Arabia Saudita es un país artificial, una mera entidad jurídica creada por Inglaterra tras la primera Guerra Mundial. Londres como potencia colonizadora dejó paso a los EEUU. En 1945 este país presionó a Arabia Saudita para firmar el acuerdo Quincey. Es un acuerdo no un pacto, puesto que los firmantes fueron un Estado (EEUU) y la familia real saudí. EEUU se convertía en el paraguas militar de la casa Saud a cambio de su petróleo.

A la dinastía Saud se le ha permitido extender el wahabismo, una visión extraordinariamente retrógrada del islam, gracias a la financiación de escuelas coránicas y mezquitas por todo el mundo. Su capacidad financiera le ha permitido ejercer de gendarme político de la zona basándose en su capacidad para comprar armamento y alquilar mercenarios, como ha sucedido en la guerra en el Yemen.

El crecimiento de otras potencias regionales como Irán y el acuerdo firmado con los EEUU hace pocos meses ha debilitado la influencia de la casa Saud en la zona. Su intervención fallida en Siria y Yemen (la derrota del ejército saudí ha sido vergonzosa) tendrá asimismo consecuencias políticas. El costo enorme de sostener las dos guerras, sumado a la caída del precio del petróleo, ha provocado una profunda crisis económica. Tanto es así que el Fondo Monetario Internacional afirma que, a este nivel de gasto, el país se quedará sin “activos financieros” en cinco años. La institución crediticia ha exigido a Riad aplicar duros recortes sociales a una sociedad que vive de la subvención (2/3 de los saudíes viven de la administración estatal); los extranjeros, muchos auténticos esclavos, realizan los demás trabajos. La fidelidad política a la casa gobernante se nuclea entorno al disfrute de las rentas petroleras en forma de sueldos públicos.

La casa real de Arabia Saudita se compone aproximadamente (es un secreto de estado) de 7.000 a 25.000 personas de las cuales, de 200 a 500 tienen posibilidades de convertirse en reyes. Como es habitual, a la muerte del anterior rey en Arabia Saudita le sucede, tras la consabida lucha palaciega, un nuevo monarca, en este caso, el rey Salman (el número de posibles candidatos con derecho al trono supera los 500). El rey, aquejado de demencia senil, ha delegado en su hijo Mohamed ben Salman, de 30 años y actual ministro de defensa. Éste precisa reafirmar su estatus frente a otros competidores. La guerra en el Yemen tiene mucho que ver con esta necesidad.

La ascensión al poder de este personaje ha venido acompañada de una posición cada vez más extremista tanto en la política interna como exterior. Los frentes abiertos por Arabia Saudita son múltiples: Irán, Yemen, Siria, e Iraq y ahora se añade el Líbano. El nuevo reinado comenzó ejecutando al líder de la oposición, el jeque Nimr al Nimr que se había atrevido a criticar a la familia real, incluido al actual monarca Salman. La ejecución provocó un amplio rechazo en algunos países y en grupos chiíes. Especialmente duro fue el movimiento libanés Hizbulah. La situación se agravó más aún cuando el gobierno del Líbano no condenó el asalto a la embajada saudí en Teherán como consecuencia de las protestas contra ese asesinato político. El 19 de febrero Riad anuló un crédito de 4.000 millones de dólares para el rearme del ejército del país de los cedros y exigió la devolución de las armas ya compradas. Irán se ha apresurado a ocupar el sitio de Arabia Saudita promoviendo los acuerdos con el gobierno de Beirut en aspectos económicos y especialmente militares. Todo esto al mismo tiempo que Riad estrecha sus relaciones con Israel y Turquía. Existen intereses comunes en especial la disgregación de Siria e Iraq y el apoyo a los grupos terroristas que actúan en esos dos países. Hay dos cosas que Riad no perdona a Hizbulah: una, su decisión de luchar con el gobierno sirio contra los grupos terroristas financiados por Arabia Saudita y dos, el apoyo que esta organización libanesa presta al movimiento Ansar Allah del Yemen.

El gobierno saudí sabía que la respuesta occidental sería inexistente. Los gobiernos occidentales y sus medios de propaganda condenaron ese asesinato político con la boca pequeña. El presidente francés condecoró hace pocos días al Rey de Arabia Saudita en un acto vergonzoso y clandestino, mientras el gobierno español condenó la represión interna. Pero acto seguido envió a la familia real española en señal de buena voluntad. Es de suponer que el actual rey español irá, como hacía el anterior, como comisionista de nuevas inversiones.

Si la situación en Oriente Medio es de por sí muy compleja, Arabia Saudita ha abierto un nuevo frente al presionar a los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG, integrado por los países árabes ribereños del Golfo Pérsico) para declarar al Movimiento de Resistencia Islámica del Líbano como grupo “terrorista”. El 2 de marzo las seis naciones árabes catalogaron como terrorista a la Resistencia chiita. Subyace en estas acciones el enfrentamiento con Irán tanto como con Hezbolá. Es un conflicto que viene de antiguo, según revelan los correos de Wikileaks. En 2010 Arabia Saudita propuso a EEUU la invasión del Líbano para exterminar a Hizbolá aprovechando que Washington considera al movimiento chiita como terrorista, curiosa apelación a un partido político con miembros en el gobierno y multitud de parlamentarios en un país democrático. En 2013 comenzaron las sanciones contra algunos de sus dirigentes. Se ha producido en este período un cambio de alianzas y un alineamiento entre Israel, Arabia Saudita y Turquía. La incapacidad de las monarquías teocráticas de Oriente Medio para defenderse, hizo que el emir de Bahrein, fiel aliado de Arabia Saudí, declarara que Israel defendería los intereses de los países árabes “moderados”. Nada nuevo puesto que la aviación israelí pagada por Riad ha intervenido en Yemen bombardeando inmisericordemente a la población civil. El descrédito político en el mundo árabe se acrecienta.

Por otra parte el diario Al Ajbar, cercano a Hizbulah, ha revelado contactos entre funcionarios libaneses y estadounidenses donde éstos señalan que Israel está esperando un pretexto para iniciar la guerra. Israel necesita una nueva guerra para intentar detener la expansión político y militar del movimiento de resistencia en el Líbano al mismo tiempo que pretende recuperar algo de su prestigio mermado tras la derrota de su ejército en la guerra de los 33 días en el año 2006 a manos del Partido de Dios. Coincidiría por tanto con los intereses de la casa real saudí. Tanto Israel como Riad están furiosos contra Washington por haber acabado con el aislamiento iraní. La opción de bombardear el país persa no es factible, de momento, pero sí es posible con lo que ellos suponen el brazo iraní en el Líbano.
Sectores de la prensa hebrea se muestran muy cautos a la hora de plantearse una nueva guerra contra Hizbolá. Según el diario Haaretz, portavoz semioficial del ejército hebreo, el movimiento de resistencia libanés Hizbuláh posee una fuerza de más 45.000 combatientes y más de 100.000 cohetes capaces de amenazar cualquier parte del Estado de Israel. Aun así, Netanhaju, premier israelí, podría valorar la intervención militar puesto que Hizbuláh está muy ocupada en la guerra Siria. El líder del movimiento, Hassan Nasrallah, ha declarado en repetidas ocasiones que para su organización derrotar al Estado Islámico y al Frente al Nusra, es una opción estratégica, una obligación política y moral para estabilizar el conjunto de Oriente Medio.

Cuando se percibe algún tipo de solución política en Siria, las potencias que han dado soporte al terrorismo en la zona buscan la fórmula para desandar el camino recorrido. Como siempre son los pueblos los grandes sacrificados en el altar de la Geopolítica.