Los Balcanes siempre han despertado admiración y temor por igual. En su piel quedó grabado el estigma de encender la mecha de la I Guerra Mundial y ser parte polémica de la Segunda. Cae el Muro de Berlín en 1989 y los Balcanes sufren de nuevo un gran terremoto, protagonizando uno de los descalabros más grandes de la política como solución de conflictos durante el largo proceso de descomposición de la extinta Yugoslavia. Aún está sin resolver el contencioso de Kosovo. Sin embargo, de ese ‘avispero’ o ‘volcánico’ enclave de Europa, puente entre Oriente y Occidente, brota un conjunto de estilos musicales tan rico como un tapiz persa. No es sólo el machacón ritmo de las fanfarrias –bandas de metales y percusión-, imagen tergiversada por el ejercicio de simplificación al que aplicamos absolutamente todo lo que es ajeno a los cánones occidentales. En esa desmitificación ahonda uno de los discos recopilatorios mejor elaborados en su género: Brass Noir. On the Trans-Balkan Highway, distribuido en España por Karonte. Les invito a un viaje por territorios, gentes, culturas y tradiciones entre el pasado y el presente.
El disco lleva el título de la autopista transbalcánica construida en la exYugoslavia del Mariscal Tito en los años 50 del siglo pasado. Una vía de mil cien kilómetros que atravesaba este país desde la ciudad de Gevgelija, en Macedonia –frontera con Grecia-, hasta Ratece, municipio hoy de Eslovenia -frontera con Austria e Italia-, atravesando por tanto suelo que hoy es macedonio, serbio, bosnio, croata y esloveno. Era el momento más caliente de la ‘guerra fría’ entre EE.UU. y la URSS, con Yugoslavia haciendo de cuña como ‘país no alineado’. Esa autopista recibe el nombre de ‘Carretera de la hermandad y la unidad’, denominación desafortunada como se vería después con las guerras desencadenadas tras la desaparición del muro berlinés, la unificación alemana y el derrumbamiento de la Unión Soviética. En su tiempo, sirvió como vía turística de acercamiento a Oriente o viceversa; o de obligado recorrido por camiones trasladando mercancías. Se hizo famosa por su peligrosidad, por los adelantamientos imprudentes, por las velocidades de locura, algo semejante a lo que hoy sucede en la vía más peligrosa de África, la que une Mombassa con Nairobi, en Kenia.
En su recorrido confluyen estilos musicales de lo más variopinto, raíces policromadas que reúne este disco gracias a la labor del D.J. alemán Robert Soko. La apertura jazzística de Boris Kovac nos desmonta de inmediato el arquetipo de la traca balcánica. Le sigue una hermosa pieza melódica de la Fanfare Ciocarlie con aires búlgaros en las voces. Nada es lo que parece, porque esta banda surge otra vez al final del disco atizando con la tradicional rumba zíngara. Boris Kovac se encarga de dotar al tango un aire menos rígido y el turco Mercan Dede deja ejemplo de su ecléctica propuesta electrónica y sufí. Un cantante como Darko Rundek alumbra la gran influencia de la canción francesa sobre todo el este de Europa a la manera de juglar o trovador. No faltan las formas klezmer –música de los judíos del este- con matices funk y zíngaros. Y la representación albana con la Fanfara Tirana.
En pocas ocasiones, un recopilatorio encierra tanto misterio, tanta sabiduría, tantas sensibilidades, tanta ironía. Les animo a sumergirse en el fascinante rincón de los Balcanes.