México DF. 26 de diciembre de 2014.

Proponía Ortega y Gasset en los albores del advenimiento de la Segunda República: “que la Universidad vuelva a ser ante todo el estudiante y no el profesor, como lo fue en su hora más auténtica” (1930, Misión de la Universidad). Para un joven historiador de las universidades como yo, a veces cuesta concebir o comprender hasta qué punto los problemas del pasado son los mismos que los problemas del presente, o mejor dicho, hasta qué punto somos incapaces de superar algunas cuestiones que parecen presentarse siempre de manera recurrente, con mínimas variaciones, incluso en un periodo de grandes transformaciones como el actual inmerso desde hace algunos años en un terrible proceso de reformas neoliberales de todo el sistema educativo, tanto en la enseñanza superior como en las enseñanzas medias y profesionales. Tradicionalmente se concibió la historia en el sentido del progreso, interpretación de la evolución de las sociedades humanas en la cual los intelectuales, académicos e investigadores depositaron toda su confianza, muchas veces de forma acrítica. No obstante, hoy ya no aparece tan clara esta cuestión, habiendo autores que hablan directamente de la posibilidad de “regresión” en la historia (Josep Fontana, 2013, El futuro es un país extraño), no en el sentido de volver al pasado, sino en el sentido de avanzar hacia atrás, o lo que es lo mismo, involucionar, que podría ponerse fácilmente en relación con estas grandes transformaciones neoliberales de las que hablo y que, desgraciadamente, no se producen solamente en el terreno de la educación.

Es este, precisamente, el caso en lo que respecta a la posición de la Universidad Pontificia de Salamanca respecto al doctor José Sarrión Andaluz. El hecho de que un eclesiástico, en este caso el obispo de la diócesis salmantina, en pleno siglo XXI, tenga la posibilidad de expulsar de su puesto de trabajo por cuestiones ideológicas a un profesional de la educación, dice mucho al respecto. Se trata de un problema que tiene mucho que ver con la dirección que toman los nuevos tiempos y que, con las variaciones que éstos necesariamente imprimen a los actuales procesos históricos, tanto comienzan a parecerse al de la Europa de los años treinta, como advertíamos al principio, pues Ortega es de los pocos pensadores españoles cuya dimensión sobrepasa el estricto ámbito estatal. Aclaremos esto. Desde nuestro punto de vista, se trata éste de un problema del liberalismo como sistema político, no de otra cosa; de la concepción liberal del individuo en el sentido del respeto de algunas libertades fundamentales como puede ser el derecho a la libertad ideológica y religiosa, recogida en el artículo 16 de nuestra Constitución, “como algunos de los derechos más íntimamente vinculados al libre desarrollo de la personalidad”. Quiero decir con esto que el hecho de que el doctor José Sarrión Andaluz sea católico y comunista, en este caso, es secundario, a pesar de que haya sido precisamente eso lo que motivó su expulsión de la Universidad Pontifica de Salamanca. Pues bien, siguiendo con el símil, tanto se parece este contexto a aquel, en el que las libertades que reconocían las democracias liberales como la República española o la República de Weimar, entre otras, se vieron amenazadas por el horror que representó el fascismo en sus diversas variantes, que verdaderamente me produce pavor el hecho de que algunos de los sucesos históricos que se produjeron después, y como consecuencia de ello, pudieran volver a repetirse, temor que comparto con algunos analistas de muchísima mayor talla que yo tales como José Ignacio Ramonet en algunas de sus recientes reflexiones en Le monde diplomatique. A lo que voy es que el despido del doctor José Sarrión Andaluz es otra muestra más de estos peligros que acechan detrás de la ola neoliberal y profundamente totalitaria que sufrimos, en el que se resucitan los viejos fantasmas del pasado, en el caso español, plenamente respaldado por un gobierno tremendamente conservador y reaccionario: una Iglesia que trata de controlar nuestros cuerpos y nuestra moral, que pretende que interpretemos el mundo desde esa teología que desconoce profundamente el mensaje de los Evangelios, pero que viene muy bien para sostener un dominio de clase en el que sus privilegios, su influencia y, en definitiva, su poder, no se vean cuestionados. Es en este sentido en el que planteaba Ortega los términos de su propuesta pedagógica: “si educación es transformación de una realidad en el sentido de cierta idea mejor que poseemos y la educación no ha de ser sino social, tendremos que la pedagogía es la ciencia de transformar las sociedades. Antes llamamos a esto política: he aquí, pues, que la política se ha hecho para nosotros pedagogía social y el problema español un problema pedagógico” (1950, La pedagogía social como programa político). También en la actualidad. Puede ser que la poca importancia que le otorgan unos y otros representantes de los malos gobiernos a la historia en los currículos escolares tenga algo que ver. Lo que nos lleva, finalmente, a ponernos en la situación del pastor luterano Martin Niemöller, quien apoyó la política anticomunista, antisemita y nacionalista del partido nacionalsocialista alemán, hasta que ya fue demasiado tarde, lo que le llevó a plantear las palabras por todos conocidas: “cuando vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista” etc. Pues bien, ante una situación muy similar, no podemos guardar silencio ni permanecer al margen. No podemos tolerar de ningún modo este tipo de comportamientos, no solamente porque sean una agresión a los principios de nuestra Constitución, sino por las consecuencias que no ponerles pronto final puedan traer y cuyos referentes podemos fácilmente buscarlos en la historia reciente de Europa, pero también en otros periodos de la historia.

Este viernes 28 se celebra el juicio, del que estoy muy pendiente, pues en estos pequeños litigios es en los que se determinan cuestiones mucho más profundas, y con esta pequeña carta me sumo a las voces que denuncian la injusta expulsión del doctor José Sarrión Andaluz por parte de la Universidad Pontificia de Salamanca y la seria agresión que ello supone no solo para él sino para toda la comunidad universitaria y para toda la comunidad educativa, así como para los profesionales que como el doctor José Sarrión Andaluz tratamos de darle un poco de dignidad a nuestro oficio y plantearlo desde un punto de vista crítico. Un oficio que, a estas alturas, no podemos entender de otra forma sino que es precisamente esa práctica de la investigación y de la docencia el mejor legado que podemos (y sabemos) dejar como constancia de nuestro trabajo, un trabajo del que ahora pretenden apartar al doctor José Sarrión Andaluz.

Investigador predoctoral FPU. Departamento de Historia Medieval, Moderna y Contemporánea. Universidad de Salamanca. Realiza una estancia de investigación en la UNAM.