Como no nos volveremos a encontrar hasta dentro de dos meses, hemos creído oportuno hablar y abrir el debate sobre dos autores, lejanos entre sí por sus diferentes biografías y lugares de nacimiento, aunque con elementos comunes, como ya comprobaremos después. Ambos vivieron parte de la historia del siglo XX que, por su trascendencia, les apremiará a plantearse la función de la literatura y del arte, el teatro, en el caso que nos ocupa, como herramienta trasformadora o de cambio de la sociedad capitalista en países de diferentes estructuras sociales, culturales y políticas como eran Estados Unidos, en el caso de Clifford Odets, e Irlanda, en el de Sean O’Casey. Y, para ello, tanto uno como otro, recurrirán a las categorías de la teoría marxista, en muchas de sus obras, para construir sus dramas.

Es innecesario recordar que el tema de la lucha de clases, el debate sobre el sindicalismo, la cuestión nacional, el nacionalismo, el problemático tema de la huelga, el pacifismo/antimilitarismo, el imperialismo fueron núcleos de interés teórico y práctico en la literatura posterior a Carlos Marx y F. Engels, que se deslizan, a veces explícitos, otras implícitos, en todos los ámbitos de la creación literaria, tanto en los textos creativos como en los ensayísticos. No era posible explicarse un mundo, ni mucho menos recrearlo, de guerras mundiales, guerras civiles, revoluciones y grandes convulsiones económicas con las antiguallas metafísicas.

Sean O’Casey nace y vive hasta 1927 en su Dublín, donde es víctima del oscurantismo religioso y es testigo y actor del periodo convulso de la historia irlandesa del primer cuarto del siglo XX, que sería materia y reflexión de la mayor parte de sus obras. Según nos cuenta en su Autobiografía, participó muy joven en las huelgas de 1913, en las que se produjeron choques violentos entre las incipientes fuerzas del proletariado dublinés junto a los líderes de la Irish Transport and General Workers Union y la burguesía angloirlandesa. Recordemos un fragmento de su reflexión sobre estas históricas huelgas: “El espíritu de Irlanda renacía, no bajo los bordados, sino bajo los harapos; no a golpes de espada o de sátira sutil y fina, sino con juramentos, a puñetazos y bajo los escupitajos. Los trabajadores se alzaban, conducidos por Larkin y Connoly. Y ahora se iba a combatir con algo más eficaz que con las manos desnudas, con fusiles”. Sí, es verdad que las huelgas fracasaron, pero de ahí nació el Iris Cityzen Arma del que O’Casey fue el primer secretario.

Por su parte, Clifford Odest, dramaturgo y cineasta americano, conoce el desarrollo capitalista de los EE.UU., la Gran depresión de 1929 y el New Deal de Truman. Estos son los espacios que ambos transitan para alcanzar la claridad de los objetivos revolucionarios de sus respectivas obras, aunque esto no debe traducirse en que sus caminos son paralelos, pues sus vidas y obras se desarrollarán por dialécticas y objetivos diferentes. Había nacido de padres judíos en Filadelphia pero se crió en Nueva York. Después de trabajar en varias compañías de teatro, recala en Ensemble Theatre Group, dirigido por el mítico Lee Straberg, que se caracterizaba por ser vanguardia política y teatral. Para esta compañía escribe Esperando al zurdo que estrena en 1935, a la que siguieron Awake and Sningi, Hasta el día que mueras.

