Si hay una cinematografía que ha estado, prácticamente desde sus orígenes, fuertemente vinculada a la historia y a la evolución política de su país, esta es sin duda la rusa.

El cinematógrafo nace, a manos de los hermanos Lumière, en la tarde del 28 de diciembre de 1895, en el Salón Indien du Grand Café, situado en el subsuelo del nº14 del Bulevar de las Capuchinas, en el IX Distrito de París (una convención historigráfica; demasiada precisión para un invento tan complejo). La entrada costaba un franco, el espectáculo duraba media hora y se proyectaron diez películas, entre las que se encontraban La llegada de un tren a la estación (L’arrive d’un tren en gare) y El regador regado (L’arroseur arrosé).

Tras el clamoroso éxito de esta primera proyección pública, los Lumière tardaron pocas semanas en poner en funcionamiento su fábrica de vistas, que es como se conocen a los miles de filmes de temática, fundamentalmente, documental e histórica, realizados por los operadores de los Lumière, previamente instruidos por los hermanos franceses tanto en la proyección como en la filmación. Félicien Trewey (prestidigitador), Alexandre Promio (empresario, productor y organizador de espectáculos), Francis Doublier (obrero de 17 años del laboratorio de la fábrica Lumière) y Félix Mesguich (otro operador-mecánico), entre otros, fueron enviados a los cuatro puntos cardinales con el objeto de pregonar el invento, exhibir el espectáculo, promocionar cámaras y proyectores, producir películas y obtener rentables beneficios económicos, en el breve plazo de existencia que los Lumiére, firmemente, creían que tendría vigencia su “invento”.

Durante sólo el mes de enero de 1896, estos pioneros recorrerán toda Francia, Europa y parte del mundo… Y es en mayo de 1896, unos meses después de su ‘nacimiento oficial’, cuando le llega el turno a Rusia, con motivo de un señalado evento histórico: la coronación del zar Nicolás II.

De forma algo acelerada Louis Lumiére dio ordenes a Francis Doublier, que se encontraba en un periplo europeo, desde Amsterdan a Varsovia pasando por Munich y Berlín, encargado de establecer negocios y salas de exhibición, que se trasladase urgentemente a San Petersburgo, con una de las cámaras-proyectores de la compañía, para reunirse con Charles Moisson, ingeniero jefe de la compañía Lumiére, que iba a filmar la coronación del zar Nicolás II y las posteriores ceremonias y festividades de presentación de este al pueblo ruso.

La ceremonia que inicialmente tendría lugar el 14 de mayo en San Petersburgo se produjo, finalmente, unos días más tarde en Moscú. El zar Nicolás II fue coronado formalmente el 26 de mayo de 1896 en la Catedral de la Dormición de Moscú, en el Kremlin, y la celebración del acto tendría lugar el 30 de mayo con una gran fiesta en el campo de Khodynka (o Jodinka), a las afueras de Moscú, a la que estaba invitado todo el pueblo y una gran cantidad de mandatarios, emisarios y diplomacia del mundo entero: más de medio millón de personas se dieron cita allí.

Doublier y Moisson filmaron la coronación y los festejos ceremoniales… y también filmaron la famosa tragedia de Jodinka, el fatal comienzo del reinado del último zar de Rusia: en plena ceremonia unas antiguas zanjas y trincheras militares, reconvertidas en depósitos, mal apuntaladas y consolidadas cedieron ante el peso de la multitud cayendo en su interior centenares de personas. El pánico provocó que miles de personas salieran corriendo en todas direcciones, cayendo al suelo y siendo aplastadas. La tragedia se saldó con 1.389 muertos, según cifras oficiales, y más de 1.300 heridos. A pesar de todo lo ocurrido, las celebraciones siguieron su curso, ajenos, la mayoría, de lo que estaba aconteciendo unos cientos de metros más allá. Y como era de esperar, el pueblo ruso interpretó todo aquello como un presagio de lo que iba a suponer el febril y convulso reinado de su último zar. Finalmente, Doublier y Moisson, fueron interceptados por la policía y todo su material confiscado.

Más allá de la lectura irónica, que proporciona un accidente casual de la historia, con la que puede leerse este episodio fundacional, los orígenes de la cinematografía rusa despliega un programa similar al de muchos países europeos: su irrupción como atracción itinerante, en locales improvisados, con pequeños programas constituidos por varios filmes cortos, a imagen y semejanza del fundacional de los Lumière; su carácter de espectáculo importado; la hegemonía francesa hasta 1908, de los Lumière, primero y brevemente, y de Pathe y Gaumont, después e intensamente; la falta de producción propia en parte por el control comercial e industrial de las compañías extranjeras francesas, principalmente, pero también americanas; la aparición de salas en las ciudades, a partir de 1903, que lo convierten en espectáculo urbano perdiendo paulatinamente su carácter itinerante; su irrupción en la vida social y cultural; la aparición de los pioneros ‘locales’; el agotamiento de los programas populares, basados en las vistas, crónicas de actualidad, féeries, números de magia, reconstrucciones históricas, comedias y dramas, y el temprano cansancio del público; la producción y realización de películas mas refinadas, sofisticadas y complejas, técnica y argumentalmente, con el objetivo de atraer a un público cada vez mayor y de clase social alta; el flirteo con la literatura, el teatro y otras formas culturales de carácter popular, como fuentes de las que extraer y adaptar historias argumentalmente más ambiciosas; la observación, preocupación y desconfianza de los órganos de poder por la falta inicial de control y la intuición de tener delante de las narices una herramienta potencialmente tan ‘útil’ como ‘peligrosa’; etc.

