No se asusten, mis cómplices lectores, porque no vamos a hablar de un santo ni de un evangelista, sino de un barco de carga de animales que sirvió también en una época, concretamente en los años treinta, para trasladar refugiados políticos, y que como en la nuestra solo hay que leer la prensa de hoy día o ver los diarios informativos para comprobar que este tipo de viajes no eran ni son de placer, sino de sufrimientos, vejaciones y muertes: Trágicas crónicas, hoy día también, que ponen al descubierto la moral, la hipocresía y los desastres de un mundo regido por las leyes de la globalización capitalista.
Max Aub, autor también del ciclo El Laberinto mágico, novelas sobre la Guerra civil española, tuvo que optar por el éxodo como tantos republicanos; en su caso, sin retorno, y que se concretaría en un exilio que comienza a primeros de febrero de 1939 y terminaría en 1972, año de su muerte. Este «viaje» se inicia cuando atraviesa la frontera española por Portbou, para llegar con dificultades a París, no sin antes haber presenciado las condiciones de los campos de refugiados donde muchos de sus compatriotas permanecían cautivos. En los primeros meses de estancia en la capital parisina, escribe Campo Cerrado, trabaja en varios proyectos editoriales y colabora con el Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles.
En el mes de abril, a causa de una denuncia anónima en la que se le acusaba de comunista, es detenido en base a un mandamiento de una ley que confería que fuesen arrestados todos los extranjeros de ideología de izquierda. El primer recinto de internamiento que conoce es el estadio de Roland Garros, para ser trasladado al poco tiempo al campo disciplinario de Vernet d’Arlegne, considerado el campo de concentración más represivo de Francia y recordado por las condiciones inhumanas que tuvieron que soportar sus prisioneros, circunstancias que Max Aub daría cuenta en su obra Campo francés, a la que se añadirían los testimonios de Arthur Koestler y Gustav Regler. Estos, junto a otros escritores, aupándose sobre el dolor, las enfermedades y castigos, ejercieron labores culturales dentro del campo, además de los trabajos tan humillantes como forzados que, como todos los prisioneros, tenían que realizar, experiencias que fueron conocidas por la opinión pública a través de los testimonios escritos que algunos consiguieron enviar fuera a pesar de la estricta la vigilancia.
Después de salir de Vernet d’Arlegne gracias a la intervención del Cónsul General de México en Marsella, Max Aub vive breves periodos de libertad y arrestos, hasta que es detenido de nuevo por los cargos de «agitador comunista» y «persona peligrosa para el orden público» para ser trasladado posteriormente al Campo de Djelfa, allí donde la tierra de Argelia se vuelve desértica y hostil al hombre, como escribe Manuel Tuñón de Lara. A este Campo llega después de haber realizado el viaje embarcado en el buque Sidi Aiche, junto a otros trescientos deportados. Este barco era utilizado para el transporte de ganado, que le sirve a Max Aub de inspiración para su San Juan y lugar donde inicia su redacción. Esta nueva experiencia de destierro y confinamiento tiene su propio testimonio. En este nuevo Campo escribe Diario de Djelfa compuesto por notas que, según él, reelabora en poemas con mala conciencia de poeta, idea con la que algunos están en desacuerdo: El significado vivo de la palabra poética aubiana está tan marcado, tan presente su hondo contenido humano, que parece oportuno, así mismo huir cada vez que se pueda de cualquier metalenguaje abusivo o prescindible. Un significado formado por representaciones poéticas y los testimonios fotográficos que el propio Max Aub realizó. Así pues, las imágenes poéticas entrecruzadas con las gráficas forman un documento artístico que engrandece su realismo poético.
Las referencias de este Diario como prólogo de San Juan. Tragedia se justifican no solo por la experiencia personal del autor, sino también por sus cercanías temáticas: éxodos, persecución, y muerte, fundamentos significativos de ambas obras, una inscrita en la experiencia individual, y la otra, como obra de ficción.
