La mujer invisible
Felipe AlcarazAlmuzara Editorial

El patriarcado ha mirado la Historia, la ciencia, la técnica, el pensamiento… a través de las mujeres como si fuéramos transparentes y han visto la vida más allá de nosotras, como si no interviniéramos en el acontecer histórico; ha sido una forma de negarnos, bien interpretando lo que hacemos y decimos o bien, ignorándonos… Invisibles, porque no somos sujetos sino objetos de los pactos entre varones, que son quienes asignan funciones y espacios. Por eso, dice muy bien Simone de Beauvoir, tal y como recoge Felipe Alcaraz al inicio de la novela, que el problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres y ellos, claro está, tratan de resolverlo según sus intereses, dependiendo del momento histórico, pero siempre negando la autoría y la autoridad de las mujeres; eso sería imposible si miráramos la Historia con conciencia de género, pero ya sabemos que el patriarcado es una trama de intereses que forma parte de la ideología dominante y hay que luchar contra corriente para desbaratar todas sus trampas… Eso es lo que hacen las mujeres que hemos visto en las novelas de Felipe Alcaraz: buscan un espacio propio, toman la palabra, saben que la mayor conquista es tenerse a sí mismas, unen género y clase como dos aspectos fundamentales de la misma estrategia de transformación social, reivindican el amor sin explotación y sin dominio, se hacen visibles en su corporeidad y en su discurso y se convierten en instancia crítica contra el sistema.

Pero en su nueva novela, Felipe Alcaraz presenta a la mujer invisible. Cuando la leía, recordé un pasaje de Memoria de la melancolía de María Teresa León sobre las mujeres viejas que “son todas del mismo modelo”, donde expresa el miedo a que llegue un día en que nadie la vea… Entiende que algunas mujeres se vuelvan locas y busquen desesperadamente una forma de hacerse visibles. Pensé en las protagonistas de El cuaderno dorado, de Doris Lessing, que luchan por ser libres y se debaten entre la pasividad y el compromiso, sus deberes como esposas y madres y su trabajo, sus deseos y aficiones y lo que la sociedad espera de ellas, es decir, entre lo que los hombres quieren que hagan y lo que ellas quisieran hacer; en algún momento, comprenden que viven contra ellas mismas y se sienten frustradas, fracasadas, alienadas. Y también he recordado, ya desde el título, El hombre invisible, el relato de ciencia ficción de H. G. Wells publicado en mil ochocientos noventa y siete y convertido en el año mil novecientos treinta y tres, en película de culto del cine de terror.

Aparentemente, hay una diferencia abismal entre estos dos personajes: el hombre invisible obedece a su propia voluntad de serlo, movido por sus propias motivaciones y, para conseguir sus objetivos, recurre a la violencia y se convierte en un peligro; la mujer es invisible porque no cuenta ni importa, porque su aportación a la historia es ocultada, su palabra, acallada, su trabajo, ninguneado… “Está claro que una mujer vieja, pobre y sola, todo el día en la calle, tiene todas las papeletas para ser invisible” -dice la protagonista de la novela de Felipe Alcaraz, una mujer con una historia que recuerda a retazos, mientras recorre el centro de la ciudad de Sevilla, alternando copas y confidencias con otros seres de su mismo universo: Genoveva, el Murci, incluso Santo, el perro, porque ella ama los animales… Adivinamos lo que fue su vida en pareja y su historia de amor por los diálogos que reproduce; sabemos que no quiso callar ni claudicar, pero no hay justificación ni ajuste de cuentas: simplemente, tomó las opciones que consideró en cada momento y asume las consecuencias; por eso, no hay marcha atrás, ni para volver a la familia de la que salió, ni para paliar su precariedad en un espacio más amable, escenario en otro tiempo de estabilidad. Pero, incluso en su precariedad, le sale la mujer que cuida y defiende y se convierte en la protectora del Murci, vano intento porque el Murci es otro hombre invisible para el sistema pero, además, no constituye una amenaza, como el de H. G. Wells: es otra víctima y solo cuentan con él y le devuelven su nombre, cuando necesitan su firma para dejarlo legalmente sin nada. Pero no olvidemos la lectura de género porque “lo femenino” – como dice Cristina Molina- se ha instituido como espacio de inferioridad y así vemos que, en un momento de la novela, la protagonista se plantea esta especie de experimento: “Quiero verificar si, una vez superado el factor de inseguridad, la simple presencia de un hombre al lado de una mujer hace que ésta suba enteros en su visibilidad pública”.

La protagonista de esta novela pone ante nuestros ojos la evidencia de una gran injusticia, de unas relaciones de poder que ella –como tantas otras- ya no trata de desentrañar, pero conoce y sufre las consecuencias: “Lo único que sabes es que tú no has decidido nada, pero tampoco sabes quién lo ha hecho y por qué. Y si naces mujer, desde el mismo momento en que naces, ya llevas recorrido un trecho importante de un camino…”. Por eso, rechaza la ayuda del doctor Negredo, el médico que le tiende la mano sin juzgarla y que tanto recuerda al Dr. Rieux de La Peste quien, a pesar de los desgarramientos personales, se negaba a admitir las plagas y no pudiendo ser santo –ése es el nombre del perro del Murci- se esforzaba por ser médico… Y, por supuesto, no se presta a ser visible por un momento, el que le ofrecen los biempensantes de turno para que cuente su “experiencia” y después vuelva a su rincón porque, para ella, la solidaridad no es un espectáculo, sino recordar a su amigo que había muerto en la calle. Y es así como la mujer invisible, a la que nadie ve incluso aunque la miren, plantea su resistencia y su forma de lucha sin pedir socorro ni aceptar más ayuda que la de personas desconocidas, mejor si son mujeres como esa abuela que le cuece una patata en su puchero de pobre, y le da la patata y una palabra de ánimo.

Esa voluntad de estar ahí acerca, de algún modo, al hombre invisible y la mujer invisible; aquel asustaba porque era una fuerza que nadie veía y ésta asusta porque es real y tiene un nombre, que aparece en la última línea de la novela; porque aunque viva en los márgenes de la Historia, aunque sea casi toda ella transparente como en la cubierta del libro, sabemos que está, que vive a nuestro lado y aterra por su cercanía, como muy bien apunta Pilar del Río… Pero también constituye un peligro para el poder porque evidencia que las relaciones de explotación y de dominio del sistema capitalista y patriarcal producen pobreza y locura y marginalidad y es bueno que lo sepamos en estos momentos del siglo XXI cuando, si acaso, se critican las consecuencias, pero se ocultan las causas. Y Felipe Alcaraz ha escrito una nueva novela que nos da claves para conocer esas causas, para seguir avanzando y profundizando en la lucha, hoy más necesaria que nunca, contra la ideología dominante. En rojo y en violeta.