A finales de 1896, la casa Lumière abre el primer estudio cinematográfico en Moscú. La sucursal de los Lumière pronto se convirtió en el centro de operaciones de muchos de los operadores que pasarían en aquellos años por Rusia. El último en llegar, desde Estado Unidos, fue Felix Mesguich, que se convertiría en el núcleo del grupo. Unos años más tarde, Mesguich y su cámara, se convertirán en testigos de excepción de un nuevo y crucial episodio de la historia rusa contemporánea: tras el desastre y la vergonzosa derrota de Rusia en la guerra ruso-japonesa de 1904-1905, sobrevino una profunda miseria y malestar generalizado en la población que sumada a la insostenible situación del campesinado dio lugar a la inevitable insurrección que desembocaría en la Revolución rusa de 1905, que aunque sofocada y fallida, supuso un verdadero preámbulo y «ensayo general» de la posterior y decisiva Revolución Rusa de Octubre de 1917.

El testimonio del mismo Mesguich, mientras filmaba, parece incluso describir el Domingo Sangriento: “Mi cámara estaba escondida tras la ventana de un primer piso. A través de la cortina negra podía ver sin ser visto. De repente, la masa de los manifestantes se precipitó a la Perspectiva dirigiéndose hacia el Arco de Triunfo (…) Un ruido de tromba. Un escuadrón de caballería, con las espadas desenvainadas, cargaba contra la multitud. Oí los disparos, luego los gritos de la gente (…). Oí los cascos de los caballos sobre el empedrado. La sangre había enrojecido la nieve”. Aunque Mesguich, parece que oye más que ve, no deja de ser curioso el carácter cinematográfico de la descripción. Parece ser, una vez más, que la película sobre la Revolución de 1905 de Mesguich nunca consiguió llegar a Francia. Pero si sabemos que poco tiempo después, en los estudios Pathé, se filmaron varias películas de reconstrucción histórica (cine-actualidades), a partir de crónicas periodísticas, que narraban diferentes episodios de la Revolución rusa: Asesinato del Gran Duque Sergio, Sublevación en San Petersburgo, Atrocidades antisemitas, Revolución en Rusia y Motín de Odesa. En palabras de la historiadora Silvestra Marinello: “El cine no reproduce la historia, la produce”.

Al desembarco de los operadores de los Lumière le siguió la previsible llegada de todos los demás: tras la primera proyección pública, en los primeros días de mayo de 1896, en un teatro de San Petersburgo, los Lumière abren, unos días después, la primera sala cinematográfica en el Paseo Nevski. Pocos días después aparecerá el pionero e inventor inglés Robert W. Paul, que presentará su versión del invento, el Animatograf, el 26 de mayo, en el teatro del Zoo. Y a finales de ese mismo mes, como no, irrumpe en escena Edison con su popular Kinetophone, que presenta en el teatro del Hermitage. De Robert W. Paul y Edison no volvemos a saber gran cosa en su relación con Rusia. Es de suponer que no encontraron ‘oportunidad’: Paul no tenía una estructura empresarial como los Lumière que le garantizase penetración y Edison, todo lo contrario: su potente Trust en la costa este de los EE.UU. requería toda su atención y esfuerzos para tener controlado el monopolio de patentes y evitar la competencia, las disensiones y traiciones. Los que si llegaron para quedarse, al menos por un tiempo, fueron las multinacionales de los Pathé Frères y Leo Gaumont, que tras los ‘disturbios’ y sustos de 1905, se establecieron en Moscú, monopolizando la producción de los siguientes años.

Rusia tenía un vasto territorio, una Historia excesiva, una incierta y convulsa deriva política y una cultura rica y, atención, exótica. Porque así es como se percibía desde Europa central. Y el cine, no lo olvidemos, también fue una herramienta fundamental en los procesos de colonización. Rusia lo tenía todo.
Léon Gaumont, en su correspondencia Louis Feuillade, realizador estrella de la casa, remataba sus cartas con un “Hay mucho que hacer. ¡Daos prisa!”. Y vaya que si había mucho que hacer. Y se hizo…

Fotógrafo especializado en arquitectura y patrimonio, realizador de cine documental | xosegarrido.com