Obra: El crédito
Autor: Jordi Galcerán
Intérpretes: Carlos Hipólito y Luis Merlo
Director: Gerardo Vera
Función: Teatro Maravillas (Madrid) el 21 de octubre de 2015
En los últimos años hemos observado un repliegue del teatro desde los escenarios del conflicto social hasta los espacios del individuo líquido cuya característica fundamental es que vive en la incertidumbre y en la angustia. Pero toda transformación caracterizada como trágica en un primer momento tiene su repetición en forma de farsa, como señala Marx respecto a las revoluciones en la Francia del siglo XIX. Esta es la base del teatro de Jordi Galcerán. La operación dramatúrgica consiste en hacer desaparecer el conflicto y poner en su lugar un falso escenario que señale no a la realidad sino a una construcción imaginaria. Su pieza El crédito, ya en la tercera temporada y con un sobresaliente éxito de crítica y público, es un tipo de obra en la que todo lo que conforma el alrededor trágico que vivimos con las instituciones bancarias pasa a convertirse en un caso de vodevil sustentado en un juego de infidelidades posibles.
La función, dirigida con austera y resueltamente por Gerardo Vera, no asume la retórica gruesa y fácil habituales sino, al contrario, un mecanismo preciso y eficaz suficiente como para que el público cambie su papel de espectador por el de clase media. En efecto, “la vida es esto”, viene a decir la obra, “y hay que tomarla con humor”. Las calles del barrio en el que se ubica el Teatro Maravillas está llena de restaurantes, de tiendas, de establecimientos variados en los que este público y esta obra no desentonan: al fin y al cabo sólo son 3000€ y la fidelidad de una esposa lo que están en juego. Nada es importante en esta obra que, sin embargo, quiere pasar por tener una minuciosa carpintería teatral, como se decía antes para reconocer el buen hacer de un autor. Se ve bien en sus diálogos entretenidos y vivaces, que retuercen esa nada de la obra durante 90’ aproximadamente, y también en una gran variedad de entonaciones y amagos gestuales que confirman que nadie va a encontrarse ningún aspecto desagradable en el tiempo que esté en el teatro. Es evidente que la clase media se reconoce en este pacto ideológico (no hablar del conflicto real), en este consenso por la paz social. El método Grönholm (sobre la contratación laboral) o Burundanga (sobre el final de ETA) siguen el mismo esquema dramatúrgico, el mismo desplazamiento de lo trágico a la farsa. Estamos, sin duda, ante una forma productiva de un teatro que cuida las presentaciones (como la publicidad se preocupa de la exposición pública de las mercancías) sin importarle las consecuencias de lo que se presenta, algo que también pasaba con otro éxito del teatro de la clase media: Arte de Yasmina Reza.
El crédito es, sin duda, una obra para el consumo fácil, en la que se reconocen las ideas de esa clase y se confirman: “La clave es –decía Galcerán a El País– hallar una anécdota que te permita llegar de algo pequeño a los grandes temas. En medio no puedes dejar de hablar de lo que te rodea, es inevitable”. Y así es: hallar una anécdota (la violencia empresarial, la violencia política, la violencia financiera) que permita llegar a los grandes temas (a saber: la intriga, la curiosidad y la inseguridad) o sea, reducir la realidad a impulsos psicológicos. Se trata de un teatro para la resignación: “perder toda esperanza de conocer” parece ser el lema que hay antes de entrar a este teatro de la clase media.