Da la impresión, cuando a veces escucho el discurso de muchos de los dirigentes de la Izquierda, que tienen miedo de expresar sus ideas de forma contundente, o tal vez sea que confían tanto en sus propuestas, tan cargadas de certezas, que creen que no hace falta remarcarlas. Pero, a mi parecer, se equivocan. Vivimos en la Sociedad del Espectáculo que anunciaban los Situacionistas y eso se traduce en que las verdades no lo son tanto porque lo sean, sino porque estén siempre presentes.
Por ejemplo, cuando en un debate televisivo se dice que en Catalunya ha habido un Golpe de Estado, echo de menos que la respuesta a tal dislate no sea la de que aquí, en los últimos tiempos, aparte del más que dudoso simulacro de Restauración borbónica de Tejero, sólo ha habido un Golpe de Estado y fue el de Franco contra la República. Callarlo no hace más que sostener que hubo una guerra civil en vez de la defensa de un régimen democrático, consolidando el mito de los dos bandos y el reparto de culpas, lo cual convierte a los elementos que perduran de la Dictadura en algo del pasado, cuando en realidad, la Monarquía, el papel del Vaticano, la Judicatura, Instituciones varias y una mayoría de las empresas del Ibex 35, condicionan nuestro día a día. Un referéndum, en el que se exprese la población, nunca puede compararse al acto criminal de un Golpe de Estado contra la soberanía popular y dejar la mínima sombra de duda sobre esto es, cuanto menos, peligroso.
O cuando se alzan las voces contra un supuesto adoctrinamiento en las escuelas. ¿A nadie se le ocurre poner sobre la mesa la única realidad de adoctrinamiento que existe en España y no es otra que la que se lleva a cabo en las escuelas concertadas con la Iglesia Católica? Y no me refiero a las privadas, que cada cual con su dinero puede hacer lo que quiera, sino a las mantenidas a costa del erario público. Si no se aclara el confuso concepto de libertad de enseñanza, siempre habrá quien lo aproveche y construya su ideario en base a una pretendida persecución por motivos religiosos lo cual, visto lo visto, a pesar de ser falso, gana adeptos en un país pervertido culturalmente desde hace más de 500 años por la doctrina dictada desde la Banca Vaticana.
Lo mismo sucede con la emigración. No hay solo que rebatir los falaces datos que algunos enarbolan maliciosamente sobre las ayudas y subvenciones. Hay que dejar claro que no es un problema de xenofobia, sino de aporofobia, de miedo al pobre y como tales, se les criminaliza. Y hay que explicar, sobre todo, que su pobreza proviene de nuestra riqueza. Cuando se hable de mafias, no se puede ocultar a las mafias de la globalización, a las grandes corporaciones que chupan hasta la última gota de sangre de los países que están más al sur del sur del mundo. No se trata de caridad o buenismo, sino de justicia. Eso aparte de lo que la emigración aporta al país, una cantidad siempre mayor de la que se benefician.
Podría seguir poniendo ejemplos; la postura ante una monarquía impuesta por el Dictador; la utilidad del ejército en misiones de pretendida pacificación cuando más bien debiera decirse en defensa de intereses económicos de la élite empresarial; la ecología, que no es una cuestión de opción política sino la necesidad urgente de mantener el único lugar que tenemos para vivir; y así una lista abundante de cuestiones que requieren de respuestas contundentes, cargadas de certezas, que a veces echo de menos.
Parece que las pequeñas conquistas logradas nos hacen olvidar la infinita voracidad del monstruo del capitalismo y que éste se alimenta, no sólo de sus mentiras y medias verdades, sino sobre todo de nuestro silencio.