorno dinámico como el que tenemos por delante. Aprendamos de la experiencia.

El 15-M ha muerto, ¡viva el 15-M!
Aún aceptando las hipótesis que especulan con la intervención encubierta de los aparatos del Estado en la génesis y dirección del 15-M –guerra de tercera generación- que las hay; la de quienes lo han despreciado como un impotente balbuceo pequeño-burgués; la de quienes han pretendido asimilarlo a las movilizaciones parciales y de punta roma de los tiempos del pacto y del boom consumista; e incluso la de quiénes veían la llegada de la Revolución en una acto de adanismo. Aún reconociendo que el 15-M ha tenido o puede que haya tenido un poco de todo eso, ha sido la movilización popular más importante desde quizás la lucha anti-OTAN de los 80. Una experiencia de lucha de masas, colectiva, fértil, llena de contradicciones ante las que intervenir para superarlas en sentido ascendente, sirviendo de palanca movilizadora y de escuela de lucha para la militancia comunista. Quien no ha estado, desde luego, que se lo ha perdido.

El 15-M ha supuesto un detonante, pese a cierta retórica, eminentemente político y politizador, cuya onda expansiva ha derribado tabiques, penetrando intramuros del tejido social, político y sindical clásico y reactivado a camaradas y compañeras que habían dejado la militancia activa. A un año de aquella explosión podemos decir que ésta ha sido su principal virtud y efecto. Y que no hay vuelta al 14-M.

El 15-M y el movimiento político-social y cultural
El 15-M se ha parecido más a IU, que IU: asambleas públicas y abiertas, áreas de elaboración colectiva de análisis, programa y movilización bajo consignas que impugnan el marco al completo: “no somos mercancías en manos de políticos y banqueros”, “lo llaman democracia y no lo es”, “abajo el régimen”. Pocas veces el discurso contra el capital y contra su régimen político ha tenido una pista de aterrizaje mejor. Es lo más parecido a una estructura de poder popular en la que hemos podido intervenir, un ensayo de cómo se construye el poder, de cómo se articula un proceso constituyente.

Aunque la vitalidad del movimiento sea diferente en según qué lugares y barrios, aunque el 15 M haya desaparecido o se haya caricaturizado en muchas localidades, es ya una experiencia y un referente de lucha en el imaginario colectivo heterogéneo, interclasista, intergeneracional, pero en su amplia mayoría formado por esa generación joven cuyas expectativas están siendo frustradas.