San Juan. Tragedia fue publicada en México en el 1943, con un prólogo de Enrique Díez-Canedo, uno de los críticos de teatro más reconocidos de aquellos años que también vivía su exilio en la capital mexicana. En él leemos: No ha de verse en ellos tan solo la expresión literal de un grupo de hombres, rechazados por su raza y su religión de todas partes […] No es solamente, siéndolo también un clamor hacia la justicia; es eso y mucho más… Su San Juan es la imagen de nuestro mundo a la deriva, condenado sin apelación y abatido sin esperanza, afirmaciones que pueden justificarse en un momento de la historia en el que estaban en juego la civilización o la barbarie. Sin embargo, como veremos después, aun dentro de la asfixiante espera de los protagonistas del San Juan, los implícitos elementos trágicos, como la acción de un grupo de jóvenes protagonistas, Max Aub, como dice Antonio Buero Vallejo, lanza como todo escritor trágico «su anhelante pregunta al mundo y espera, en lo profundo de su corazón que la respuesta sea un ‘sí’ lleno de luz. Plantea una y otra vez el enigma del mundo y de su dolor precisamente porque lo cree enigma -cifra poseedora de significado- y no amargo azar», idea que se enriquece con la de Alfonso Sastre cuando afirma que en el teatro aubiano existe una prefiguración del teatro épico a partir de una misma base estética: emoción, catarsis, coordenadas históricas y épicas.
Como ha sucedido con otras obras teatrales de Max Aub, el estreno de San Juan. Tragedia fue tardío (1998) por lo que el propio autor no pudo presenciarlo, fenómeno que entra en contradicción o paradoja en relación a la publicación de sus obras que han alcanzado numerosas ediciones, como su reconocimiento en congresos, revistas especializadas e instituciones académicas.
San Juan. Tragedia fue escrita en una época de su vida de dramaturgo en la que Max Aub había transitado por el teatro de Vanguardia y el teatro de Circunstancias, que fueron etapas de aprendizaje y maduración que le permitieron abordar otras aventuras con diferentes dramaturgias que exigían otras circunstancias personales y el tiempo histórico. En esta tragedia, cuya acción transcurre en un buque que había sido utilizado para transportar ganado, ahora su misión es llegar a un puerto que reciba a la tripulación, en su mayoría judíos, que huyen del terror nazi, y que espera frente a un puerto del Asia Menor, en alta mar, que el Capitán reciba la autorización de atracar y terminar su periplo del San Juan, después haberlo intentado infructuosamente varias veces al no recibir la correspondiente autorización de las respectivas autoridades portuarias.
La acción, dividida en tres actos, transcurre en la bodega, el puente de mando, el entre puente y la cubierta descritos con precisión realista y está situada por el autor en 1938. En cuanto al tiempo, el primer acto transcurre a las dos de la tarde; el segundo, a las nueve de la noche del mismo día; y el tercero, en los últimos momentos del atardecer del día siguiente por lo que el autor es fiel a la triada de la retórica trágica: unidad de lugar, tiempo y acción, aunque en el transcurso de la acción las intervenciones de los protagonistas nos sitúan en el centro de la historia europea coetánea, como la continuas referencias al pasado del pueblo judío.
La tripulación formada por más de ochocientas personas es el protagonista de la tragedia, representada por unos cuarenta personajes (los jóvenes, los niños, los viejos, los de a bordo y otros) que se articulan en una dimensión coral para unificar el conflicto central, la negativa de las naciones liberales de autorizar que atracase el San Juan en ningún puerto, con los conflictos entre los personajes originados por el choque de intereses, la insolidaridad, el fundamentalismo religioso o la cobardía. En esta atmósfera de a puerta cerrada, un grupo de jóvenes comunistas deciden una noche abandonar el barco para intentar llegar a España para enrolarse en el ejército republicano: Camaradas, estamos perdiendo el tiempo miserablemente a bordo de este montón de hierro viejo cuando en otras partes del mundo hay una lucha efectiva. Hemos preparado nuestra marcha…En tierra nos esperan, es el comunicado de Leva, responsable del grupo, antes de partir.
Llegó la noche del segundo día. Y la tempestad, mientras en las Cancillerías europeas también se hundían en la No Intervención, políticas de confusos silencios y contradictorias declaraciones, discursos que han llegado hasta nuestros días, mientras otros sanjuanes naufragan en el silencio o la muerte.