Septiembre nos trae una nueva e impune exhibición de la amenaza militar del imperialismo, en este caso contra Siria, y también el 40º aniversario del golpe de Estado que derrocó al Presidente Salvador Allende y destruyó la llamada “vía chilena al socialismo”. Golpe de Estado que no puede explicarse sin la auténtica guerra económica, diplomática y de “inteligencia” de Washington contra el Gobierno de la Unidad Popular. El bombardeo de La Moneda dio paso, a partir de 1975, a la implementación por primera vez del programa neoliberal, en el marco de una feroz represión contra el movimiento popular. El mismo programa que rige hoy la Unión Europea, impone las políticas salvajes de recorte de los derechos sociales y socava las bases de la democracia.

El 4 de septiembre de 1970 el candidato de la Unidad Popular venció en las elecciones presidenciales por un estrecho margen de votos, derrotando a la derecha y la Democracia Cristiana. Después de dos décadas de forjar la unidad en torno a un programa político y con los dos partidos marxistas revolucionarios (PC y PS) como eje de un amplio bloque político y social, el pueblo chileno abría de par en par las puertas de la Historia.

La derecha, el sector conservador de la DC y la Casa Blanca maniobraron sin éxito durante sesenta días para impedir la investidura de Allende. Pero el 3 de noviembre de 1970 el médico socialista y masón, el nieto del eminente doctor Ramón Allende Padín, se terciaba la banda tricolor y rápidamente su Gobierno puso en marcha un programa de transformaciones y de reformas no reformistas que se convirtieron, junto con la Revolución Cubana, en el proceso político más influyente para la izquierda en la segunda mitad del siglo XX. La nacionalización de las grandes minas de cobre, salitre y hierro, de la banca, la reforma agraria y la erradicación del latifundio, una política internacional ejemplar que convirtió a Allende en unos de los líderes del Tercer Mundo, la revolución cultural de la Nueva Canción Chilena, las brigadas muralistas y los diez millones de libros de la Editora Nacional Quimantú, el compromiso y el desarrollo de la conciencia de la clase obrera, unida en la Central Única de Trabajadores (presidida por el comunista Luis Figueroa), la creación del Área Social de la Economía con las industrias nacionalizadas fueron la obra extraordinaria de la UP.

El proceso socialista chileno era, además, enormemente participativo. Así, se produjo una auténtica auto organización del pueblo chileno a todos los niveles, muy específicamente en la gestión de aquellas empresas que habían sido nacionalizadas, en las que trabajadores y técnicos leales demostraron que la iniciativa capitalista era innecesaria para hacer funcionar una fábrica o poner en marcha un transporte o comercio. También había participación en las escuelas, en los centros de abastecimiento, en las poblaciones, en los cordones industriales… todo en Chile se debatía, se votaba y se construía paso a paso, desde la base, y además, como gustaba recordar a Salvador Allende, no como fuerzas alternativas al Gobierno, sino como una parte más del mismo.

El 21 de mayo de 1971, en su primer Mensaje presidencial al Congreso, el Presidente Allende explicó así la vía chilena: “Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido; apenas teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas –particularmente al humanismo marxista– y teniendo como norte el proyecto de la sociedad que deseamos, inspirada en los anhelos más hondamente enraizados en el pueblo chileno. (…) Vamos al socialismo por el rechazo voluntario, a través del voto popular, del sistema capitalista y dependiente cuyo saldo es una sociedad crudamente desigualitaria estratificada en clases antagónicas, deformada por la injusticia social y degradada por el deterioro de las bases mismas de la solidaridad humana”. “Los que viven de su trabajo tienen hoy en sus manos la dirección política del Estado. Suprema responsabilidad. La construcción del nuevo régimen social encuentra en la base, en el pueblo, su actor y su juez. Al Estado corresponde orientar, organizar y dirigir, pero de ninguna manera reemplazar la voluntad de los trabajadores. Tanto en lo económico como en lo político los propios trabajadores deben detentar el poder de decidir. Conseguirlo será el triunfo de la revolución. Por esta meta combate el pueblo. Con la legitimidad que da el respeto a los valores democráticos. Con la seguridad que da un programa. Con la fortaleza de ser mayoría. Con la pasión del revolucionario. Venceremos”.

A partir de julio de 1971, la derecha y la DC forjaron una sólida alianza contrarrevolucionaria que logró arrastrar hacia las filas del fascismo a la mayor parte de las clases medias. En octubre de 1972 el paro de los camioneros y los sectores burgueses llevó al país al borde del colapso ecónomico y político, pero la movilización épica de la clase obrera y la entrada de varios altos oficiales de las Fuerzas Armadas en el Ejecutivo dieron una tregua hasta las elecciones de marzo de 1973. Entonces, al aumentar su representación en el Congreso Nacional, a pesar de la grave crisis económica, la Unidad Popular impidió la destitución de Allende por los cauces constitucionales.

Este resultado llevó a la oposición a apostar definitivamente por crear las condiciones políticas, económicas y sociales propicias para el golpe de Estado: atentados terroristas, paros patronales, acaparamiento de alimentos, algaradas callejeras, así como el acoso y derribo de los militares constitucionalistas.

La mañana del 11 de septiembre las Fuerzas Armadas se sublevaron en bloque contra el Gobierno. El bombardeo de La Moneda y la inmolación de Allende fueron el prólogo de una dictadura cruel que destruyó al movimiento popular con los asesinatos, las desapariciones, la tortura, las cárceles y el exilio. El golpe también tuvo sus generales civiles: los grandes empresarios, los líderes políticos de la oposición, Nixon y Kissinger. En las próximas semanas, gracias a la querella criminal presentada en diciembre por el PC chileno, algunos de ellos serán interrogados por primera vez por la justicia chilena, en concreto Agustín Edwards, dueño del diario reaccionario El Mercurio.

Chile y el mundo recuerdan estos días con infinidad de actividades los 40 años de la traición. La memoria de Allende y del movimiento popular alienta las luchas de hoy por derrotar en Chile el legado neoliberal de la dictadura y retomar la senda truncada vilmente en 1973. También nos ayuda a los y las militantes del PCE. Formamos parte de la misma Historia.