“España bebe, España se droga. ¿A dónde va, señor, la juventud española?”, cantaba Siniestro Total en los años noventa del siglo pasado. Y lo cierto es que España se droga, y mucho, pero no solo la juventud. Como en la película Réquiem por un sueño, del director Darren Aronofsky, el problema de adicción a las drogas no es sufrido únicamente por aquellas personas que consumen sustancias estupefacientes con carácter recreativo, sino que cada vez se engancha más gente que llega a ellas por motivos terapéuticos.

Según la clasificación del Gasto en Consumo Final de los Hogares elaborada por el Instituto Nacional de Estadística, en este país nunca habíamos gastado tanto dinero en colocarnos como en la actualidad: 7.436 millones de euros al año en drogas, sin contar las bebidas alcohólicas, cuyo gasto alcanzó los 8.095 millones. Ni siquiera se había gastado tanto a principios de los ochenta, cuando en plena “movida madrileña” el alcalde Tierno Galván pronunció aquella frase tan irresponsable de “Rockeros, el que no esté colocado que se coloque… y al loro”. Irresponsable, porque aunque moló mucho escuchárselo a un alcalde-profesor con el dictador recién enterrado, la realidad era que, mientras se inundaba la calle de drogas, una generación entera se moría de sobredosis y los beneficios servían para financiar los golpes de estado en América Latina y la guerra sucia en todas partes; como la financiación de la Contra nicaragüense, por ejemplo.

Los picos de producción y tráfico de drogas son directamente proporcionales a la injerencia imperialista en países soberanos. Y si atendemos a las cifras oficiales, que actualmente sitúan en máximos históricos el movimiento de cocaína y otras drogas, seguramente encontremos una pista de cómo se financian las guarimbas, cómo se compran jueces y políticos, cómo se organizan protestas y cómo se financian campañas electorales o de descrédito en países con gobiernos incómodos para el sistema. O cómo el hachís sirve para financiar proyectos como el muro de Marruecos en el Sáhara y al ejército que lo vigila diariamente.

Pero existe otro problema con los camellos legales, conocidos más comúnmente como laboratorios farmacéuticos. Como España siempre lidera los mejores rankings, también encabeza el de consumo europeo de psicofármacos. Entre 2010 y 2017, más de 7.000 personas han muerto por sobredosis relacionadas con medicamentos opioides, y el consumo de tranquilizantes y somníferos aumenta año tras año pese a que los profesionales de la psiquiatría llevan años alertando de la dependencia y síndrome de abstinencia que provocan. Los datos señalan que casi un tercio de la población española consumió ansiolíticos al menos una vez en 2018. Es necesario reconocer el valor terapéutico de estos fármacos, pero el Trankimazin, el Orfidal, el Valium o el Lexatin se toman en este país con la misma ligereza que los Lacasitos. Con la misma facilidad con la que se saca el mechero del bolsillo para prenderte amablemente el cigarrillo, cualquier pariente o amigo puede ofrecerte una pastillita para estudiar mejor, para el dolor de cabeza o para superar momentos de alteración pasajera.

El Informe mundial sobre drogas 2019 de la ONU confirma que el consumo de drogas en el mundo causa más muertes que nunca y que el mercado ilegal está en máximos históricos. Y en Estados Unidos los laboratorios y los distribuidores de fármacos opioides están siendo juzgados por haber provocado 400.000 muertes en dos décadas, después de haber intentado llegar a un acuerdo de 50.000 millones de dólares para evitar el proceso.

El capitalismo enferma y el capitalismo mata. La precariedad laboral, la temporalidad, los desahucios o las dificultades económicas llevan, en muchos casos, a buscar inhibidores químicos de la realidad. Sin duda, es más efectiva la conciencia de clase y la lucha social para transformarla.

— Y digo yo… ¿aquí no haría falta una Revolución?

— Y luego, ¿por qué me lo preguntas?