Se cumple ahora un siglo de la fundación de la Bauhaus en Weimar. En catorce años de existencia tuvo tres directores, Gropius, Meyer y Mies van der Rohe, y de la mano de ellos y de Klee, Kandinski, Breuer, Schlemmer, Van Doesburg, Albers, Feininger, Moholy-Nagy, Itten, renovó la enseñanza artística, cambió la vieja noción de artista y artesano, pensó la producción en serie y el uso de nuevos materiales, estudió el carácter de la obra de arte y la nueva idea de serie, cuando las locomotoras, automóviles, la radio y el cine estaban cambiando la existencia.

La escuela defendió una concepción internacionalista, universal, donde se puso fin a la clasista separación entre artista y artesano, reivindicando los oficios y apostando por una relación igualitaria. Quería integrar “la arquitectura, la escultura y la pintura en una unidad”, bajo la autoridad de la primera (aunque Feininger, Kandinski y Klee no estaban de acuerdo). El arte tradicional había muerto, y debía desarrollarse otra visión que respondiera a las necesidades de los trabajadores. En la Bauhaus, Gropius siguió al expresionismo, y a partir de 1921, al constructivismo, divulgado en Alemania por El Lissitzki. Después, a partir de 1924, el funcionalismo impregnó sus actividades.

Nace cuando el furioso nacionalismo de posguerra, airado por el tratado de Versalles, requería a los “auténticos alemanes”, reprochando a la Bauhaus que amparase a judíos, acusándola de afinidad con los espartaquistas, de militancia comunista: Oskar Schlemmer, como otros, no ocultaba su admiración por la revolución bolchevique. La ausencia de normas y exámenes en la Bauhaus hacía que se confiase en los alumnos para aprender por sí mismos con trabajos en talla, teatro, dibujo, cerámica, metalistería, litografía, grabado, encuadernación, tipografía, en una constante evolución, que aportó diseños de objetos útiles, sorprendentes para la época. En esa primera etapa de la Bauhaus influye Itten, con su aire monacal y gusto por la meditación, y, a partir de 1920, Van Doesburg. En agosto de 1923, la exposición organizada por la Bauhaus iba a tener gran repercusión posterior: presentan objetos para la producción industrial, sillas, mesas, cafeteras, diseños textiles, utensilios de cocina, y una sección de arquitectura en la Haus am Horn de Georg Muche, en Weimar, con proyectos de Wright, Le Corbusier, Mies van der Rohe, Gropius, Eric Mendelsohn, Bruno Taut.

Siempre en difícil situación económica, se trasladó de Weimar a Dessau, donde Kandinski insistiría en las cuestiones artísticas sobre las comerciales. En octubre de 1926, la Bauhaus crea un departamento de arquitectura y Gropius le ofrece la dirección al arquitecto comunista suizo Hannes Meyer, que se incorpora en abril de 1927 y apuesta por el funcionalismo, el constructivismo y los proyectos colectivistas. En diciembre de 1926, se había inaugurado el nuevo edificio en Dessau, siguiendo muchos de los planteamientos de De Stijl. Allí se enfrentaron dos visiones opuestas: quienes, encabezados por Moholy-Nagy y Breuer, querían diseñar productos para la fabricación industrial, como las célebres sillas de tubo de Breuer (la silla Wassily), y quienes, como Kandinski, Klee, Feininger y Muche, creían que la Bauhaus debía abandonar criterios comerciales y centrarse en actividades artísticas. Gropius abandona la Bauhaus en febrero de 1928, y Hannes Meyer pasa a dirigirla: quiere trabajar en el diseño y construcción de viviendas populares, de escuelas, lugares de relajo, jardines para los trabajadores: puso énfasis en las carencias obreras para que la escuela diseñara muebles baratos y de calidad, objetos domésticos, lámparas, textiles.

Pero otra vez llegaban malos tiempos, cuando aún se recordaban las matanzas que aplastaron la revolución espartaquista: los nazis entran en el parlamento de Turingia, por primera vez en Alemania, y, en enero de 1930, en el gobierno regional. Gropius ofrece entonces a Mies van der Rohe la dirección. Mies tenía un talante que le alejaba de las cuestiones políticas, y estaba más interesado en la perfección de la arquitectura que en su utilidad social. En octubre de 1931, los más veteranos habían dejado ya la Bauhaus: Klee, Marcks, Moholy-Nagy, Itten, Schlemmer, Muche. Los nazis no pierden el tiempo: en enero de 1932, inician el ataque frontal contra la Bauhaus y exigen su clausura. Mies intenta preservar la escuela y la abre de nuevo en Berlín: en enero de 1933 se inicia el curso en la capital alemana, pero en abril los nazis la registran y cierran definitivamente. Llegaba el éxodo impuesto por el nazismo y la guerra: Gropius, Mies van der Rohe, Breuer, Feininger, Moholy-Nagy, Albers, se van a Estados Unidos.

Pese a su corta vida, y con diferentes grados, la Bauhaus influirá después en Isozaki y Foster, Nouvel, Meier y Gehry, y en Bernstein, Pei, Seidler y Hara, y su racionalidad, funcionalidad y geometría, soluciones como el muro-cortina, las cubiertas planas de los edificios o la asimetría en las construcciones, la sencillez y austeridad y estructuras con pocos elementos, han hecho que la Bauhaus sea considerada como la más relevante escuela de arquitectura y arte del siglo XX. Su componente democrático y revolucionario, las propuestas de una arquitectura que crearía una de las corrientes principales del Movimiento Moderno, la ambición de una ciudad racionalista, donde se resolviesen las necesidades de los trabajadores, se añadieron a un explícito deseo de universalismo, de utilización sistemática de nuevos materiales, indagando en la forma, simplificando para la producción fabril, prefigurando además el moderno diseño gráfico e industrial. La Bauhaus vivió para construir la modernidad.