Después de consultar en el ISBN las publicaciones de la autora alemana Anna Seghers aparecidas en nuestro país, obtenemos varias conclusiones de diferentes características. La primera, cuando conocemos la cantidad de novelas y relatos que escribió en su vida y que fueron traducidas, entre otros, al inglés, al francés, al ruso, podemos considerar que para el público español, según las editoriales, su temática podía no interesar, o que su filiación comunista era un impedimento, dado el clima postmoderno que se ha vivido en la época democrática. Es evidente que nos encontramos ante una autora cuya obra permanece en una clandestinidad obligada por cuestiones comerciales y políticas, aunque de novelas como La séptima cruz, existen tres ediciones, Tránsito, dos ediciones, La revuelta de los pescadores de Santa Bárbara, otras tres, y de La excursión de las muchachas muertas, una edición, novelas importantes en la carrera de la escritora, aunque faltan otros títulos representativos.

Anna Seghers, seudónimo de Betty Relinga, nació en Mainz (Maguncia) el 9 de noviembre de 1900 y murió en Berlín el 1 de junio de 1983, fechas que marcan un periodo del siglo XX en la que vivió, luchó y escribió una obra entre la que no existen fronteras entre sus cualidades artísticas y políticas. Perteneciente a una familia de la burguesía liberal y de ascendencia judía ingresa en 1919 en la Universidad de Heidelberg en la que estudia historia y sinología y se doctora con la tesis Judíos y judaísmo en la obra de Rembrandt. Su vocación creadora se remonta a su infancia, según nos cuenta ella misma. Sobre sus referencias lectoras hay que buscarlas en obras de H. von Kleist, George Büchner y F. Dostoiesvki a través del cual imagina el clamor y la convulsión revolucionaria de la sociedad rusa. Pero no solamente en los libros adquiere su formación, sino también en la expresión directa de los acontecimientos, como los combates de los espartakistas y las barricadas de Hamburgo. La cultura para Anna Seghers, según Claude Prevost, no eran las obras de arte y los libros, sino también era un paisaje.

Un paisaje en el que está su ciudad natal y la Renania que en síntesis podemos apreciar en su pequeño cuento escrito en 1965, Zwei Denkamüler (Dos monumentos) con pocos medios narrativos. En él encontramos el Imperio Prusiano, la República de Weimar, la Segunda Guerra Mundial, el exilio y la Alemania de postguerra. El acontecimiento central del relato que cuenta un «yo» de carácter ambiguo es la catedral de Maguncia que se salvó de los innumerables bombardeos y una lápida incrustada en el pavimento de una calle que recordaba que en aquel lugar había muerto una madre cuando iba a comprar leche para su hijo.

Después del ascenso de Hitler al poder, como otros escritores de su generación, decide exiliarse en 1933. Este exilio comienza en Zurich por un tiempo breve, para prolongarse en París hasta 1940, fecha en la que emigra a Marsella al haber sido ocupada la capital francesa por las tropas alemanas. En el sur de Francia permanecerá hasta que su marido fuese liberado del campo de concentración y haber obtenido los respectivos visados, no sin antes superar intricadas trabas burocráticas para viajar a México.

Durante este periodo a su actividad creativa le acompaña la de su compromiso político. Ya militante del Partido Comunista –había ingresado en el 1928- acude a la Unión Soviética en 1930 para asistir al Congreso de la Unión Internacional de Escritores que se celebró en Jarkov. También colaboró en el periódico Das Wort que se editó en Moscú entre 1937-1938 editado por B. Brecht, Bredel y Feuchtwanger y participó en la polémica sobre el expresionismo en el que se inauguró el debate entre Brecht y Lukács, y que, por otra parte, constituyó una de las controversias intelectuales en las que se intentó clarificar las relaciones entre arte y la dinámica revolucionaria. También en este periodo de tiempo Anna Seghers asiste a los Congresos por la Defensa de la Cultura de París (1935) y Valencia (1937) en los que interviene con sendas ponencias. También de este periodo es la correspondencia que sostuvo con el autor de El asalto a la razón y que se puede encontrar en el volumen Problemas del Realismo de G. Lukács editado por Fondo de Cultura Económica. A esta actividad hay que añadir su labor como narradora. En 1932 se publica Die Gefährten (Los Compañeros), una novela de carácter antifascista que se desarrolla en diversos países europeos y que además de su carácter histórico tiene un fondo internacionalista.

