El núcleo del PCE de Tetuán, distrito madrileño popular que, antes de la desmesurada expansión de la capital, formaba parte de su extrarradio en el norte de la ciudad, desarrolla su actividad en el Centro Social Petra Cuevas. Esta denominación no es una elección arbitraria. Petra Cuevas fue una histórica militante en sus barrios, después de sufrir la represión franquista por haber desempeñado la secretaría general del Sindicato de la Aguja en la UGT, durante los últimos años de la Segunda República y la Guerra Civil.
En la celebración del Centenario del PCE, es preciso destacar su surgimiento y desarrollo como expresión política de un movimiento obrero que comenzó a estructurarse en el último tercio del siglo XIX, al mismo tiempo que se extendían las relaciones capitalistas de producción en España. Un movimiento todavía débil, heterogéneo, concentrado en los escasos núcleos de implantación industrial, de extracción minera o de servicios que existían en un país empobrecido y dependiente.
El PCE de los años veinte surge en gran medida como parte de la tradición que representaban el PSOE y la UGT, de la que surgieron los dos destacamentos que lo conformaron con carácter definitivo al unirse en noviembre de 1921. Pero también en un contexto nuevo, de radicalidad de las luchas obreras para conquistar los derechos, las libertades y la democracia que negaba el régimen de la Restauración, constitucional al mismo tiempo que oligárquico y de exclusión social y política de la mayoría social trabajadora. La revolución soviética tuvo mucho que ver en la efervescencia que condujo a la huelga general revolucionaria de agosto de 1917, al trienio bolchevique en los campos andaluces o a la huelga de La Canadiense, que arrancó por primera vez en el Estado español la jornada laboral de ocho horas a los gobernantes del momento.
En la perspectiva histórica del Centenario del PCE, se puede sostener que fue su carácter de clase, su capacidad para articular las aspiraciones de la mayoría social trabajadora, lo que le convirtió en un actor decisivo en la defensa de la Segunda República y la lucha por las libertades contra la dictadura franquista. No fue el resultado de una autodefinición incluida en sus estatutos sino una realidad que no fue fácil construir.
Ya antes de la revolución de Asturias en octubre de 1934, con la rectificación de las posiciones sectarias y de infantilismo izquierdista que había mantenido hasta ese momento, el PCE reforzó su presencia en el movimiento obrero. El llamamiento a la unidad, expresado en las siglas UHP (Uníos Hermanos Proletarios), se convirtió en algo más que un símbolo, se transformó en la necesidad de alertar a la clase obrera ante el peligro del fascismo y la involución reaccionaria que avanzaba a grandes pasos. El papel del PCE fue esencial durante esos años para fortalecer la presencia de la UGT en la sociedad y garantizar la incorporación de la mayoría de la clase trabajadora a la defensa del régimen constitucional. Una defensa que se plasmó, después del golpe de Estado de julio de 1936, en la construcción del nuevo Ejército de la República a partir de las milicias populares y, en la retaguardia, con la organización de la producción, como lo demostró Petra Cuevas al frente del Sindicato de la Aguja, uno entre tantos ejemplos en un momento de intensa movilización social.
Derechos laborales y libertades políticas
El régimen franquista, a pesar de la demagogia paternalista de su discurso hacia los trabajadores y la aprobación de alguna medida social para consolidar su hegemonía política, no pudo ocultar su carácter de clase, al servicio de una minoría de privilegiados que se creían dueños de este país y su destino. En el nuevo contexto represivo de la dictadura, muchas fuerzas de oposición no fueron capaces de generar un movimiento de masas, incluso quienes habían hecho los alegatos más grandilocuentes y radicales. Si el PCE se convirtió en el eje de las fuerzas que lucharon por la democracia, lo fue, sin duda, por el heroísmo de sus cuadros (hace poco acabamos de recordar el ejemplo de Julián Grimau, fusilado en Madrid), pero sobre todo lo fue por su capacidad de articular las reivindicaciones laborales, el movimiento obrero, un hecho que hubiera sido incapaz de realizar sin una implantación real en los centros de trabajo.
Lo hizo con una estrategia sorprendente, al aprovechar hasta el último resquicio de las estructuras corporativistas franquistas y los sindicatos verticales, aguantando las críticas de los que pontificaban sobre la importancia de unas siglas históricas o suspiraban por la pureza de una supuesta lucha revolucionaria pero que eran incapaces de comprender cómo movilizar a quienes pretendían representar. Un dirigente, tan modesto como ejemplar, simboliza el papel del PCE en este proceso, Marcelino Camacho. Fueron miles, mujeres y hombres, quienes promovieron un nuevo sindicalismo desde la base, apegado a cada centro de trabajo, sociopolítico en la reivindicación de derechos laborales y libertades políticas, dos caras de una misma moneda que era imposible separar, las Comisiones Obreras.
La unidad construida desde la base asentó la victoria de la oposición democrática, una enorme movilización social que es la que forzó la transición a la democracia. La división sindical, impuesta desde arriba de manera artificial, debilitó al movimiento obrero a pesar de los esfuerzos del PCE y facilitó que, ya con el régimen constitucional de 1978, las políticas neoliberales se impusieran finalmente.
En una columna anterior, destaqué el papel del movimiento contra la OTAN en el surgimiento de Izquierda Unida en 1986. No sería adecuado ni realista pasar por alto las intensas luchas obreras contra la reconversión industrial que conllevaron la entrada de España en la Comunidad Económica Europea. A finales de los ochenta, la unidad sindical pudo retomarse ante las políticas económicas y laborales de un PSOE cada vez más derechizado y culminó en la gran huelga general del 14 de diciembre 1988, convocada por la UGT y CCOO contra las medidas que pretendía imponer el gobierno de Felipe González.
El pasado 30 de abril, nuestro secretario general, Enrique Santiago, intervino en un acto conjunto con los secretarios generales de Comisiones Obreras, Unai Sordo, y UGT, Pepe Álvarez, para celebrar un primero de mayo atípico, ya que dadas las circunstancias del confinamiento ha carecido de manifestaciones en la calle. Si hubo una idea unánime que centró las intervenciones, fue el reconocimiento del papel de la clase obrera en el mantenimiento de los servicios públicos y la economía del país durante esta crisis. En las situaciones extremas es cuando mejor se visualiza quién hace que el país funcione. Celebraremos nuestro centenario en 2021, en pleno proceso de reconstrucción frente a la crisis que ya venía anunciándose desde hace meses, defendiendo desde las instituciones políticas que garanticen los derechos básicos y un modelo social alternativo, desarrollando toda nuestra capacidad de influencia, y desde un movimiento obrero que no puede desligarse de la identidad del PCE porque es su mejor expresión política.
Comisión Coordinadora del Centenario del PCE (1921/2021)