Manuel, caro amigo
(Donde estés)
No me puedo imaginar que cuando abra, a partir de hoy, el correo, no encontraré ya nunca más tu último artículo que habías publicado en un diario digital y que me enviabas para que lo leyese y te lo comentase. Con reconocimiento y amistad te daba mi parecer al que contestabas con un inicial ruborizante “caro, maestro.” Tus respuestas a mis comentarios, breves pero intensas, me llegaban con respeto y cariño sobre tus textos, textos que me obligaban a releer y estudiar, porque me habían sacudido intelectualmente, unas veces, o emocionado, otras.
Por diferentes razones, los últimos años mantuvimos una amistad de lejanías, de encuentros en el espacio cibernético, una amistad que se inició un día -¡ya hace tantos años! en la Sede de Mundo Obrero de la Calle Monteagudo y que se fue acrecentando en los Consejos de redacción, pero sobre todo, en las comidas que los viernes, junto con Mariano Asenjo, hacíamos por bares del sur de Madrid, como para intentar situarnos en la periferia para mejor ver el mundo. Inolvidables aquellas sobremesas cuajadas de poesía y utopías. Y de intercambios de opinión que ensanchaban nuestro conocimiento de historia, literatura y vida. No fue posible repetirlas, pero quedarán insertas en la memoria de mis mejores momentos.
No puedo creerme hoy que esa literatura de la infelicidad que tú siempre reclamaste se haya quedado sin su fiel partisano, esa literatura que deshace las imposturas ideológicas y sentimentales de los que se sienten satisfechos. Una literatura que tú reivindicabas desde una sentimentalidad dialéctica: Inolvidables tus notas sobre Oscar Wilde, Passolini, Dashiell Hammett, Gramsci, o en el que intentaste explicar el misticismo de Santa Teresa en clave marxista. Y tantos otros que nos mantenía en una militancia difusa y contradictoria, pero segura.
Manuel, a algunos nos ha dejado un poco más solos en este puto mundo que tú, como tantos, quieren cambiar. No hay perdón que te hayas ido llevado por una cruel mano de nieve cuando tanto queda por hacer, tanto que conversar, tanto que amar.
Antonio José Domínguez