Felipe Alcaraz vuelve a la actualidad de las letras porque ha sacado un libro de poemas en estos tiempos de crisis sanitaria. 45 años después de la publicación de su ópera prima Sobre la destrucción y otros efectos y 34 años después de su primer libro de poesía titulado Azahar y caballo, el autor granadino publica Como si fuera un fantasma (www.libreria-atrapasuenos.com)
A Felipe Alcaraz le toca siempre estar en el candelero del mapa político que protagonizan sólo unos cuantos: los que pueden, no los que quieren. Es por esa misma regla por la que también le toca estar en el candelero literario y por la que vuelve a publicar poesía. Y lo hace como Manolo Caracol: porque quiere, porque puede y porque sabe.
Como Juan Gelman, Pablo Neruda, Rafael Alberti o Gabriela Mistral, es Felipe Alcaraz un poeta metido a político y no al revés. Quizá por eso su retórica está cargada de epopeya y referencias literarias, quizá por eso el fantasma de Shelley planea sobre una abundante porción de sus obras y porque, frente al descrédito político de las últimas décadas, el trabajo literario se ha convertido en su mejor arma regeneracionista, en una forma segura de ayudar a la consolidación de la conciencia de la izquierda y la reestructuración social. Quizá, como Juan Ramón, Felipe ha descubierto que en esta etapa de su vida puede decir aquello de sé que he venido a hacer versos, porque sus versos, como sus años en la política, son de un rigor y una firmeza indiscutibles: “Arriba versos de la tierra”, que diría Javier Egea.
«No la toques ya más que así es la rosa», escribió el citado Juan Ramón. En este libro, Felipe Alcaraz sigue tocando la rosa del fantasma lírico de su estilo, del fantasma recurrente de su obra, de su manera personalísima, de sus acumulaciones y de su talento. La clave de ese talento piensa uno que está en la magia de contar lo cotidiano con símbolos e imágenes que deconstruyen la realidad hacia un relato materialista que dibuja sobre el lienzo de los versos el cuadro amarillo, azul y gris de estos tiempos con tres cuervos negros que se llaman desconsuelo, apatía y pensamiento único.
Como si fuera un fantasma es un libro de poemas que el autor lleva años trabajando y que resulta un testimonio vivaz, de un poderío lírico encomiable, musical, fastuoso en imágenes evocadoras y memorables, lleno de aciertos y querencias. En el musculoso prólogo, el eminente poeta jienense Manuel Ruiz Amezcua ya advierte que el libro de Felipe Alcaraz es un libro de resistencia. Este trabajo se divide en cinco capítulos y un epílogo firmado por Ana Moreno Soriano. La primera querencia se pone de manifiesto en el título del primer capítulo: “Objetos usados. Vasijas de cobre con abolladuras, esculturas con los brazos cortados”. La alusión a Beltort Bretcht es obvia.
La lentitud es la ternura del tiempo
El cuestionamiento de los valores actuales en una sociedad decadente enhebra cada uno de los versos de los 16 poemas que lo componen en los que denuncia las injusticias con cierta amargura resignada a través de sugerentes versos con los que es inevitable empatizar como si fuéramos “personas sonámbulas sin vida ni recuerdos”. Al igual que los pájaros que “conocen las mínimas condiciones para levantar el vuelo”, Felipe Alcaraz conoce las condiciones mínimas para alzar las alas de su poesía y contar situaciones inenarrables con un brío especial, como ocurre en Recortes o Esa bandera impura. Muerte en Venecia no será el único guiño literario-cinematográfico del autor a lo largo del libro, quizá porque Alcaraz, como Alberti, ha nacido con el cine. Quizá por ello comprenda que todos tenemos algo de actores que impostamos un papel en la vida, porque “no debe adivinarse /el perfil quebrado de la posternación”.
El segundo capítulo se titula “La política de amor. Te necesito: vete”. El Autor de “Amor, enemigo mío” vuelve, como Chavela Vargas, a “los viejos sitios donde amó la vida” y se recrea en el ambiente de sonidos y ritmos de sus primeros poemas, forjados bajo las luces de los “bares de conspiración” que se encontraban en los aledaños de la granadina calle Puentezuelas. Con retazos de alusiones a Javier Egea, donde muestra su segunda querencia, Alcaraz toca con sordina una balada de amor, de amor que no es posible, y que en sí mismo “no es amor / es algo menos doloroso/ lo que nos une”, porque hasta el amor está banalizado por una sociedad que mercantiliza los sentimientos: “no despachéis el amor / en la letra pequeña de las ideologías”. Con retazos oníricos, Alcaraz sigue las huellas del Egea que caminó hasta el Paseo de los Tristes para detenerse en el águila que hunde sus garras en un edificio del corazón de la ciudad de la Alhambra.
El tercer capítulo titulado “A la viva muerte de un poeta” es al completo un etéreo poema dedicado a Luis Cernuda y situado en la Sevilla del mismo día en que murió el poeta y que actuó como una suerte de madre inconsciente y tiflótica. El cuarto capítulo, coronado por una cita de Simone de Bauvoir (“Una mujer no nace, puede llegar a serlo”), se titula “Mujeres de nadie”. Felipe Alcaraz mantiene la pulsión del segundo capítulo, hace sonar algún timbre ‘carvajaliano’, y nos deja un ramillete de once poemas con flashes tan deslumbrantes como “(…) O un Leningrado de caricias”, “la lentitud es la ternura / del tiempo”, mas guiños cinematográficos en el rotundo poema “La balada de Lucy Jordan” y una bella canción en octosílabos con rimas asonantes dedicada a María Teresa León.
Culmina el libro con el quinto capítulo bajo el título de “El fantasma”. El autor se asoma al balcón de la soledad y el férreo compromiso con su tiempo en catorce arrebatados poemas que derriten toda la esencia del sistema y la mentira de la identidad del ser humano. Como todos los poetas lúcidos, trasgresores, Felipe Alcaraz ha encontrado motivos para escribir lejos de los artificios y las serpentinas, aferrado a la tierra con la fuerza del águila que se agarra al edificio que corona la banca en Granada, tantos años después del Holocausto. Con todo, este hermoso libro exhibe una conmovedora belleza que nos ha hecho sucumbir y la proyecta desde el materialismo y la agilidad de su verbo, para abordar el vértice de nuestros días con la delicada pluma de un viajero que observa desde la serenidad de su cordura como las grietas de sus manos, las mismas que escriben, son cicatrices de su memoria militante. “Hubo lucha, sí: / como agua que no desemboca”.