Ahora que el mundo se torna más peligroso, el rostro desquiciado de los mercaderes de la guerra y los guardianes del veneno del patriotismo imperial vestido con uniformes militares que anidan en el Pentágono y en la Casa Blanca, nos mira de nuevo, porque surgen nuevos peligros para la paz y los acuerdos de control y desarme nuclear entre las grandes potencias, que tantos esfuerzos costó anudar, desaparecen.
El presidente norteamericano, Trump, que inició su mandato asegurando que propondría a Rusia “una sustancial reducción” de los arsenales atómicos, palabras que se revelan ahora como una mentira más, ha hecho todo lo contrario, dinamitando con obstinación los acuerdos de desarme nuclear y los tratados que aseguraban una mayor confianza entre Washington y Moscú. El pasado 21 de mayo Trump dio otro paso más, anunciando que Estados Unidos se retiraba del Tratado de Cielos Abiertos, como había sugerido en 2019. Con su habitual recurso a la mentira, a las intoxicaciones y medias verdades, Trump afirmó ante la prensa que «Rusia no se adhirió al tratado, por eso, hasta que se adhiera, lo abandonaremos”. De hecho, Moscú lo había firmado en 1992, como la mayoría de los países europeos, y tras los procesos de ratificación el Tratado entró en vigor en 2002. Los treinta y cuatro países firmantes son todos europeos, además de Estados Unidos y Rusia, Canadá y Turquía. Desde esa fecha se han realizado centenares de vuelos de reconocimiento por los países firmantes, y tanto Estados Unidos como Rusia han llevado a cabo operaciones de observación aérea mutua. Era un importante convenio para aumentar la confianza entre los países firmantes: permitir vuelos de reconocimiento era la muestra de que no se preparaba ninguna sorpresa militar.
El Tratado permite a los firmantes realizar vuelos de exploración sobre cualquier país, con aviones desarmados, para fotografiar y grabar todo tipo de instalaciones con equipos de gran precisión, obtener información sobre los movimientos militares y acantonamientos, como forma de asegurar la buena relación y la confianza entre los países adheridos. Es cierto que en algunas regiones sensibles ha habido diferencias entre Moscú y Washington y limitaciones sobre las zonas a observar, como en el Cáucaso ruso, en la región de Kaliningrado y en las islas Hawái, pero el Tratado es una importante pieza para el control mutuo y la seguridad del planeta, aunque en el delirante mundo de la desvergüenza y las patrañas en que vive Trump nada de eso importa.
Desde hacía meses, preparando el terreno y las excusas, el Pentágono y el Departamento de Estado norteamericano filtraban a la prensa “informaciones reservadas” de que Rusia, además de incumplir el Tratado, utilizaba sus vuelos de inspección para localizar centros vitales en Estados Unidos y convertirlos en objetivo de ataques cibernéticos. La venenosa información, que no ofrecía ninguna prueba, fue publicada por The New York Times y por otros diarios norteamericanos y, después, convenientemente repetida por las cadenas de televisión y la prensa conservadora en el resto del mundo.
El mismo día de su anuncio, Trump, recurriendo de nuevo a falsas promesas, aseguró que podía “reconsiderar nuestra retirada”, aunque para ello “Rusia deberá cumplir plenamente el Tratado”. Mentía dos veces, porque Rusia no lo ha incumplido, y porque todo apunta a que la decisión de Estados Unidos de retirarse ya es definitiva, y esa afirmación es apenas una treta para ganar tiempo y detener las críticas internacionales. No es una casualidad que Francia, Gran Bretaña y Alemania, a quienes preocupa la seguridad europea, se hayan manifestado contrarias a la decisión norteamericana, como también lo ha hecho la OSCE, Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa, y el secretario general de la ONU, que declaró a través de su portavoz que el fin de los acuerdos de control de armamento entre Rusia y Estados Unidos puede iniciar una peligrosa carrera armamentista. Incluso Michael Hayden, un general y antiguo director de la CIA, consideró un grave error que Estados Unidos liquide el Tratado. Ante ello, varios parlamentarios norteamericanos han presentado un proyecto de ley para que evitar que el presidente del país abandone tratados internacionales sin que el Congreso lo apruebe.
No es la primera decisión de ese tipo que toma Trump: en 2019 abandonó unilateralmente el Tratado INF de misiles de corto y medio alcance, que había dado mayor seguridad a Europa durante las últimas tres décadas y libró al continente de ese peligroso armamento atómico. Entonces, Washington adujo como justificación que Rusia había violado el Tratado, pese a que Moscú lo negó y, además, ofreció una moratoria al despliegue de misiles de corto y medio alcance en Europa y en otras partes del mundo tras la retirada norteamericana del Tratado INF: Estados Unidos ni siquiera contestó a la oferta. Como acostumbra a hacer, Trump no presentó pruebas de sus afirmaciones: da por válidas sus propias justificaciones, que después son divulgadas por la prensa conservadora. Ahora, ha vuelto a repetir el guion: abandona el Tratado de Cielos Abiertos porque, según él, Moscú lo ha violado reiteradamente. De manera que, seis meses después del anuncio, a finales de 2020, el Tratado dejará de existir.
La decisión de Trump, y del Pentágono, no obedece a malentendidos e incluso incumplimientos sobre el tratado entre Moscú y Washington, que, en todo caso, podrían resolverse en una mesa de negociación. Responde a un ambicioso plan, desarrollado en la National Security Strategy (Estrategia de Seguridad Nacional, aprobada a finales de 2017, ya bajo el mandato de Trump) donde Estados Unidos, tras señalar a China y Rusia como enemigos, pretende quedar libre de cualquier atadura diplomática y de las obligaciones de los tratados de control y desarme nuclear porque se ha lanzado a intentar conseguir el predominio militar en el planeta y en el espacio, como una forma de asegurar su hegemonía en el mundo. No es una casualidad que, en poco tiempo, Washington haya aprobado el mayor presupuesto militar de su historia, que haya abandonado el INF y ahora el Tratado de Cielos Abiertos, y que intimide al mundo advirtiendo del final del START III. Mientras el planeta procura escapar de la maldición de la pandemia y de la nueva pobreza que asoma, Estados Unidos fulmina los cielos abiertos y el sonido de las orugas articuladas del Pentágono nos advierte, enseñando la máscara hostil de los mercaderes de la guerra y de los vendedores de mentiras, que la paz no está asegurada.