El cierre de El Correo de Andalucía será un hecho en pocos días, una realidad tozuda, como quiere el tópico periodístico, nuestro oficio; que contrasta con las mentiras de la empresa, que pretende que está abordando su “transformación” con un despido colectivo sobre la mesa con 28 despidos de una plantilla de 29 y después de que haya apagado la TV hermana y despedido a toda su plantilla, menos a uno. Una fórmula que esquiva la tramitación del cierre patronal que ha puesto sobre la mesa el propietario del periódico desde finales de 2013, Antonio Morera Vallejo.
¿Por qué los delegados de los trabajadores de El Correo de Andalucía defendemos que es un fraude social? Mantener una empresa zombi, con un trabajador, solo sirve para desmantelarla definitivamente -en nuestro caso, transformando un periódico centenario en una tienda de suvenirs en forma de dispersión de su archivo- o para enjuagues de sociedades interpuestas o paraísos fiscales. En el mejor de los casos, El Correo de Andalucía puede renacer como un fantasma de lo que fue, elaborado por becarios, colaboradores gratuitos o egos inflados, una vez se despoje al periódico de sus profesionales. En el fondo, la dirección ya funcionaba así: el periódico de los últimos 27 meses carecía de director. Whatsapp en mano, la esposa del propietario, Rosario Maldonado, (accede a que la llamemos Chary, aunque a su esposo exige que se le trate de don Antonio y presidente) humillaba todas las noches a las redactoras jefa dando el visto bueno a los editoriales (que mandaba alguien de su confianza), a las fotos, a las noticias más sensibles. La respuesta al comité de empresa indica muy bien en manos de quién había quedado el decano de la prensa de Sevilla: “Yo he hecho el máster de periodismo más caro del mundo, nos ha costado tres millones”, es decir, las pérdidas que atribuían a la sociedad en aquel momento.
Este fraude social ya se intentó hace dos años, cuando se despidió a siete trabajadores. En sus cartas de despido, sin sonrojo ninguno, se anunciaba que serían sustituidos por trabajadores gratuitos. En el fondo nos hemos declarado en huelga indefinida no solo por nuestros 28 empleos. También porque si permitimos que una economía carbure simplemente sustituyendo trabajadores formados, con experiencia, decentemente pagados (no es nuestro caso, pero bueno) por empleados con sueldos tres veces inferiores, la siguiente vez que el negocio no vaya bien directamente el empresario, el que sea, sustituirá estos trabajadores ya muy mal pagados por esclavos con cadenas.
Antonio Morera se ha ido haciendo rico en el negocio de los seguros. Es difícil saber cómo. Compañeros de la prensa económica que nos ayudan se desesperan cuando intentan tirar de los hilos de empresas vinculadas con él, hilos que pasan por Gibraltar, por empresas a nombre de familiares o allegados. En Sevilla no es difícil encontrarse con alguien que te cuente que el señor Morera lo hizo sentirse engañado al llevar al extremo la literalidad de la ley y frustrar las expectativas que tenía puestas esta persona en un seguro o en un negocio. En nuestra campaña de información en las redes sociales no hemos encontrado a nadie que lo defienda. Sí muchos que miran a los periodistas de El Correo con cierta envidia por haberse atrevido a plantar cara a quien llama a su sede el Cortijo (aunque de hecho lo es, un monumento del siglo XV), que tenía una sola persona para limpiar este Cortijo, el edificio anexo de cuatro plantas de nuestro periódico, su empresa de spa, la clínica dental (sí, llegó a tener una cadena de este negocio) y otro edificio enorme de oficinas más. Además, en vacaciones les cocinaba. Una vuelta atrás al reloj de la historia que parecía que Andalucía había superado.
En cualquier caso se encontró en 2013 un periódico de saldo, que otro empresario saqueador estaba a punto de cerrar. Se presentó como salvador del decano de la prensa de Sevilla (el periódico cumplirá 120 años el 1 de febrero, si no frena in extremis su amenaza de cerrarlo) y los trabajadores le entregamos un diario reconciliado con la ciudad tras una fuerte campaña de resistencia, que logró que los primeros meses los resultados fueran espectaculares: volvían los anunciantes, volvían las ventas (cada mes un 25% más que el anterior)… hasta que puso al frente del diario al primero de sus hombres de confianza, un señor que había cerrado o con el que iba a cerrar (las versiones varían) una operación millonaria de seguros con la orden de San Juan de Dios. Comenzaron editoriales no laudatorios, sino directamente pelotas a una política muy relevante en Andalucía y portadas en favor de su rival político. Llamaron pluralidad a la falta de criterio y la incoherencia. Comenzó la exhibición de la familia propietaria, como si El Correo de Andalucía, periódico ligado desde los años 70 a la lucha y la clase obrera sevillanas, fuera su particular ‘Hola’, con todo el respeto para los compañeros de ese medio de papel cuché. El idilio con la ciudad se había roto. Comenzaba la gestión improvisada, la huida de profesionales, los despidos… una espiral que ha desembocado en un cierre que se empeñan en negar. Porque todo lo que ha rodeado a El Correo en los últimos años ha sido un fraude social a unos trabajadores ilusionados con dar voz a una Sevilla que nunca había salido en la foto.