Semana a semana nuestros habituales medios de incomunicación cultural nos anuncian la salida al mercado de más de un docena de novelas magistrales. Tanta belleza produce flato estético y acidez lectora por lo que parece recomendable leer, al menos una vez al mes, una “mala novela”. Definir que sea exactamente una mala novela no resulta tarea fácil. Si una buena novela, según el canon dominante sería aquella en la que “El lector asiste al proceso que va sumiendo al protagonista en un desconcierto, llevándolo hacia un vacío que acaba por ser la esencia del relato”, cabría inferir que “mala novela” sería aquella otra en la que “el protagonista se va sumiendo en un proceso de desvelamiento para acabar configurando una respuesta a lo que plantea el relato”. La poética dominante contiene su dosis de censura, lo que no se debe contar, mientras que en la despreciada habría sitio, al menos en teoría, para aquellas escrituras maleducadas porque “no guardan las formas”. Aprovechando que en el Museo Reina Sofía se expone un espacio sobre el crítico marxista Mariátegi y la revista Amauta, recomendamos una de sus novelas predilectas: Cemento, del soviético Fedor Galdkov donde se encuentran “admirablemente concentrados, los elementos primarios del drama individual y la epopeya multitudinaria del bolchevismo”. Una novela que los dueños del canon ponen como ejemplo de “mala novela” y que en consecuencia, hoy, casi inencontrable, sufre la censura del mercado.
El picaporte
Una mala novela
