Desde hace ya casi un año venimos presenciando la cara más terrible del sistema político y económico de esa Europa que se siente orgullosa de ser la cuna de la democracia y que, mientras tanto, maltrata, abandona y humilla a esos miles de personas que llegan a nuestras costas y fronteras huyendo de la muerte. Lesbos, Idomeni y Turquía nos señalan nuestra obligación de seguir luchando, porque esta tragedia no está provocada por fuerzas incontrolables, sino por unas políticas diseñadas desde los centros de poder del capitalismo. Y su solución no pasa por un debate academicista sino por el compromiso real con un cambio en las estructuras de poder.
Cualquier avance que nos permita desalojar a los gobiernos de derechas supone generar una nueva posibilidad de transformación social. Por eso, el acuerdo electoral refrendado por las militancias de Izquierda Unida y Podemos sólo puede ser una buena noticia que hace que sea todavía más importante comprender la situación concreta en la que nos movemos. Desalojar de las instituciones a los partidos representantes de la oligarquía y que las fuerzas de izquierda ocupen esos gobiernos es un requisito indispensable para la transformación de las estructuras de poder.
Los últimos años han sido especialmente intensos. Se ha producido un aumento de la participación, una politización de la vida social y los espacios públicos como en pocas ocasiones lo habíamos visto. La transformación que se estaba dando en las conciencias de millones de personas pugnaba por alcanzar una expresión organizada que no encontraba en los sindicatos de clase y los partidos políticos.
Esta es la cuestión. Si las clases sociales a las que representa cada partido no acuden a nuestras sedes a unirse a nosotros, podríamos pensar que el cartel de la sede no se ve bien, que estamos mal situados, o que la prensa nos oculta. Sin embargo, deberíamos dejar de engañarnos y ser sinceras con nosotras mismas. Deberíamos aceptar algo que es evidente: los partidos políticos no han sido vistos como la vía de expresión de las insatisfacciones por parte de una gran mayoría.
Admitido ese punto de partida, lo más importante es ser capaces de comprender las causas y de dar alternativa. Y éste es uno de los retos más importantes que afronta IU en su proceso hacia la XI Asamblea. Además, lo aborda en un período de nuevas Elecciones Generales, y lo que algunos consideran un inconveniente puede ser una gran ventaja.
La lucha de clases no se da en un laboratorio, ni en un archivo de biblioteca, sino en la vida real. El marxismo es programa, es práctica y lucha. Y en plena vorágine, nuestra Asamblea mostrará cómo somos -nuestras debilidades y nuestras fortalezas- y eso es bueno, porque hemos ocultado nuestras realidades durante mucho tiempo. Nos hemos aislado demasiado y de lo que se trata no es de representar a la clase trabajadora, sino de ser pueblo trabajador. IU no debe ser la organización de la clase trabajadora, sino la clase trabajadora organizada.
Un partido político nace como expresión de los intereses de una determinada clase social, pero los cambios sociales provocan transformaciones también en las propias clases. Y esto se refleja también en la evolución de aquellos partidos que acaban cuidando más de sus intereses como organización política que de las clases a las que representan.
Dicho de otro modo: olvidan el carácter instrumental que tiene un partido -o un sindicato, por ejemplo- y se convierte en un fin. Por supuesto, para que ese partido siga recibiendo apoyo social debe mantener un mínimo de vinculación con aquellos a quienes dice representar, aunque el cuidado de los intereses del propio aparato puede adquirir mucho más peso.
Mientras tanto, las condiciones de vida de la gente, sus necesidades sociales, sus angustias y sus anhelos, sufren cambios importantes y el distanciamiento es cada vez mayor.
Y de esta manera, en el Estado español, la profunda crisis orgánica del capitalismo y la relacionada crisis del régimen político han contribuido a abrir esas tijeras, lo que ha agrandado la distancia entre los representantes y los representados. De ahí la precipitación de una crisis del sistema de partidos y el descrédito de todas las instituciones de la sociedad burguesa.
Pero eso no es un desastre. Más bien al contrario, porque genera una gran oportunidad. Pero siempre y cuando seamos capaces de rectificar y hacer realidad lo que llevamos tiempo teorizando.
Este no es un fenómeno nuevo en la historia. Lenin, ya hablaba de forma incisiva de “jefes”, “partido”, “clase” y “masa” en La enfermedad infantil… Sin embargo, dicho fenómeno tiene una profundidad inusitada y unas consecuencias decisivas para poder comprender la situación que estamos viviendo hoy y aportar luz para que generemos una alternativa viable.
Este proceso de lo que se ha llamado desafección, ha alcanzado a todas las fuerzas políticas sin excepción y ha provocado la creación de nuevas organizaciones.