Desde el punto de vista biográfico-literario, podemos considerar a ambos como “hombres de teatro”, ya que los dos poseen y sienten desde su mocedad una gran pasión por el arte escénico, especialmente por el trabajo actoral y la escritura dramática. Bien joven, el autor de Rosas rojas para mí inicia su carrera artística en el Teatro de la Abadía (Abbey Theatre), considerado como el Teatro Nacional de Irlanda, donde estrena su famosa trilogía irlandesa (La sombra de un francotirador, Juno y el pavo real y El arado y las estrellas) en las que, como apunta Michael Habart (“Introducción al teatro de Sean O’Casey”) los dramas dublineses, con su testimonio desencantado, son el preámbulo de la lección de lucidez y de eficacia de la obra posterior, donde todo lo que impide ese esfuerzo es denunciado. Los extremismos nacionalistas, las ilusiones del heroísmo mitómano, el clericalismo…de la credulidad popular y de los terrores del moralismo, el poder de una burguesía pronta a defenderse de cualquier amenaza, a veces, en contra de la opinión dominante, como ocurre con El arado y las estrellas, drama que rompe el consenso sobre el levantamiento de Pascuas de 1916, considerado como el símbolo de la alianza unánime de las fuerzas sociales, nacionalistas y las fuerzas de los trabajadores, pero en realidad la clase obrera de Irlanda se negó a apoyar este levantamiento. Y es a partir de los hechos históricos de su patria como llega a la conclusión de que la condición primera de la liberación es la combatividad del proletariado. En 1916, Sean O’Casey, perdidas las esperanzas de ver una Irlanda socialista, se dedica íntegramente al teatro, desde el que no cejará en la denuncia a los que intentan detener el rumbo de la historia. Este momento de búsqueda y de desarrollo dialéctico se corporeiza fundamentalmente en dos obras: Rosas rojas para mí (1943) y La estrella se vuelve roja (1950).

Siguiendo nuestro punto de partida, el diálogo entre estas dos obras enraizadas en la historia con sus puntos de mira en la teoría y práctica marxistas, en sus desiguales contextos, tanto políticos como económicos, y diferencias que se expresan tanto en sus temáticas como en sus respectivas concepciones de la técnica y composición dramática. Si Rosas rojas para mí nace de la problemática irlandesa, Esperando al zurdo se imbrica en la confluencia de factores económicos, políticos y sindicales de EE.UU. de mediados de los años treinta. Esta diferencia determina sus diferentes elementos dramatúrgicos, así como el desarrollo de los elementos articuladores de la fábula.

El primer drama aspira a la totalidad y a la utilización sin freno de elementos dramáticos; y el segundo, a la concisión y a la economía de medios, porque la naturaleza y objetivos de su temática así lo exigen. Rosas rojas para mí puede inscribirse en la línea simbólica y expresionista del teatro europeo, al tiempo que Esperando al Zurdo pertenece al “subgénero” teatral conocido por agitprot (Agitación y propaganda), característico dentro del periodo denominado proletarian literatura en la que la creación literaria se valía de una economía de medios retóricos para llevar su marcada lucha anticapitalista.

El drama de Sean O’Casey, escrito en 1942 y estrenado en Londres en 1946 nos narra la historia de Ayamonn Breydon en medio de las grandes luchas sindicales de 1913. Este protagonista, que aspira a la liberación de toda servidumbre social, económica y política se enfrenta a una serie de antagonistas que representan fanatismos de todo signo, es asesinado por las fuerzas represivas en una huelga que él mismo había organizado. Esta historia, entrelazada con el amor de Sheila, y contada en cuatro actos, es parte de la Historia de Irlanda donde aparecen también representantes de la Iglesia y del poder político en un haz de diferentes registros retóricos (poéticos, irónicos, burlescos…) que proporcionan al drama complejidad y grandeza. La muerte del protagonista nos sitúa ante el dilema brechtiano planteado al final de Galileo Galilei: ¿Afortunado o desgraciado el país que necesita héroes? En Rosas rojas para mí, la heroicidad de Ayamon Braydon es la “tragedia” que surge en la lucha liberadora.

En Esperando al Zurdo observamos que las pautas naturalistas son sustituidas por una técnica que busca la directa y crítica intervención del espectador. Los personajes se distribuyen en un círculo que abarca el escenario y el patio de butacas, adquiriendo un carácter coral que enfatiza las diferentes situaciones. En este caso no se trata de conmover sino de participar en el conflicto que platea la obra, que no es otro que la necesidad de convocar la huelga como repuesta a la intolerable situación social. Este planteamiento, que no descarnaliza los problemas humanos, queda resuelto en varios episodios en los que las discusiones políticas dan paso a otros de la vida cotidiana. En determinadas situaciones, no es necesario enfatizar el drama, una frase puede ilustrar la situación anímica y social: “Estamos tristes, querida; tenemos la tristeza de 1935”. Y mientras esperan al zurdo, que no llegará porque ha sido asesinado, deciden seguir luchando. El primer paso, la huelga. No les queda otro camino.