En el periodo de su exilio en México, a su producción narrativa se suman algunas novelas consideradas como obras maestras: Visado de tránsito y La séptima cruz. También Anna Seghers deja su testimonio de las tierras latinoamericanas con los relatos Historias del Caribe, obra en la que encontramos relatos como La bodas de Haití y Restablecimiento de la esclavitud en Guadalupe.

Como comprobamos, el camino hasta volver del exilio es largo. Regresa a Berlín en 1947 para instalarse posteriormente en la República Democrática Alemana en 1949 donde vivirá el resto de su vida. Aquí va a continuar su vida literaria donde se encontrará con otros escritores que también tuvieron que exiliarse. En este periodo es imprescindible acordarse de dos de sus novelas: La decisión y La confianza, esta última apreciada por la crítica de forma diferente, versiones que la enriquecen y la protegen de prejuicios maniqueos.

Pero tenemos que volver sobre el inicio de su carrera con la publicación de La revuelta de los pescadores de Santa Bárbara editada cuando en Alemania las turbulencias revolucionarias de los años 1918-1923 pertenecían a un pasado aparentemente terminado en el que la población soporta las duras exigencias del Tratado de Versalles que propiciaba que el capitalismo desplegase sus fauces originando que una mayoría de la población estuviese en paro y el ascenso de una de las reacciones más sangrientas de la historia.

Esta novela fue merecedora del Premio Kleist y en ella la revuelta es considerada como una parábola que ejemplifica la vida y la lucha contra la explotación de los marineros de Santa Bárbara. Y si en una novela el desenlace casi siempre mantiene la atención del lector, en La revuelta de los pescadores, éste lo conoce desde el principio: es la historia de un fracaso. La ilusión lectora se rompe aparentemente en el primer párrafo del relato: “La revuelta de los pescadores de Santa Bárbara terminó al tener que hacerse éstos finalmente a la mar, en las mismas condiciones de los cuatro últimos años”, para hacer explícito la significación del relato: “Pero mucho tiempo después de que los soldados se retiraran y los pescadores volvieran a la mar la revuelta seguía aposentada en la vacía plaza del mercado blanco, estivalmente desierta, y pensaba tranquila en los suyos, a los que había parido, criado, cuidado y protegido para lo mejor.”

Una vez rota la ilusión implícita del desenlace, al lector le queda por conocer el desarrollo de la acción, a los héroes y heroínas con sus sueños y contradicciones, el espacio y lugares donde acontecen sus vidas cotidianas, y la rebelión. Los pescadores de Santa Bárbara están agotados por la explotación a la que son sometidos por la Sociedad de Armadores Reunidos, pues sus vidas, al no recibir jornal alguno, solo las sostienen con una cantidad de la pesca anual, marcada y calculada por el patrón. La vida de los marineros en invierno es de penuria, de hambre y de una supervivencia mitigada con las deudas contraídas con los anticipos que solicitan a la patronal y con la pesca que cada uno obtiene con sus pequeñas embarcaciones.

En esta situación, llega un día Hull, un personaje romántico, no ajeno a lo que ocurre en Santa Bárbara, con la aureola de líder por haber participado en el triunfo de la revuelta de Port Sebastián de la que los pescadores tenían noticia y que no dudan en elegirle como dirigente de sus reivindicaciones. No debemos extrañarnos que la organización de la revuelta se realizase en torno a un dirigente casi desconocido, aunque con experiencia, pero en aquella zona no se conocían las organizaciones obreras.

En el transcurso de la preparación, la actividad la extendieron también a las poblaciones limítrofes en la que participaron, junto con Hull, algunos pescadores. Además de estas tareas de organización, el protagonismo de la novela también recae sobre dos heroínas, María, esposa de Kedennek, pescador que podríamos decir que es el lugarteniente de Hull, y Marie, amante y prostituta, que no duda en proteger a un huido de la revuelta. Junto a éstos aparecen otros personajes secundarios, pero significativos, como Desak, Adrian Sik, Fran Briy y Katarina. Todos, cada uno con sus sueños y derrotas, se entrelazan en secuencias para formar la armazón argumental de una revuelta que, con su estrategia acertada o equivocada, describe una parábola que cuenta una derrota que lleva en sí misma la luz de toda revuelta.