Conocí a un grupo de magníficos músicos franceses que estaban especializados en el repertorio de Georges Brassens y no les faltaba trabajo. Recuerdo que pensé en cuánto y cómo trabajaría un grupo de músicos españoles especializados en el repertorio de Paco Ibáñez…o el propio Paco Ibáñez. La otra noche obtuve una respuesta alentadora asistiendo a una actuación de los autodenominados «Huérfanos de Krahe» que, para la ocasión, resultaron ser Javier López de Guereña, Fernando Anguita y Andreas Prittwitz. En resumen, dos traviesos e incombustibles acompañantes habituales del maestro Krahe mientras vivió y un genio alemán, instrumentista de vida propia, que también ha acompañado a todo el mundo con excelentes aportaciones musicales a base de cualquier cosa que funcione soplando.

Resulta que, además de excelentes músicos, son (quizás por eso) muy inteligentes y se han dado cuenta de que el repertorio de Krahe, como el de Brassens, no tiene que ser enterrado con su autor, ni cosificado cual resto arqueológico, sino que disfruta de una vida propia. Ellos son capaces de alentarla con aportaciones que nos parecieron oportunas, enriquecedoras y compartidas con una ajustada lista de artistas cómplices e invitados que se iban subiendo al escenario y ofreciendo versiones matizadas de canciones inolvidables. El maestro Krahe había aportado -en su día- su estilo personalísimo de decir la canción y su talante acratón para poner en solfa la vida política y sociocultural de supuestos representantes y representados, con una ajustada mezcla de sarcasmo y lírica en letras y músicas. Ahora, estos huérfanos no sufren la orfandad sino que la superan montando una fiesta en el orfelinato para la que ni siquiera invitan a la participación ciudadana porque saben que el público está tan necesitado de las canciones de Krahe como curioso por las añadiduras con las que los huérfanos aprovechan la ausencia del padre para montarse sus propias irreverencias sobre las heredadas.

Es una delicia disfrutar de la obra de Krahe representada por sus huérfanos que, dicho sea de paso, saben administrar la herencia. Y estas canciones, reforzadas musicalmente y reinterpretadas con total respeto a la memoria artística del maestro, potencian también la memoria (hoy diríamos «histórica») sobre un tiempo de nuestro inmediato pasado en el que estas canciones y otras fueron estandarte de rebeldía, de puesta en entredicho de rancios valores con los que la «España eterna» siempre mira a «su» futuro (no al nuestro) sin querer admitir que ni siquiera representan todo su pasado, sino sólo la parte más carca, la España que muere (bostezando) y, según épocas, matando cuerpos o atontolinando conciencias (de clase y de categoría superior al chascarrillo patriotero).

De todo eso se reía Krahe con su individualismo irreverente, con su pose de chuleta madrileño espabilao, que entiende de desmontar y desacreditar sacrosantos mecanismos «atados y bien atados»… y por eso lo seguimos necesitando en el recuerdo de su obra o en la continuidad escénica que nos ofrecen, ojalá que por mucho tiempo, sus «huérfanos».