En la fachada del Ayuntamiento hay una pancarta dando la bienvenida a los refugiados que puedan llegar. Porque si no llegan no pueden darse por bienvenidos. Está redactada en inglés, que es el idioma del Imperio que tiene todas las llaves: las de las puertas de salida y las de los refugios a los que pudieran acogerse los que ya han salido y no saben hasta dónde pueden llegar.

Sabemos que los refugiados vienen en malas condiciones: tienen frío y traen hambre (y sed de justicia). Se podrían juntar con los que aquí también están probando estas mismas sensaciones sin tener que moverse, salvo desahucio, de sus propias casas. También, ¡quién nos lo iba a decir!, aquí hay hambre.

Y como el hambre de los demás es un lugar común, de consumo habitual en nuestros medios de comunicación, pasa a ser una referencia utilizable para juegos de palabras publicitarios. Una empresa, también con título en inglés que puede interpretarse con interesantes matices, ofrece la descarga de su app “para los que tienen hambre”.

Es un alivio saber que la descarga de una app puede ser la solución “para los que tienen hambre”, aunque la empresa no advierte de la contrapartida económica ni de los costes añadidos. No explican cuánto cuesta quitarse el hambre con según qué ni cuánto te cuesta tener lo necesario para la descarga de esa app. Debe ser despreciable porque lo importante parece ser la oferta de inmediatez del remedio. ¿Tienes una sensación rara en tus entrañas? ¿Estás como triste e irritable? ¡Eso es hambre! –hubiera dicho mi abuela- y, en ese caso, pasaba a la acción ofreciendo un cacho de pan con algo. Pero ahora podemos decir a los hambrientos que nos descargamos una app y todo se soluciona. Por cierto ¿quién descarga: el hambriento o el que pueda presumir de quitarle el hambre? ¿Lo sentamos a nuestra mesa o le mandamos la comida para que no tenga que venir a casa a leer la pancarta de bienvenida?

Más aún. Podemos suponer que una descarga preventiva de esta app en su lugar de origen o etapa de peregrinación eliminaría la posibilidad de que se nos plantee un problema aquí con esa hambre impertinente. En este caso no sé por qué no sustituimos el cartel de bienvenida por la app de la comida en un periquete. Y sería interesante contemplar la posibilidad de que esos anuncios colgaran por los costados de las embarcaciones de rescate para no perder el tiempo con el hambre y que otras empresas, calefactoras, por ejemplo, hicieran lo propio con el tema del frío.

Ciertamente me asalta una sospecha. Creo que ese cartel, utilizando la notoriedad mediática del hambre, no se refiere al hambre de los refugiados, o sea, al hambre de todos, sino que se dirige a los que puedan descargarse el artilugio de encargar comida, o sea, que la publicidad de Just Eat no hace referencia a lo justo sino a lo justito, en su acepción de escaso.

La clave final del anuncio está en su línea inferior. Dice que “lo que nos diferencia es poder elegir”. ¿Puede uno elegir entre ser hambriento con posibles o sin posibles? ¿Se puede elegir menú, se puede elegir el hambre?