La lectura de La velada en Benicarló de Manuel Azaña en los momentos actuales, además de recordarnos una de las obras escritas en circunstancias excepcionales, nos sitúa ante una serie de problemas de carácter histórico y políticos que, aunque pertenezcan a un pasado que muchos todavía quieren poner un punto final en las páginas de la memoria colectiva, no nos deja de sorprender hoy por su forma –el diálogo– de abordarlos con el rigor y la racionalidad, elementos hoy día deficitarios en los debates y ajenos a toda paideia política. Las discusiones y el debate, que son la naturaleza de La Velada, nos trasladan tanto al cuestionamiento de la “racionalidad instrumental” y a la “racionalidad estratégica” propuesta por Weber, como a reflexionar sobre “la razón comunicable” teorizada por Habermas cuyo ejes se configuran en el espacio de la ética o de la moral, base de todas las intervenciones de los personajes.
Es difícil encuadrar La velada en Benicarló en los clásicos géneros literarios, porque, aunque este texto esté estructurado en forma de diálogo y no fuese su objetivo ser representada sobre un escenario, a finales del año 1980, una versión escénica realizada por José Luis Gómez y el novelista José Antonio Gabriel y Galán, adecuada a los parámetros de las exigencias teatrales, fue estrenada subrayando los valores morales y éticos que contiene el texto de Manuel Azaña como fundamental propuesta. Sería injusto no recordar la ejemplar crítica del espectáculo, “Una idea de España”, de Eduardo Haro Tecglen en la que afirmaba que la obra contiene unos valores morales y éticos que conviene ayudar a renacer, al tiempo que proponía (proponemos) que tanto libro como obra sean declarados como libros de texto.
La redacción del borrador del diálogo fue escrito, según no relata el propio autor en el Preliminar de la obra, en Barcelona dos semanas antes de la insurrección anarquista de mayo. Los cuatro días de asedio deparados por el suceso, le permitieron terminar el texto definitivo que es el que se publicó simultáneamente en sendas ediciones en 1939, una en castellano, en Buenos Aires; y otra en París –La Veillée à Benicarló– traducida del español por Jean Camp, que conoció a Azaña durante su estancia en España como director del Liceo francés y de cuyo trabajo quedó muy satisfecho. Después de ésta, han aparecido otras ediciones como la editada por la Editorial Castalia, en edición, introducción y notas de Manuel Aragón, otra, incluida en el tomo IV de las Memorias Políticas y de Guerra de la Editorial Afrodisio Aguado, o la contenida en las Obras Completas preparadas por Juan Marichal, editada en la Editorial Oasis (México). Como parece ser que todas están agotadas, en 2011 apareció en la Editorial Reino de Cordelia otra prologada por Isabelo Herrero y José y con Epílogo gráfico de Vicente A. Serrano.
El autor en el citado Preliminar ofrece al lector las siguientes aclaraciones: “Si el curso ulterior de la historia corrobora o desmiente los puntos de vista declarados en el diálogo, importa poco. No es fruto de un arrebato fatídico. No era un vaticinio. Es una demostración. Exhibe agrupadas, en formación polémica, algunas opiniones muy pregonadas durante la guerra española, y otras difícilmente audibles en el estruendo de la batalla, pero existentes, pero con profunda raíz.” En otro aspecto, el autor afirma que los personajes son inventados, aunque es fácil encontrar debajo de sus máscaras similitudes con él mismo, como con otros líderes políticos de entonces.
El desarrollo del diálogo -la velada- queda enmarcado por dos acontecimientos, el primero, tiene un carácter justificativo y explicativo de las circunstancias casuales del encuentro de los personajes en el parador de Benicarló, mientras que la significación del segundo y último es trágicamente premonitoria.
Aunque La Velada en Benicarló tiene su propia autonomía semántica, la lectura de los Artículos sobre la Guerra Civil escritos desde el exilio del propio autor -se pueden consultar en la red- para determinados lectores puede ser de gran utilidad para alcanzar una compresión más profunda del diálogo. Solo recordaremos, como ejemplo, los siguientes: “Causas de la Guerra de España”, “El eje Roma-Berlín y la política de no intervención”, La URRS y la Guerra de España”, La República española y la Sociedad de Naciones”, “El Estado republicano y su evolución.”
Los once personajes que intervienen representan “corrientes de opinión” “actitudes políticas típicas”, aunque con la abundante bibliografía, tanto memorialística como histórica que existe sobre el periodo republicano y la Guerra civil, al lector actual, creemos no le será difícil identificar, si no al personaje, sí a quien pertenecen las opiniones de cada uno de ellos: Miguel, médico y profesor en Rivera, diputado a Cortes; el doctor Lluch, médico y profesor en la facultad de Medicina de Barcelona; Blanchar, comandante de infantería; Laredo, aviador; Paquita Vargas, artista de teatro; Claudio Morón, abogado; Eliseo Morales, escritor; Garcés, exministro; Un capitán (sin nombre); Pastrana, un líder socialista y Barcalá, un propagandista. Como podemos apreciar en este elenco, Azaña no convoca al diálogo a anarquistas, comunistas o nacionalistas catalanes o vascos, aunque tanto de unos como de otros se habla en el transcurso de la velada por estas ausencias nos pueden parecer que la subjetividad domina el enfoque de los problemas que surgen a través del diálogo, ya que la cuestión social, por ejemplo, como apunta Manuel Tuñón de Lara, no parece ocupar el primer orden de sus preocupaciones y que en aquellos momentos Manuel Azaña tenía conciencia de que su proyecto republicano había fracasado. Y es ahí donde confluyen los temas del debate como la moral de la derrota, la violencia, la eficacia del ejército basado en la disciplina y en el rigor más que en la heroicidad, aunque no deje de valorar y ponderar la defensa de la República por el pueblo, el sentimiento cultural del mismo expresado en la custodia por obreros comunistas de las colecciones del palacio de Liria cuando fueron bombardeadas por los fascistas, la denuncia por la pasividad de la Sociedad de Naciones, el silencio cómplice de determinados países que contemplan la intervención directa de Alemania y Italia y sobre todo, el atraso cultural nacido del desprecio a la inteligencia. Y retomando el problema social, uno de los objetivos de La República, no podemos silenciar una intervención esclarecedora de uno de los personajes sobre esta cuestión: “la República quiso emprenderla (la cuestión social) por sus medios. El intento y la estúpida leyenda de la amenaza comunista, han dado pretexto y temas a la rebelión militar. Producido el alzamiento, era fatal la repercusión en el otro lado. […] Que existe de hecho una revolución no lo desconocerá usted. A su sombra se han cometido desmanes y crímenes. Siempre pasa lo mismo en la revolución.” Uno de los interlocutores, Garcés, le contesta: “Lo importante de una revolución es su contenido político, su pensamiento, su autoridad, su capacidad organizadora y su eficacia con respecto a los fines.” Continúa su intervención este personaje, explicando que la revolución no es una cuestión de odio de clases, sino que se debe al carácter congénito del español, a su caínismo.
La velada en Benicarló, con sus aciertos y desaciertos es más que una invitación a revisar nuestro pasado con un documento escrito por un protagonista excepcional de la II República. Su propuesta dramática, como ha escrito Enrique de Riva, es la antítesis de Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello, porque aquí, en La velada, es el autor quien va en busca de sus personajes, donde late la frustración del cronista y del novelista, al tiempo que el “animo inquisidor”, que manifiesta en sus Memorias, al distribuir los papeles de reo y de juez en modo impredecible.