En el caso del PSOE puede suponer un cambio histórico, ya que pronto se verá forzado a girar a su izquierda, o a cortar lo poco que le queda de sus raíces y seguir la senda del PASOK. El más que probable éxito electoral de la alianza IU-Podemos puede generar una situación en la que el partido de Pedro Sánchez tenga que verse en la tesitura de respaldar la alianza de izquierdas o dar paso a un gobierno de PP y Ciudadanos, lo que sin duda desataría una crisis de consecuencias muy graves entre los socialistas.
En el caso del PP, con una corrupción rampante que no es ajena a este proceso, hemos tenido ocasión de ver un ejemplo claro de cómo, en lugar de responder directamente a los intereses de las empresas del Ibex 35, se ha cuidado más de sus propios intereses como partido, como estructura de personas que comprenden que perder el poder puede significar acabar en la cárcel, y anteponen eso a las necesidades inmediatas de sus amos.
Por eso ha surgido Ciudadanos, organizando un partido que no sólo repescase a los descontentos del PP, sino que diese un nuevo equipo a la clase dominante. Lo más conveniente para el Ibex 35 era que el PP hubiese respaldado un gobierno PSOE-Cs, ganar tiempo, reorganizarse, y volver a la carga frente al desgaste del PSOE para recuperar un mayor control. En lugar de eso, para desesperación de la oligarquía burguesa, han preferido defender su partido, sobre todo viendo el desfile de cargos públicos y dirigentes que se forma con cada escándalo de corrupción.
Como ya dijimos tras la X Asamblea Federal de IU, la afirmación marxista de que los intereses de clase de la burguesía y el proletariado son enfrentados e irreconciliables, se impone hoy con rotundidad: o sus privilegios o nuestros derechos. Sus privilegios son nuestra miseria, la de todo el planeta. No hay una tercera vía.
¿Acaso falta consciencia de la gravedad de la situación? Desde luego que no. La mayor parte de la población es consciente de que la función fundamental de los banqueros y los grandes empresarios es la de hacer fortuna a costa de los demás. Nunca ha habido mayor conciencia del papel de parásito de la economía que juega el sistema financiero. Los casos de enriquecimiento y corrupción entre empresarios son tan cotidianos que revelan a las claras su carácter. Entre unos y otros se alimentan de nuestra sangre.
El Gobierno del PP tampoco se libró de esta percepción popular de alianza de los ricos contra los pobres y nunca un Gobierno se había desprestigiado tanto en tan poco tiempo. ¿Cuál era pues el obstáculo que impedía que ese malestar social se expresara en un movimiento incontenible que echara al PP y derribara un sistema económico insoportable?
No era necesaria una perspicacia especial para comprender cuál era el problema hace cuatro años y cuál es, en realidad, la clave de nuestra época: la falta de percepción de que existe una alternativa, es decir, una organización y un programa capaces de construir un nuevo futuro.
Han pasado cuatro años desde entonces y el desarrollo de los acontecimientos nos han puesto a prueba, pero creo que hoy es aún más evidente que la única táctica posible es considerar la unidad en la lucha, tanto en la calle como en las elecciones, como el camino que nos puede llevar a transformar la sociedad.
La lucha política está conformada por diferentes facetas y todas ellas deben formar parte de nuestro esfuerzo. La unidad es el camino para forjar una fuerza que inspire confianza, que demuestre que podemos cambiar la realidad, que somos una mayoría y que, a pesar de nuestras diferencias y conservando nuestra identidad e independencia, somos capaces de ponernos de acuerdo en unos puntos mínimos.
Pero también hay que apuntar que nos equivocaríamos si pensamos que con eso es suficiente. Debemos mantener bien visible nuestro programa de transformación socialista de la sociedad, pues toda la historia nos enseña -y el caso reciente de Grecia es una prueba- que no basta ni siquiera con recorrer el difícil camino que lleva al gobierno. Es necesario tener también el poder. Debemos controlar las palancas de toma de decisiones de la sociedad para poder transformarla profundamente.
Hemos dado un gran paso. La unidad alcanzada es una buena noticia. Pero eso aún hace más importante la necesidad de ser exigentes con el programa que debemos defender. Las urnas pueden generar una ocasión extraordinaria, son algo decisivo, pero el resultado sería inservible si el triunfo no se ha forjado en la lucha y en la movilización. Si no cuenta con una organización sólida del pueblo trabajador y unos objetivos claros. Si no se fundamenta en lo más decisivo: un pueblo consciente decidido a cambiar sus vidas, a cambiar para siempre las reglas del juego de nuestra sociedad.
Eurodiputada de Izquierda Unida