Su muy santísima santidad: Hay varias cosas que quisiera preguntarle para ver si es capaz, dado que es infalible, de aclararme la confusión en la que vivo gracias a usted, ya que tanta gente que antes renegaba del cargo que ostenta, ahora, en su persona, parece que sucede lo contrario y le alaban su carácter dicharachero y cercano, cuando no renovador.
Dejando al margen su más que oscuro pasado durante los años de la dictadura argentina en los que usted confesaba al General Videla y bajo su manto y mando se esfumaban jesuitas protestones o se comercializaba con los hijos de los desaparecidos, parece que ha logrado convencer a tirios y troyanos de la bondad de sus actos e intenciones. Y eso es lo que me deja perplejo, porque aparte de discursos más que manidos, no veo yo que en realidad haga usted nada de lo que predica con medias palabras, con medias verdades.
¿Cuando habla de que hay que acabar con la pobreza y las desigualdades, se plantea colaborar en el asunto repartiendo los bienes vaticanos, compartiendo joyas y mármoles, dejando de cobrar del erario público, pagando el I.B.I. como cualquier mortal, declarando el dinero negro que le viene a través de los innumerables cepillos desplegados por todo el mundo, dejando de ingresar beneficios con las fábricas de armas y bancos que posee, aparte de escuelas y hospitales? No sé por qué, pero me da que no, aunque estoy seguro que tanto usted como yo, sabemos que el problema no está en la pobreza, sino en la riqueza. Y de esa a usted le sobra.
¿Cuando se reúne con las familias les habla de los anticonceptivos o piensa seguir apoyando el contagio del Sida y otras enfermedades venéreas aparte de colaborar con la explosión demográfica y así asegurarse para usted y sus compinches del Banco Mundial mano de obra tan barata como desesperada, resignada a un mundo justo, no aquí y ahora, sino después de muertos, compartido con los gusanos?
Sus antecesores en el cargo aseguraban en su tiempo que los tagalos, el pueblo primigenio de Filipinas, no tenían alma, justificando así el trato laboral que se les daba. ¿Tienen alma ahora o es que ven peligrar su imperio dada la ascensión del Islam, sus más directos competidores en el saqueo? Se lo pregunto porque no le he escuchado retractarse de lo que dijeron inspirados por la misma paloma que se supone le inspira a usted.
Hay una mirada suya, oculta tras ese gesto bonachón y popular que tanto le adulan, que asusta y le delata. Pero tal vez sea cosa mía. Se la he descubierto en su viaje a Asia, cuando le preguntaron por el atentado contra la redacción de la revista Charlie Hebdo y usted condenó la risa. Dijo, más o menos, que no se podía poner en burla la fe y que si a uno le mentaban la madre lo más normal es que se liara a puñetazos. La verdad, es que hizo usted un discurso de lo más renovador. Le faltó decir que lo mejor era poner de nuevo en marcha la Santa Inquisición y competir con los talibanes en el arte de quemar y torturar a los que se ríen en multitudinarios Autos de Fe. ¿Eso sí que era gracioso, según usted? ¿Justifica usted del mismo modo el que la gente, harta del expolio al que siempre han sometido a la población, quemara las iglesias? ¿Así que uno, ateo convencido, no se puede reír de la fe que es, al fin y al cabo, creer en lo que usted dice pero no hace, y sí de la miseria que es lo que usted, poseedor de tanta riqueza, no dice pero sí hace?
Mientras averiguo cómo es posible que haya quien crea en su bondad, le aseguro que me voy a seguir riendo de su Dios, de Buda, de Mahoma o de quien me venga en gana. Le guste a usted o no. A mi tampoco me gusta usted y mire por dónde, encima me río.